MADRID. Los datos del Instituto Nacional de Estadística hablaban el año pasado de la existencia de 3.236.582 empresas activas en nuestro país, un 1,6% más que el año anterior, según la actualización del Directorio Central de Empresas (DIRCE) a 1 de enero de 2016. Se trataba del segundo incremento consecutivo en el número de empresas activas después de 6 años de bajas, pero no por ello se recuperaba el número de empresas desaparecidas del tejido como consecuencia de la crisis. Los datos de 2008 del mismo directorio recogen la cifra de 3.422.239 empresas activas, es decir 185.657 empresas más. Entonces ¿por qué se habla tanto de la burbuja emprendedora?
“Creo que emprendedor hay mucho y que se tiene una visión diferente de ellos. El cambio desde cuando empezamos nosotros, en 2004, al día de hoy es brutal. Hay mucha gente con ideas. A veces da un poco de miedo pensar que animamos, quizá demasiado, el emprendimiento. Hablamos mucho de casos de éxito cuando la realidad es que la mayoría fracasan. Eso hay que decirlo y ser conscientes de ello, a veces somos demasiado frívolos animando a la gente a emprender”. Es la opinión de Javier Castaño, anterior chief financial officer de Agnitio , empresa tecnológica española especializada en biometría de la voz vendida al grupo estadounidense al grupo Nuance.
Javier Villaseca, CEO y fundador de SociosInversores, habla también de un “boom del emprendimiento en nuestro país”, pero lo relaciona más con una “eclosión rápida” que con una burbuja, aunque también observa algún caso de sobrevaloración.
Sin embargo, no es esa la visión que tiene María González Picatoste, account executive de Endeavor, organización sin ánimo de lucro de apoyo a los emprendedores de alto impacto. “Yo el término burbuja lo relaciono con especulación más que con la abundancia de empresas o de startups. Emprendedores en España ha habido siempre, aunque es cierto que ahora hay mayor visibilidad y se habla más de ellas. Resultó un concepto muy jugoso en un momento de profunda crisis y con las cotas más altas de desempleo de nuestra historia reciente, pero sirvió también para activar el emprendimiento, aunque algunos se lanzasen a la desesperada. Lo que yo creo que estalló fue la burbuja de la estabilidad, de la seguridad laboral, y ahora son ya pocos los que sueñan con una carrera profesional de 40 años dentro de la misma compañía”.
Entiende también Consuelo González que este caldo de cultivo que ha generado la eclosión de las startups enriquece el ecosistema emprendedor proporcionando herramientas de las que estaba desprovisto. “Todo eso que algunos llaman industria que ha surgido alrededor de las startups, como aceleradoras, incubadoras, capital riesgo…es algo que ya llevaba años funcionando en otros países y aquí no existía. Se ha generado todo muy deprisa, pero yo lo veo como algo positivo y, con el tiempo, se irán corrigiendo los posibles errores que hayamos cometido en su creación”.
Desde la perspectiva de la inversión, lo que piensa María González es que es algo que siempre ha ido ligado de forma natural a la especulación. “Se apuesta por algo que aún no es nada firme, pero que podría llegar a ser grande más adelante. Eso es inherente al emprendimiento, por eso se llama capital riesgo o venture capital, que tampoco es un concepto nuevo”.
No es tan benévola, sin embargo, la visión que tiene del ecosistema Jorge Oliveros, CEO del portal de profesionales Jobin. “Lo que yo entiendo por burbuja en este mundo del emprendimiento es que algunas veces se generan como globos vacíos que acaban por perjudicar a todos. Por muy novedosos que resulten términos como startup, la base de una empresa sigue siendo la misma: yo hago algo, tengo unos costes, yo vendo algo y saco beneficios. Es lo que siempre se ha entendido en una empresa tradicional. En este mundo tecnológico y digital parece que el paradigma ha cambiado. Ahora, para ser una empresa exitosa, no tienes por qué vender mucho, basta con hacer ruido. Todo esto ha perjudicado a muchos inversores que han participado en este tipo de empresas y, en el último momento, han visto caer el castillo de naipes”.
La conclusíón de Jorge Oliveros es que las empresas orientadas al cliente final, B2C, son más propicias que las que se dirigen a otras empresas, B2B, a generar burbuja, motivo por el cual los fondos habrían empezado a apostar más por estos segundos modelos. Pero, aunque la crítica sea grande, Oliveros quiere precisar que “hay gente muy buena y muy preparada, eso hay que decirlo siempre, aunque se haya colado algún vende humo”.
También Pau Castillo, general manager de la startup de logística Shargo, ve señales de burbuja emprendedora. “Yo creo que la burbuja está académicamente definida y que estamos cerca de cumplir con casi todos los parámetros”. Observa también Pau Castillo un giro en los inversores a alejarse de todo aquello que sea usuarios, primero, y monetizar, más tarde, en beneficio de las empresas ya capaces de mostrar una cuenta de resultados saludable. “Es el mismo proceso que se vive desde hace unos meses en EE.UU -aclara- donde se ha producido una desaceleración de los inversores en aquellos proyectos donde la monetización no está muy clara desde el principio”.
Por su parte, Iván Monells, CEO de la empresa de moda sostenible Brava Fabrics cree que cuando se habla de burbuja y especulación se hace más referencia a la sobrevaloración de algunas nuevas compañías que a la abundancia de las mismas. La mejor solución que se le ocurre para paliar el problema, si es que existe, es luchar por ser económicamente sostenible desde el principio y dejar la mediación de inversores y fondos para cuando, realmente, haga falta, ya en fases más maduras de la empresa. Ellos así lo están haciendo y, por el momento, no se puede decir que les vaya mal. En apenas dos años de vida esperan multiplicar por 10 la facturación al terminar este ejercicio y todo ello a base de recursos propios, ayudas públicas, como un Enisa, y productos bancarios, una vía que para gran parte de los nuevos emprendedores, parece haber caído en el olvido.