ALICANTE. Tomás Ramírez Jiménez, con jota de Jaén, es (ha sido ya) la encarnación humana del aceite de oliva de Andújar: suave y bondadoso. Pero también alegre y optimista, como buen andaluz. Se nos acaba de ir en un día gris y lluvioso, justo lo contrario de lo que él era: blanco y cálido como sólo pueden ser los hijos del olivar. Ha muerto, al filo de las tres de la tarde, un hombre, un hijo, un marido, un padre que ha luchado hasta el final contra la injusticia de una muerte que le llega, con sólo 63 años, demasiado pronto.
Con Tomás muere un luchador, el mismo que, acabado el bachillerato marchó a Madrid para estudiar Periodismo y sufragarse él mismo la carrera. Un día de pintor, otro colocando las pegatinas de envases de conservas, otro buscándose la vida en el comedor de la Facultad, otro más donde encontrara cobijo. Detrás de esa imagen de su mostacho de guardia civil (algo de eso tenía en la sangre) había un hombre del sur del Mediterráneo pero escaldado de las fuertes sartenes de fuego estival que produce el corazón de Andalucía. Era cálido como sus ancestros cordobeses, como las noches que medio desnudo trabajó en los talleres de un periódico local de la antigua capital de Al Andalus al principio de su veintena, en el aprendizaje del oficio con el que tanto disfrutó, al que tanto dio, pero del que recibió tan poco.
Acabada la carrera, que tanto trabajo le costó concluir, juró bandera a las orillas del Tormes, en Salamanca. Como demostró a lo largo de las décadas siguientes, se empapó de la sabiduría charra. Esa mezcla de experiencias jienenses, cordobesas, madrileñas y salmantinas explotaron en Alicante. Primero en Benidorm, donde encontró el cobijo suficiente en Canfali para dar los primeros pasos en la prensa escrita, tras sus experiencias veraniegas en la caldera cordobesa.
Pero Tomás, al que tantos y tantos periodistas recordarán por su saludo tan espontáneo como cariñoso al entrar a una redacción: “¡Quietos los dineros!”, al tiempo que chasqueaba sus dedos como nadie, como nadie que no sea andaluz, no se puede entender sin Reme, su amor de Pulpí, su otro yo, su pareja, su mujer, la madre de Alberto e Irene. Luego llegaron sus tiempos de redactor de noche en Información, su trabajo en el Ayuntamiento de Alicante, ora en el gabinete de prensa, ora como apoyo del movimiento vecinal. Fue una época bonita: los años ochenta, dos hijos, una ciudad y un equipo municipal con ganas de hacer cosas que tuvo su final, justo en la mitad de la década de los años noventa.
Nadie como él supo aceptar la cuesta arriba, volver a empezar, enfrentarse a las farragosas nuevas tecnologías. Pero lo hizo con la entereza, la valentía, el optimismo y la fuerza alegre que sólo las gentes que han nacido bajo la luminosidad de Andalucía y crecido con pan y aceite saben dar a la tarea diaria.
Colaboró en La Verdad, del mismo modo que fue guionista y pieza imprescindible de publicaciones de la Diputación de Alicante, como aquel ‘Pueblo a Pueblo’ y todos aquellos documentales en los que fue clave para su desarrollo: Castillos de Alicante, Chapí, Alicante pueblo a pueblo y más de 70 guiones sobre los municipios de la provincia. En los últimos meses estaba enfrascado en un documental sobre la guitarra. De La Verdad, pasó a El Mundo, con Pepe Soto y Joan Vicent Hernández. Años después, un nuevo salto mortal, a Las Provincias. Si en El Mundo escribió de las comarcas alicantinas, en el periódico de Federico Doménech fue un elemento fundamental de la crónica local.
Tomás era andaluz, era jienense, pero era alicantino. Así lo evidencia su ninot en el Museo de les Fogueres de Sant Joan. Al igual que le quieren, que le quisieron, sus amigos del movimiento vecinal, sus compañeros del Ayuntamiento de Alicante, guardan, guardaron de él un inolvidable afecto foguerers y barraquers, la gent de la festa. Porque Tomás fue uno de los impulsores del movimiento para la recuperación del Carnaval en Alicante, en los primeros años de la década de los ochenta. Muere un amigo, un compañero, muere un hombre que siempre superó las adversidades de la vida con optimismo y alegría. Muere, ha muerto, un periodista de los pies a la cabeza. Muere, ha muerto, una buena persona. El paradigma de buena persona.
Tomás Ramírez Jiménez murió ayer a las tres del mediodía en Alicante. El funeral se oficiará a las seis de esta tarde en el Tanatorio de Sant Joan.