Una villa chalet acoge a uno de los estudios más exitosos del país. Un viaje interior a su espacio de trabajo
Lugar: Oficinas de Lavernia & Cienfuegos Dirección: Calle Félix Pizcueta, 23. Bajo interior. València Metros cuadrados: 280 más el jardín Año de inauguración: 2007 Diseñador del espacio: “Nosotros. La obra la llevó Ángel Aguadé y el mobiliario lo puso Valoffice”. Trabajadores: 13
VALÈNCIA. El estudio de Nacho Lavernia y Alberto Cienfuegos, esto es Lavernia & Cienfuegos, es uno de los más reconocidos del país. Por su estilo, por sus premios, por su impronta… Y porque los lugares de trabajo (e incluso los no lugares) tienen la costumbre de hablar de quienes los habitan, el protagonista hoy lo dice casi todo de los profesionales bajo su techo. Por supuesto no podía ser uno más, ni un edificio rutinario cualquiera.
El premio nacional en 2012 Nacho Lavernia me contaba hace unos años en una conversación junto a Dani Nebot los concilios del protodiseño valenciano, cuando se reunían en lugares como la tienda Luis Adelantado, buscando la penumbra, huyendo de la luz y de la ausencia de derechos de reunión. “Teníamos una lechera de la policía en la puerta. No te podías reunir excepto que fueras fallero”. Aquellos diseñadores rebeldes terminaron conformando La Nave, uno de los grandes prodigios de la València contemporánea.
Desde hace cerca de una década Lavernia y Cienfuegos congregan a una quincena de diseñadores en un destino insospechado. Ensanche de la ciutat, calle Félix Pizcueta, la llamada a un portal cualquiera… y dentro, tras rebasar un breve pasaje -hoy está atiborrado de centros florales porque ha habido celebración en el edificio- una villa del XIX valenciano que podría pasar en un momento dado por un retiro en una alberca suiza.
Es una conjunción edificatoria rocambolesca porque el edificio de enfrente, de 1910, tiene una fachada dando a Félix Pizcueta y otra más, lustrosa y honrosa, dando a las espaldas a este chalet. Un jardín, una fuente con nenúfares y pececitos, unas escaleras alzándose como en una composición litúrgica. Solo falta el pintor Pinazo agazapado tras un árbol, captando un ambiente así de bucólico. Las posibilidades interiores de València, sus joyas enclaustradas, comienzan a ser un potencial a punto de caramelo.
De repente en un estudio de diseño nos vemos debatiendo sobre las flores del nenúfar. “La flor del nenúfar sale en mayo. El año pasado salió el día 12. Este año todavía no ha salido”, se escucha. La flor del nenúfar es la Marmota Phil de la casa.
En torno al zaguán vegetal de Lavernia & Cienfuegos ocurren sucesos inesperados: “Hace unos 9 años -cuenta Lavernia- concursamos a un proyecto para la marca Sunsilk (de Unilever). Cuando lo ganamos quisieron venir desde Londres a vernos. Les gustó tanto el estudio que decidieron celebrar en València el meeting anual de responsables de la marca en todo el mundo y de ese modo que el equipo pudiera conocerlo. Montamos un desayuno en nuestro jardín y una charla sobre nuestro trabajo en el interior. Se hartaron de hacer fotos. Fue muy divertido”. La València inesperada, otra vez.
La villa chalet depara ocupaciones singulares. Donde debía haber un cuarto auxiliar como lavadero, hay una sala de pinturas con pantones concentrados en botecitos. Donde debía haber un cuarto de luces en origen, hay una salita de prototipos y herramientas, aunque la máquina de impresión 3D reemplaza al resto.
Todo esto, hace unos años, era una agencia de seguros. Y antes una inmobiliaria. Y un poco antes la agencia de publicidad de Gonzalo de Zárate (“en la que trabajaba como diseñador Boke Bazán”). Cuando el estudio de Lavernia y Cienfuegos quiso abandonar su ubicación en la calle Justicia para ensancharse, recibieron un aviso amigo: “a vosotros que os gustan las cosas raras, tengo un lugar muy especial…”.
En las dependencias superiores del chalet la compañía despliega sus alas. Los diseños se suceden entre los estantes. Envases de crema corporal y gel para RNB, botes para Suavina que amenazan con hacerte flotar, packaging para fragancias de Zara, los chocolates Utopick, sus exitosas botellas de vino para la belga Delhaize. También hay sobre la mesa una caja de galletas con los rostros del príncipe Harry y Meghan Markle, pero eso es porque Lavernia acaba de llegar de Londres y ofrece los biscuits a quienes le visitan.
En su despacho, soleado, se apilan libros y revistas. La calma inunda el espacio. Al frente una sala de reuniones con alma de cenáculo. “¡Es nuestra sala de sacrificios”. La lámpara fascinante de Ingo Maurer fija la simetría. Sobre ella apuntados algunos teléfonos de restaurantes cercanos. “Por si salta la urgencia…”.
Lavernia define el trabajo que se desempeña entre estas paredes: “Hacemos diseño: gráfico, de producto y packaging o diseño de envases. Nos posicionamos como un equipo capaz de conseguir resultados innovadores y a la vez viables, es decir, que se puedan producir en las condiciones y al precio de coste previsto. No es tan fácil hacerlo como decirlo. Una supuesta gran idea no es nada si no es factible”.
¿Qué debe tener un buen espacio de trabajo? “Tiene que ser agradable, cómodo, luminoso, tranquilo, que todo funcione. Y permitir cierto aislamiento, cierta privacidad. Y estar bien comunicado. Y algo que está por encima de todo eso: que haya buenas relaciones personales. Sin broncas ni malos rollos. No debe ser siniestro”.
Para un urbanita como Lavernia es el secreto es poder trabajar en un lugar que permite el retiro completo a tan solo 150 metros de El Corte Inglés.
Antes de acabar con todas las galletas, abandonamos este chalet, puro patrimonio del talento. Los nenúfares todavía no han florecido.
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