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Entendiendo el tobillo al aire en invierno con la 'Sociología del moderneo' de Iñaki Domínguez

Como filósofo y doctor en Antropología Cultural, pero también como moderno -o al menos cultureta-, Domínguez nos ofrece una fantástica radiografía de esta identidad de masas basada en el consumo

12/02/2018 - 

VALÈNCIA. ¿Te has preguntado alguna vez por qué tienes tantas ganas de viajar a Islandia? No solo eso; ¿te has preguntado alguna vez por qué Islandia es un destino tan demandado por los españoles desde hace unos años? De un tiempo para acá el español es casi tan común en este país como las auroras boreales, muy demandadas también. La belleza de la tierra del hielo está fuera de toda duda, pero algo más tiene que haber ocurrido para que siendo tan cara como es Islandia, los españoles viajemos tanto a Reykjavíc. ¿Dónde se esconde el flautista de Hamelín que nos llama desde la carretera anular -la célebre Ring Road- que tantas furgonetas con pasajeros continentales han recorrido ya? ¿En los volcanes, en los glaciares? No, ni en los volcanes ni en los glaciares. Mucho más cerca. De hecho, la llamada ni siquiera proviene de allí. El reclamo se encuentra aquí mismo, en la palma de nuestra mano. En unas fotos preciosas que ha compartido un contacto con barba en su cuenta de Instagram. En esa actualización periódica del timeline que te muestra una tierra sorprendente -muy sorprendente, tan sorprendente como otras que no aparecen en el timeline- y a muchos de tus contactos en ella. ¿Por qué tú no tienes fotos en la noche subártica?

Salvo que te hayas casado ya, tampoco tendrás un álbum con fotos besando a tu pareja entre naranjos vestido o vestida de boda. O puede que sí lo tengas, pero en ese caso será porque tienes suerte y no necesitas pasar por un enlace para disponer de un material tan cuidado y emotivo: seguramente tengas amistades metidas en el negocio de la fotografía de prebodas -y de bodas-. La preboda es indispensable en el siglo XXI, tanto o más que las despedidas. Casi seguro que son más importantes ya que las despedidas, que han quedado revestidas de cierto halo casposo y ruidoso que no casa nada bien con la belleza primitiva de un campo de cereal al atardecer. Pese a todo, las despedidas se resisten a desaparecer: aún están esperando la venida de quien sepa sustituir los penes en la cabeza, los disfraces de Bob Esponja de bazar y las bandas falleras por algo mucho más acorde al canon de las redes sociales que utilizamos. Un grupo de maromos con las caras desencajadas cargando con vasos de tubo y abrazando a un novio vestido de vaca queda feo entre el invierno en Berlín y una paella no filter en el Palmar. Eso lo tenemos claro. ¿Pero tenemos claro, por ejemplo, por qué es tan importante entrar en Berghain, que un brunch es lo mismo que un almuerzo, que empleamos las drogas de un modo utilitario y no ideológico, que las relaciones se han vuelto demasiado tangenciales en según que ambientes y que más que ser, tenemos?

 

Que nadie suspire: esto no va a ser la típica ennumeración pseudocrítica y condescendiente de características del moderneo propia de medio moderno. Por aquí quien más y quien menos se ha esforzado en entrar en Berghain, se ha dejado ver por algún brunch, emplea las drogas para estimularse por la vía rápida, se deja conocer de medio lado o basa su identidad en el consumo. Aquí nadie va a tirar piedras porque nadie está libre de pecado. De lo que se trata en este caso es de apuntar lo acertado que es el ensayo Sociología del moderneo de Iñaki Domínguez -publicado por Melusina- y de desgranar cuáles son las claves de su acierto. Necesitábamos algo así en las estanterías de las librerías de autor de los barrios cosmopolitas -europeos- de la ciudad. Aunque por supuesto, no solo lo encontraremos ahí. Tal y como advierte la contraportada de este libro -que ya solo por la ilustración de la portada obra de Juan García nos obliga a manosearlo un poco-, Domínguez es filósofo, doctor en Antropología Cultural, músico y malasañero, por lo que dispone de una buena perspectiva para analizar el fenómeno; una perspectiva que además, ha sabido aprovechar con muchísima lucidez. Porque puede que los colores de la portada lleven a equívocos, pero que nadie se engañe: esto no es un libro ligero repleto de tópicos que comprar en la FNAC para echarse unas risas ante el reflejo; esto es un ensayo crítico donde sin caer en lo excesivamente técnico o académico, Domínguez despliega las herramientas filosóficas, sociológicas y antropológicas de las que dispone para rascar en la superficie -hay mucha, mucha superficie-, y sacar a la luz lo que subyace a la apariencia reconcentrada del moderno o la moderna.

Y no se anda con rodeos; nada más empezar ya se desarrolla lo que podríamos llamar la paradoja del moderno o del moderneo: “El moderno debe ser cualitativamente diferente a los demás, poseer un aura de distinción. La contradicción en todo ello es que trata de lograrlo por medios contingentes: apariencia, ropa, tatuajes, vocabulario, gustos, que, en realidad, están al alcance de todos. No es gracias a una sustancia propia (talento, inteligencia, carisma) que el moderno destaca, sino por tres medios: 1) el uso de símbolos, 2) un saber ritual aprendido, y 3) la adquisición de bienes de producción industrial”. Domínguez hace mucho hincapié en cómo se produce la construcción de esta identidad -especialmente exprés en el caso de los “modernos de pueblo”-, que lejos de ser exclusiva, se halla ya en la cima de lo común a nivel mundial. Sé único comprando compulsivamente productos en serie, nos pide la publicidad. No seas como los demás: emplea este perfume anunciando en televisión y disponible en cualquier tienda de perfumes del país. La contradicción, no obstante, pasa desapercibida. No así el producto.

¿De dónde viene el moderneo, cuáles son sus antecedentes? ¿Hasta qué punto afecta a la sociedad en su conjunto su materialismo, nihilisimo, consumismo y hedonismo característicos? ¿Se puede ser joven eternamente? ¿Es deseable que el trabajo sea una extensión del ocio? ¿Podría volver a existir el erotismo sin altivez? ¿Qué filtros existen más allá de los fotográficos, en qué consisten los filtros lingüísticos del moderneo? Dice Domínguez que vivimos en una época marcada por el estancamiento y no le falta razón: crear crear, a nivel cultural, no creamos nada nuevo. El moderno del pasado miraba al futuro, mientras que el moderno del presente mira al pasado: “vivimos un intersticio temporal que corre hacia adelante pero mirando hacia atrás”, afirma el autor. Si algo define al moderneo actual según Domínguez es la descontextualización y reintepretación de elementos; así, tenemos mataderos, naves, atarazanas, tabacaleras o fábricas de hielo reconvertidas en espacios culturales; prendas de ropa de todas las épocas posibles reunida en outfits eclécticos, tatuajes carcelarios en brazos incapaces de hacer daño a nadie. ¿Será como asegura Domínguez que la falta de los cauces tradicionales para automatizar el comportamiento en la era de internet nos estresa, que la multiplicidad interminable de alternativas nos da vértigo y pereza, y que hemos desarrollado un terror patológico a la libertad?

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