Un intercambio de pareceres en Operación Triunfo sobre la tauromaquia han marcado la actualidad televisiva. La intervención de Estrella Morente en el programa citando a un poeta tan taurino como proetarra, aparte del escándalo, lo que pone de manifiesto es que este país es un acertijo escondido dentro de un enigma
VALÈNCIA. Los profesionales del mundo de la música se quejan de que Operación Triunfo les quita el trabajo miserablemente. Aspirantes a artistas que solo ofrecen el don de la imitación consiguen una exposición televisiva -en la pública que pagamos todos- que, al otro músico, al creador, le costaría millones de euros. No sé si es una injusticia u otra burla más del destino. El triunfito también le aporta un entretenimiento a audiencias jóvenes que genera pingües beneficios.
Hace 65 años, este motivo, y no otro, es el que levantó lo que conocemos como negocio musical. Hubo empresarios que buscaron desesperadamente pintamonas jóvenes a los que meter en un estudio porque eso daba como resultado un plástico redondo que se vendía como churros. Sí, en lugar de ir a la guerra a que les sacasen las tripas como toda la vida, los adolescentes se habían convertido por primera vez en la historia en un nuevo segmento de consumidores a los que sacarles los ahorros del cerdito.
Sin embargo, soy de la opinión de que un programa de actualidad musical en la televisión pública podría seguir reuniendo grandes audiencias. Lo que pasa es que tampoco le gustaría al músico que se queja de que los triunfitos le quitan el pan, porque hoy ese espacio debería ser un programa de trap y, eso, dicen los que son mu listos y mu cultos, no es música.
Pero sabe dios que la chavalería que trabaja este género iba a dar unas entrevistas de temblar el misterio. En las redes sociales se desbordarían las reacciones por los cuatro puntos cardinales de la Península Ibérica y tendríamos algo que nos gusta, que recordamos toda la vida, que queremos y apreciamos, que nos une: el escándalo.
Operación Triunfo si por algo es criticable es porque es un programa más cursi que un repollo. La vergüenza ajena que impulsa la televisión contemporánea aquí alcanza unas cotas diferentes. Es otra cosa. Es una canción ligera más cerca de Joselito que de Camilo Sesto, con todo lo que conlleva. Lo que no quita que también produzca sus escándalos. El último ha sido espectacular. La cantaora Estrella Morente ha dicho "toros" en prime time.
Este suceso sobrenatural y nunca visto tiene su origen en que antes una concursante había denominado "nazis" a los toreros. Quizá por este motivo, la artista granadina, casada con el torero Javier Conde, aprovechó los minutos en los que estuvo invitada al programa para recitar un poema taurino de José Bergamín. Un drama. El escándalo.
Mi Whatsapp también echó humo, pero por otro motivo. Me preguntaba un amigo si es ético recitar a Bergamín en directo. Como es sabido, al final de su vida fue simpatizante de ETA sin ambages. En los años más salvajes de la ya de por sí montuosa organización terrorista.
Hagamos un esquema del escándalo. Los antitaurinos llaman nazis a los taurinos, que replican con unos versos de un simpatizante de un grupo cuyas acciones eran bien nazis, aunque en sus elucubraciones le hacían la guerra al nazismo. Esto solo lo puede arreglar el propio poeta. Cuando decidió irse a Euskal Herria a vivir entre sus amigos abertzales, declaró: "Ahora soy vasco, porque lo único queda en España de español es el País Vasco". Este país es la curva lemniscata por antonomasia.
Cuando yo era pequeño, los escándalos de la televisión eran menos enrevesados. En un debate literario, Fernando Arrabal se presentó con un ciego del quince. Poco que añadir ahí. Mientras no se trate de un controlador aéreo, entra dentro de nuestras costumbres ancestrales tolerables.
Otra vez, en una gala de Nochevieja, a una cantante italiana se le salió una teta mientras actuaba. Fue un antes y un después. Recuerdo que una vez en clase se corrió la voz de que en Un, dos, tres, cuando fue los lunes, a una de las espectadoras en no sé qué juego que había propuesto Chicho por megafonía, se le había salido, no una, sino las dos "tetorras" -recuerdo perfectamente la palabra empleada.
Odié a mis padres con toda mi alma negra por no dejarme quedarme hasta tarde viendo la tele. Me había perdido el escándalo. No estaba en la pomada. No había sido uno con los demás espectadores. Todavía sigo buscando en las hemerotecas y en YouTube si existieron en realidad esas "tetorras". Bien entrado el siglo XXI, empiezo a pensar que tal vez me tomaron el pelo. Aunque seguiré peinando los ejemplares del próximo periódico que digitalice su hemeroteca. Puede que muera en el asilo viendo todos los Un, dos, tres de los 60 a los 90 en busca de las tetorras que me expulsaron del paraíso en aquel recreo.
En esa época los españoles teníamos los dientes torcidos en una proporción mucho mayor a la actual, no había tantos cuerpos perfilados en el gimnasio, cremas anti-arrugas o rinoplastias y si tenías orejas de soplillo tampoco te iban a llevar al cirujano, te enseñaban a apechugar con los motes y collejas que te iban a caer. Lucíamos también un vestuario mucho más limitado, prendas heredadas de otros familiares y muchas veces con zurcidos, coderas y rodilleras, y nuestros modales y esquemas morales ahora nos parecerían propios del hombre de las cavernas. Las mujeres como mucho se quitaban el bigote, para los hombres depilarse el entrecejo era correr el riesgo de que les raptasen para ser prostituidos en un barco mercante.
A esos españoles, con el escándalo de Sabrina, les pusieron un hermoso pecho en libertad unos segundos en directo y fue como verse abrir las puertas del cielo. A los españoles actuales, políglotas, cachas, con las facciones simétricas, envejecimientos retardados, tecnología punta en sus manos y una rectitud moral exhibida y puesta a prueba a diario, con lo que se les escandalizó fue, precisamente en Operación Triunfo, con una concursante, Amaia, que tenía pelos en el sobaco. Siempre está, gira que te gira, la curva lemniscata ibérica. Hispanistas, volved aquí a entender algo si tenéis cojones.
Interrumpido por el maldito COVID-19 el concurso musical más famoso de la televisión en España, la actual directora de la Academia hace balance de la actual edición y del recorrido en estos tres años desde que OT volvió a la vida después de abandonar la televisión en 2011 de forma precipitada.