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GLOW: una buena serie sobre lo dura que es la vida, llena de encanto y purpurina

14/07/2018 - 

VALÈNCIA. GLOW es la serie que usted no está viendo y debería, si lo que quiere es pasar un buen rato y dejarse llevar por una historia bien contada, llena de vida y de verdad. No es un gran relato, una producción de esas que en Hollywood llaman high concept, las que nos dejan con la boca abierta por la audacia de la idea motora: el 2% de la población desaparece, un parque de atracciones con androides que comienzan a pensar por sí mismos, un avión se estrella en una isla llena de fenómenos extraños, una dictadura teocrática que desprecia a las mujeres se instala en Estados Unidos, un profesor de química con cáncer terminal se convierte en narcotraficante, seguimos a un serial killer en su vida cotidiana… 

Esta es la historia de un grupo de mujeres en los años ochenta que, por diversos avatares de la vida y cada una con sus propias circunstancias, deciden participar en un programa hortera de televisión sobre lucha libre femenina. Así, a priori, la premisa no despierta gran interés ni parece destacar en el océano de series en el que nos movemos. Sin embargo, una vez empezada descubres que te apetece mucho pasar un rato con esas mujeres y verlas batallar por un lugar en la sociedad, aunque ese lugar sea un ring de pacotilla y tengan que hacerlo envueltas en purpurina, laca, calentadores y cardados imposibles; que son una buena compañía y que de verdad tienes ganas de quedarte a vivir allí con ellas un rato y saber qué les pasa. Es la magia de un buen guion y un puñado de personajes atractivos y bien construidos. GLOW es eso que llamaríamos una serie con encanto, aunque encanto sea un concepto de los que carga el diablo, dificilísimo de definir y a veces encubridor de la nada. Tranquilidad, no es el caso, que aquí hay sustancia. 

GLOW son las siglas de “Gorgeous Ladies of Wrestling”, esto es, “Hermosas Damas de la Lucha Libre”. Se trata de un programa de la televisión USA que comenzó su emisión en 1985 y se convirtió en un fenómeno de masas y también de culto; tras emitirse 104 episodios, continuó como espectáculo en vivo en lugares como Las Vegas. La serie de la que hablamos, cuya segunda temporada ofrece ahora Netflix, se inspira en él para contar, de forma ficcionada y mediante personajes inventados, una historia que no es la real, pero podría serlo. Y aunque está ambientada en los ochenta, con su moda y su música, es necesario decir que, al contrario que otras series, la recreación histórica no se come a la narración. No es un fin en sí misma ya que está totalmente al servicio de la historia y, por lo tanto, no juega la carta de la nostalgia, tan paralizante a veces.

En GLOW hay mujeres de todo tamaño, apariencia, color y condición. La trama central, la que nos introduce en la historia, es la que tiene por protagonista a Ruth, una aspirante a actriz que va de fracaso en fracaso, tanto en lo profesional como lo personal, magníficamente interpretada por Alison Brie, una de las protagonistas de Community, a quien también pudimos ver en Mad Men. En el programa hortera de lucha libre Ruth encuentra un lugar bajo el sol. Un espacio donde se siente segura y acompañada, formando parte de algo. A cada una de las mujeres, tan diversas, que llegan a GLOW le pasa algo parecido. Aquí la historia bebe mucho de la realidad, porque el grupo de mujeres que formó el GLOW real alcanzaron un altísimo grado de complicidad, la sororidad que las hacía fuertes, y no nos referimos a la complexión física. 

En la serie, los personajes por separado son bien interesantes y cualquiera de ellas merece un episodio propio, pero juntas funcionan de maravilla. La dinámica del grupo, que incluye enfrentamientos, sororidad, desconfianza y apoyo mutuo atrapa irremediablemente. Las características del espectáculo que han de desarrollar son más bien duras. No solo han de aprender a luchar y a golpear y caer sin hacer(se) daño, en pro de la farsa que es el espectáculo de wrestling, a enfrentarse al ambiente machista del ámbito profesional en el que se mueven y a la incomprensión de su entorno, sino que han de cargar con burdos estereotipos de sexo y raza, tal como sucedía en el programa real de los ochenta. Los personajes que deben interpretar dentro del ring son cosas como la musulmana terrorista, la negra ignorante y pobre, la rubia estúpida, la oriental servicial, la inglesa sabionda, la latina pueblerina, la rusa violenta, etc. La serie saca oro de estas circunstancias, al enfrentar a las mujeres reales con el cliché, y mostrar así las entrañas de una sociedad desigual y profundamente racista y sexista. Y aunque son los USA de los ochenta, los ecos con la actualidad son muchos. 

 

El equipo de actrices/luchadoras está capitaneado por un hombre, el director Sam Sylvia, encarnado brillantemente por el cómico de stand up Marc Maron, uno de los mejores personajes de la serie y uno de sus grandes aciertos. Sylvia es un director de películas cutres de terror, otro fracasado, que ha de aceptar dirigir a esas mujeres por que no tiene donde caerse muerto, lo cual le lleva a despreciar profundamente lo que hace y a las propias protagonistas del programa. Es cínico, borde y tiránico, aunque tiene muchas más capas que va revelando poco a poco, incluido un cierto código del honor que surge mientras va aprendiendo a respetar a las mujeres que forman la troupe de GLOW. 

Varias veces ha salido la palabra fracaso en este artículo y eso es porque es uno de los temas centrales de la serie. Todos, ellas y ellos, son, según los cánones de la sociedad capitalista de consumo, unos fracasados. Está claro que si has acabado, como productor, director o protagonista, en el cutre programa de las luchadoras de wrestling, es porque has tocado fondo. En el caso femenino y en la sociedad masculina del éxito profesional, ¿cómo no iban a ser despreciadas unas mujeres que se dedican a la farsa de la lucha libre, representando clichés vergonzosos? Sin embargo, para ellas, va a ser una vía de empoderamiento. Para la friki incomprendida, para el ama de casa harta de verse reducida al papel de madre, para la actriz fracasada, para la aspirante a famosa, para la chica discriminada por ser diferente, para la repudiada por ser negra. 

 

GLOW es el lugar desde el que reivindicarse en su fortaleza y en su diferencia e identidad. La fuerza del grupo, pero también el desafío que supone su actividad profesional, les proporciona la dignidad que les niega la sociedad. Ello no quita para que haya momentos en que la realidad se imponga y surjan las contradicciones y estallen las miserias que la purpurina tapa. En la segunda temporada, un magnífico capítulo que enfrenta a una de las protagonistas con la mirada de su hijo, atónito ante el espectáculo que su madre ofrece al mundo, es especialmente revelador. 

Pero la salvación existe. Y está en la dignidad del mundo del espectáculo. La dignidad de quienes se dedican a hacer más feliz a la gente y más llevadera su vida. Aquellos y aquellas que se dedican, en cuerpo y alma, a la diversión ajena, encontrando ahí el sentido de su vida. Y eso vale tanto para una obra de Shakespeare en el teatro más prestigioso como para una farsa de wrestling en una cadena de televisión ignota. También para un amargado director de películas idiotas de serie Z y para una inteligente actriz sin futuro reconvertida en luchadora. That’s entertainment!

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