VALÈNCIA. Coja usted un tarro e introduzca en su interior un talent show al estilo de Factor X, una macedonia de vínculos familiares de distinta naturaleza y unas cuantas cucharadas de emotividad desatada. Salpimiente la mezcla con referencias a la cultura popular valenciana de las últimas décadas (del socarraet y sus periferias al ‘Kame hame ha’ de Bola de Drac) y no sea rácano en lo que a recursos técnicos se refiere. Voilà: el resultado es Family Duo, la apuesta de À Punt para la noche de los sábados que inició este 22 de septiembre su andadura con la primera sesión de audiciones. Y es que, estamos en 2018 y no hay cadena pública o privada que se resista a los encantos de un concurso musical, es el signo de los tiempos.
A lo largo de más de dos horas -una duración quizás excesiva para quienes no sean fans enfervorecidos de este tipo de citas- 13 binomios de hermanos, primos y enamorados trataron de demostrar sus dotes vocales en un concurso musical en el que se respiraba un ambiente tan blanco, candoroso y entrañable que cualquier espectador con unos mínimos gramos de cinismo en su alma podía llegar a sentirse al borde del colapso nervioso. Nos encontramos ante un espacio que busca resultar amable, simpático y dulce como el merengue. Si quiere sentir tensión, póngase un capítulo de The Handmaid’s Tale, aquí se está jugando a otra cosa y el tono queda cristalinamente establecido desde el minuto cero. A la diversidad de parentescos de este catálogo en prime time, se le suma la de estilos: desde el flamenco hasta el blues, pasando por los mariachis y los grandes hits de Mónica Naranjo o Bonnie Tyler. Family Duo apuesta por tocar todos los palos. En cuanto al aspecto técnico, las compañías Lapònia TV y FremantleMedia, empresa responsable de programas como el británico Got Talent, se encuentran a los mandos de esta máquina televisiva. Un sello propio que queda patente en la factura final de Family Duo, cuya producción, dentro del contexto y los medios de una televisión autonómica, puede mirar de igual a igual a espacios como La Voz. No en vano, la cadena valenciana ya adelantó que se trataba de uno de sus proyectos más potentes de la temporada. Formalmente, se trata de un producto de calidad, cuidado con primor, y eso se nota. Nada de complejos. Si hablamos de ejecución, esto podría haber sido un 'quiero y no puedo', pero han podido.
El clásico presentador de la extinta Canal 9, Joan Espinosa, ejerce aquí de maestro de ceremonias, aunque su papel en esta primera entrega se limitó a interactuar con los concursantes y sus parientes. Por su parte, Sonia Fernández conducirá un espacio diario en el que se conocerá de forma más cercana a los participantes. No hay certamen que no cuente con un jurado, cuatro nombres componen el de Family Duo: Carlos Marco, exmiembro de Auryn y etiquetado como un “millenial descarado”; la vocalista de Carraixet , Mari Giner, “dicen que soy de una rotunda humanidad” y “me considero muy feminista” fueron sus frases de presentación; la actriz Sandra Cervera, “apuesto por la sensibilidad”, asegura; y Sergio Alcover, que conoció las mieles del éxito con Fama a Bailar y se define como “cercano, exigente y perfeccionista”.
Como reflejó con maestría la distópica Black Mirror en su episodio Fifteen Million Merits, existe un subgénero en este tipo de talent shows que suele moverse entre el grandilocuente halago a los participantes y la crítica arrolladora que roza en ocasiones la humillación. Para ello, es habitual que los jueces se repartan los roles: compasivo, estricto, gracioso… Sin embargo, no fue esto lo que se vio en la primera entrega de Family Duo, donde el jurado optó por el entusiasmo continuo cuando la valoración es positiva y el consuelo reconfortante cuando se opta por la eliminación. No hay hueco aquí para los ácidos verdugos que tratan de emular a Risto Mejide. “Brutal”, “Me rindo ante lo que habéis hecho aquí”, "He llorado de la emoción", “Sois muy especiales” son solo un pequeño extracto de la profusión de alabanzas emitidas a diestro y siniestro. El contrapunto llegó, de vez en cuando, de la mano de Carlos Marco, que ejerce de intermitente enfant terrible.
En esta primera fase del concurso, formada por unos siete programas, los 300 duetos participantes deben superar dos pruebas: primero tendrán que ganarse a un jurado compuesto por profesionales y, en caso de conseguirlo, actuarán con una canción diferente ante los espectadores congregados en plató. Si consiguen el 75% de votos positivos, podrán continuar en el programa. En la segundo bloque del programa, comenzarán las batallas entre los 36 binomios seleccionados. El premio para los ganadores es de 10.000 euros.
Durante la presentación de Family Duo a la prensa, celebrada a finales del pasado julio, Cesar Martí, director de Contenido y Programación de À Punt comentaba que este programa se concebía también como “una forma de canalizar, a través del prime time, todo el conocimiento que han regalado las sociedades musicales a los pueblos”. Así, los miembros del equipo hablaban del patrimonio sonoro como “el ADN” de la cultura valenciana. Quizás por ello, el programa abrió con una actuación que parecería ejercer también como declaración de intenciones: la pareja integrada por la cubana Dahyara y el castellonense Carles interpretaban Lladres, de los míticos Al Tall, en una versión creada por la Big Band de Borriana. Compitiendo en valencianía, llegaban Alfons y Carmen, hermanos de Nules que le han compuesto un rap a la Paella (rimas combativas contra el arroz con cosas). Sin embargo, tras ese arranque en clave identitaria, la presencia de música autóctona quedó reducida a algún tema de Txarango y Aspecant y a la canción de cuna Benvingut xiquet. No puede decirse que el valenciano fuera la lengua mayoritaria en el repertorio elegido por los equipos de esta primera entrega, pero sí estuvo presente al mismo nivel que el inglés o el castellano.
Entre los participantes, vecinos de todas las coordenadas que conforman el territorio (¿vertebrar, alguien ha dicho vertebrar?): Onil, Xàtiva y Sedaví son algunos de los municipios que contaron con representación este sábado. La cuota infantil la pusieron Ángela y Gema, primas benidormenses de 11 años que emplean el nombre artístico de Les Carxofes Marxoses. Interpretaron, por cierto, dos temas surgidos de la reciente edición de OT, convertidos ya en repertorio canónico para este tipo de certámenes. Una de las parejas triunfadoras de la noche fue la de Cristian y Jordi, rockeros de Alcoi a los que les gusta Maria Callas y que epataron al respetable con Show must go on y Eye of the tiger. El drama de la velada llegó --Atención se avecina un spoiler-- con la deriva de Mila y Miranda, tía y sobrina que conquistaron al jurado gracias a Caruso (Sergio Alcover las puso al nivel de Pavarotti), pero cuya versión de Abba no logró fidelizar a los espectadores y, por tanto, fueron eliminadas. Para los jueces profesionales la noticia supuso un jarro de agua fría “las veía como posibles ganadoras del concurso”, confesó Marco --Fin del spoiler, puedes seguir leyendo sin miedo--. Así fueron sucediéndose audiciones y parentescos, parentescos y audiciones. El vínculo más extraño de la noche fue el de Paula y Bastian (sí, como el protagonista de La historia interminable): “Es el novio de mi prima”, resumía la concursante. Porque, como recuerda cualquier mortal cada año cuando se encuentra atrapado en la comida de Navidad, la familia política también es familia, al fin y al cabo.
Ya fuera por comparación con el intenso comienzo vivido o debido a lo extenso del metraje, el programa encaró su recta final con cierta pérdida de ritmo. No es el único talent show al que le sucede y, de todas formas, el programa todavía tiene margen para engrasar sus mecanismos de cara a las próximas entregas. En cualquier caso, Family Duo constituye una propuesta muy digna y honesta que ofrece exactamente lo que promete. Más o menos, igual que hizo este verano la película Megalodón con los amantes de los tiburones XXL. El sábado que viene, tiene una nueva oportunidad para comprobarlo por usted mismo.
A lo largo de su mandato, Costa lo apostó todo por la audiencia, pero sin un respaldo presupuestario ni burocrático, no ha habido modelo que asentar sino situaciones que amortiguar