TÚ DALE A UN MONO UN TECLADO

Fanáticos españolistas, independentistas, religiosos y fascistas (o el mismo descerebrado con diferente disfraz)

Remake a la española de la novela “4 3 2 1” de Paul Auster

20/09/2017 - 

Según la leyenda familiar, el abuelo de Fernando Gusón García salió a pie de su pequeño pueblo de Tarragona para trabajar en Madrid, donde un tío segundo soltero le había dejado en herencia un local que convirtió en una tienda de reparación de muebles y electrodomésticos. A su muerte, el comercio pasó a manos de su padre.

1.

La tienda fue creciendo y expandiéndose, así que cuando Fer Gusón solo tenía 4 años, su familia compró una casa en uno de los barrios más ricos de Madrid. Fernandito, como lo llamaban sus amigos, estudió en un prestigioso colegio, aprendió a jugar a tenis en un club privado y, a pesar de que algunas veces se reunía en una parroquia con un grupo cristiano al que acudían la mayoría de sus amigos, el Real Madrid era su verdadera religión.  

Desde adolescente fue abiertamente de derechas y no disimuló jamás su odio hacia los catalanes: Si vas a Barcelona y les hablas en español, te contestan en catalán para joder, decía sin haber estado jamás en Barcelona. Piensan que son superiores a los madrileños que somos la capital, decía. Se creen que merecen más privilegios que al resto de autonomías, decía. Y cuando Zapatero comenzó la negociación del Estatut de Catalunya, se indignó tanto que, durante un partido en el Bernabeu, tiró una botella de agua al portero del Barça. Por desgracia para él no le dio. Por suerte para él, la derecha paró la negociación del Estatut. Que se jodan los polacos. A esos ni agua, dijo.

Años después, vio crecer la semilla del independentismo catalán y su odio aumentó. Ralló varios coches con matrícula de Barcelona, se puso la bandera rojigualda en el balcón y acusó a los políticos catalanes de corruptos en las redes sociales. De las corrupciones de los suyos no dijo nada. Tras el atentado de Barcelona puso esta frase en twitter: Más catalanes deberían haber muerto.


2.

Hubo un incendio en la tienda de su padre que los dejó en la ruina, así que cuando Fer Gusón solo tenía 4 años, su familia volvió a Tarragona donde el hermano de su padre le dio trabajo en una fábrica textil. Ferrán, como lo llamaban sus compañeros, estudió en un colegio público en catalán, se apuntó a un grupo de castellers y se hizo tan hincha del Barça que incluso se tatuó su escudo en el pecho.

Desde adolescente fue abiertamente antiespañolista y no disimuló jamás su aversión hacia ciertos símbolos que él denominaba fascistas como los toros, el rey, la bandera rojigualda y la camiseta del Real Madrid. Los españoles nos roban dinero, decía en catalán. Quieren imponernos un idioma que no es el nuestro, decía. Somos la comunidad que más dinero hace ganar al Estado y solo hacen que insultarnos, decía.

 

Cuando Zapatero comenzó la negociación del Estatut de Catalunya, se indignó porque le pareció un insulto. ¿Eso es todo? Y cuando la negociación se paralizó se convenció de que la única vía para no ser expoliados era la independencia.

Fue a manifestaciones contra el gobierno central, puso la bandera estelada en su balcón, participó activamente en la Diada y acusó a los políticos españoles de corruptos en las redes sociales. De las corrupciones de los suyos no dijo nada. Cuando murió el torero Iván Fandiño puso en twitter: Que se joda. Espero que le corten las orejas y el rabo.


3.

Hubo un incendio en la tienda de su padre que lo pilló desprevenido en el almacén donde murió asfixiado por el humo, así que cuando Fer Gusón solo tenía 4 años, quedó huérfano de padre. Un año después su madre se casó con Abdel, un joven dentista musulmán al que había conocido poniéndose un empaste. Su madre abrazó el islam, se puso el velo y los tres juntos viajaron a la Meca de luna de miel. Fer —que cambió su nombre por Mohammed pues le parecía una falta de respeto hacia su religión llamarse como el rey católico que expulsó a los musulmanes de la península— acudía regularmente a la mezquita. Poco a poco fue distanciándose de sus amigos de la escuela y juntándose solamente con adolescentes musulmanes. Son infieles, decía en árabe, idioma que estaba aprendiendo. Debemos acabar con el capitalismo en nombre de Alá, decía. Una vez, por la calle, escupió en la cara a una chica que iba con minifalda y camiseta de tirantes llamándola Puta. Ni siquiera lo pensó, solo lo hizo, pero se sintió bien defendiendo a su Dios.

Cuando cumplió dieciocho años se dejó crecer la barba. Un día alguien le habló en secreto de un imán que reclutaba jóvenes para la guerra santa. Se presentó ante él, hablaron y viajó a Afganistán, donde se unió a Estado Islámico. Meses después podía vérsele en un vídeo de Youtube en el que se decía que recuperarían Al Andalus en nombre de Alá. Estaba al fondo, pero su madre lo reconoció. 


4.

Un día entraron a robar a la tienda y tuvieron que cerrarla debido a las deudas. Desde los 4 años, Fer Gusón escuchó la misma versión de la historia de boca de su padre: seguro que fueron esos putos inmigrantes, moros o negros o rumanos, todos son iguales. Poco a poco Fernando —orgulloso de llamarse como el Rey Católico que expulsó a los moriscos— fue repitiendo esas palabras, que quedaron grabadas en su corazón. Si eran pobres, era por culpa de los inmigrantes, se repetía siempre. Y cuando sus amigos tuvieron moto y a él no pudieron comprársela, insultó a una compañera senegalesa del instituto llamándola Mona y pegó una paliza a un compañero de Ecuador al grito de Vete a tu puto país.

Desde adolescente fue abiertamente racista y no disimuló jamás su aversión hacia los progres. Los inmigrantes nos roban el dinero, decía. Colapsan la seguridad social, decían. Quieren imponernos costumbres que no son nuestras, decía.

Cuando cumplió dieciocho años conoció a un grupo de ultraderecha, se tatuó una svastica nazi en la nuca y puso una bandera preconstitucional sobre su cama. Meses después podía vérsele en Youtube en un vídeo en el que abofeteaba en el metro a una chica musulmana que volvía de la Universidad, sin razón aparente, ante la mirada atónita del resto del vagón. Era un vídeo de baja calidad, pero su madre lo reconoció. 

(En un relato de Borges titulado “Los teólogos”, dos enemigos acérrimos que llevan toda la vida enfrentados descubren tras morir y llegar al cielo que son la misma persona. La existencia era diferente pero la esencia era la misma, como la de este hooligan retratado en cuatro de sus posibles historias vitales)