Así justificó el régimen franquista la muerte de Carceller, el editor de ‘La Traca’
Así justificó el régimen franquista la muerte de Carceller, el editor de ‘La Traca’
VALÈNCIA. En un ejercicio de pulcritud histórica, los restos del dictador Francisco Franco abandonan hoy jueves el Valle de los Caídos, para su posterior reinhumación en el cementerio de El Pardo-Mingorrubio. Se cierra así una de las (no pocas) cuentas pendientes en materia de memoria histórica, una reparación que, desde el mundo del arte, también se ha trabajado desde hace décadas. No son uno ni dos los artistas que han reflejado en sus obras los horrores de la guerra civil española o de la dictadura franquista, haciendo uso de manera explícita en muchas ocasiones de la figura de Franco. Hace pocos años, de hecho, el artista Eugenio Merino llevó a la feria de arte contemporáneo ARCO una figura del dictador congelada en una nevera de bar, convirtiéndose en el proyecto más mediático de la edición. Él es uno de tantos que, a través de su filtro creativo, ha transformado el horror en arte. Si bien son innumerables las veces que el arte ha puesto sus ojos en el dictador, hoy Culturplaza hace un breve recorrido por algunos de los trabajos incluidos en muestras o colecciones valencianas. Contra el fascismo, cultura.
Pocos meses antes de pintar el Guernica, el gran símbolo contra la barbarie en la guerra civil española, Picasso inició Sueño y mentira de Franco (1937), una sátira contra el dictador que bebe formalmente de las aleluyas –vinculadas posteriormente al mundo del cómic- y en la que ya se intuyen algunas de las figuras que, en el mismo tiempo, dieron forma a la gran obra del malagueño. “En esta virulenta sátira se presenta al dictador, deforme y agitado, codiciosamente instalado en la mentira en vez de la verdad, ejerciendo su acción destructiva: Franco demoliendo la estatua de la República, Franco arrodillado ante una moneda de un duro, Franco cabalgando sobre un cerdo...”, relata el historiador del arte Juan Carrete Parrondo en el catálogo de obras maestras de la colección de Fundación Bancaja, que incluye las mencionadas piezas. Las dos estampas, realizadas con la técnica del aguafuerte y aguatinta, fueron vendidas en beneficio del fondo de socorro de la República Española, una vinculación que marcó la vida y obra del genio, que falleció en Francia en 1973, apenas dos años antes de la muerte del dictador y la consecuente transición democrática. Fue en 2008 la última vez que Fundación Bancaja las expuso, en la muestra Picasso. El deseo atrapado por la cola, aunque posteriormente han sido cedida a centros como el Museo de Arte Moderno de Santo Domingo.
Aunque sin presentar la figura de Franco, no son estas las únicas piezas de la colección que remiten a la dictadura, como la Serie Guerra Civil (1973), de Equipo Realidad, formado por Jordi Ballester y Joan Cardells, que, indica el catedrático Román de la Calle, se plantean más como una “relectura de imágenes” y no tanto “a partir de consideraciones racionales e históricas”, una cierta “asepsia” que se intuye en los propios títulos: Don Manuel Azaña hablando por la radio, Cuatro personajes o Tres milicianos. Otro de los ejemplos que se extraen de la colección de Fundación Bancaja lo firma Joan Genovés con la pieza Presos políticos (1973), una oscura obra que habla de la represión.
Y de la Fundación Bancaja al Institut Valencià d’Art Modern (IVAM), que actualmente expone un Franco… escondido. Hace apenas unos días presentaba la exposición Suma y sigue, que reúne los diez ejemplares de esta histórica publicación, que en los años 60 supuso la introducción en España de las tendencias y los debates estéticos internacionales. Y es una de las portadas, cada una firmada por un reconocido artista, la que ha introducido de manera sorprendente la imagen del dictador en el museo. Y es que la obra firmada por Monjalés incluía originalmente una efigie de Franco, que finalmente se decidió tachar con tinta negra. Fue durante la presentación de la exposición que el propio autor se dio cuenta que el paso del tiempo la estaba descubriendo. También el MACA (Museo de Arte Contemporáneo de Alicante) habla de la represión con icónicas piezas como el Arresto II (1972) de Rafael Canogar o la Montserrat Criant (1936-1940) de Julio González, que se vincula con la Montserrat que presentó en el pabellón de la República Española en la Exposición Internacional de París de 1937, una escultura que representa a una campesina catalana, con una hoz como símbolo de las luchas obreras y un niño como alusión a las víctimas inocentes de la Guerra Civil.
Y no se puede hablar de artistas y dictadura sin dedicar un destacado espacio para La Traca, la mítica revista satírica valenciana, editada por Vicente Miguel Carceller, que dibujo a Franco de todas las maneras imaginables. Y un poco más. Con una tirada en 1931 de medio millón, solo comparable a Interviú, el semanario se convirtió en un símbolo de la batalla contra el fascismo y el poder eclesiástico, un pulso que tuvo respuesta. No eran pocas las denuncias acumuladas por sus dibujos “pecaminosos”. Tanto es así que en 1921 publicaron un especial, El número de la multa, en el que presentaban al director de la publicación como un cerdo –“tan chove i tan desgrasiat” (sic)- y en el que se ‘disculpaban’ (ejem). “Mosotros entendemos que la Moral de un prediólico ampiesa pagando al impresor y no resibiendo subvensiones ni sobornos de naide. Y si en eso consiste la verdadera Moral, dende agora aseguramos que La Traca es el prediólico más honrao del universo”, rezaba el texto, firmado por los “puercos” de La Traca, incluido en este número especial, un ejemplar custodiado por la Biblioteca Valenciana Nicolau Primitiu y que, entre otras piezas, dio forma a la magnífica exposición La Traca. La transgresión como norma, que acogió en La Nau entre 2016 y 2017.
Y era el dictador Francisco Franco una de las ‘estrellas’ del semanario, al que, de manera habitual lo presentaban vestido de mujer o como hombre homosexual. “Estos malditos rojos me hacen andar de cabeza… ¡con razón me llaman el ‘general invertido’!”, reza la portada del nº127 (1938) de la publicación, en la que se le presenta con un lazo haciendo el pino, que se suma a otras caricaturas en las que se le ve ‘suspirando’ por unos plátanos que le recuerdan a Marruecos o, directamente, en la cama con un hombre, un “cuerpo a cuerpo” dibujado por Carnicero. El humor, claro, no parecía el fuerte del dictador, que no dudó en –intentar- acabar con todo aquello que rodeaba al semanario. “[…] El citado semanario se dedicaba de la manera más baja, soez y grosera a insultar a las más altas personalidades representativas de la España Nacional, de la dignidad de la Iglesia y los principios informantes del Glorioso Movimiento Salvador de nuestra Patria, aprovechando la popularidad adquirida en años anteriores, en beneficio de la subversión marxista”. Este es un extracto de la sentencia del Consejo de Guerra del 10 de junio de 1940, por la que se condenó a muerte al editor de la publicación, Vicent Miguel Carceller, y al dibujante Carlos Gómez Carrera, conocido por el seudónimo de ‘Bluff’, que fueron fusilados en Paterna.
Qué mal lo pasaría estos días el dictador si se pasara por los quioscos y viera las portadas de publicaciones como El Jueves o Mongolia. Eso, o un paso en pleno mes de marzo por las calles de València. Las Fallas son sinónimo de humor, socarronería y actualidad, así que no son pocas veces las que el dictador ha sido pasto de las llamas en la noche de la cremà. Este mismo año, con el debate encendido en torno a la exhumación y el auge de la extrema derecha en España y Europa, no fueron pocos los ‘dictadores’ que vistieron las fallas de la ciudad y la Exposició del Ninot, incluida una parodia de la polémica del artista Eugenio Merino en la feria ARCO.
La memoria histórica es uno de los temas recurrentes en las propuestas artísticas del Centre del Carme. Actualmente, y hasta el 1 de diciembre, se puede ver la muestra de Ana Teresa Ortega, donde presenta el proyecto ‘De trabajos forzados’, con imágenes de las obras públicas realizadas por los presos desde 1937 hasta la década de los 70 para redimir su pena, o el proyecto ‘Presencias sombrías’, un trabajo con escritores sobre el exilio. “Las fotografías de Ana Teresa Ortega no pretenden ser representaciones de la realidad actual, sino que nos hablan de otro momento histórico pasado que se hace presente: a través de la memoria de una actividad oculta, de la que conocemos pocos testimonios y de la que solo nos queda la huella y el silencio”, explica el comisario de la exposición, Pep Benlloch. Por su parte, hace apenas unas semanas el Museu d’Etnologia de València clausuró la exposición Prietas las filas, una muestra en la que abordaba el franquismo como régimen político y como ideología, con la intención de analizar los mecanismos de adoctrinamiento, la política de propaganda y la construcción de un sentimiento y una memoria nacional nueva, basada en los tres pilares del régimen: La Falange, el ejército y la religión. Y también la memoria histórica ha sido un tema recurrente
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