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El tratado de libre comercio entre la Unión Europea y Japón, una gran oportunidad

8/04/2018 - 

VALÈNCIA.El pasado 8 de diciembre de 2017, la Unión Europea y Japón —dos de los bloques económicos más potentes del planeta— finalizaron exitosamente las negociaciones relativas a la firma de un acuerdo de libre comercio de bienes, mercancías y servicios (y más, como veremos en el presente artículo), conocido por el acrónimo inglés EPA (Economic Partnership Agreement). 

Para ser plenamente conscientes de la importancia del tratado, no debemos olvidar que Japón es la cuarta economía mundial (la economía japonesa es un tercio más grande que la economía alemana) y tiene una población cercana a los 128 millones de habitantes, que, a su vez, representa el tercer mercado de consumidores más importante del globo. Sin embargo, las relaciones económicas con la Unión Europea tienen todavía un margen de mejora notable: Japón es solo su sexto socio comercial, al que vende 58.000 millones de euros en bienes (detrás de Estados Unidos, que representa el 17,8 %; China, con casi el 15 %; Suiza, el 7,6 %; Rusia, el 5,5 %; y Turquía, con el 4,2 %). Las empresas europeas podrían incrementar sensiblemente sus exportaciones en Japón si fuese más sencillo y menos costoso. Por su parte, Japón exporta a la Unión Europea cerca de 67.000 millones de euros, principalmente en maquinaria, alta tecnología y automóviles. 

Facilitar e intensificar la relaciones comerciales y económicas es precisamente lo que persigue este megaacuerdo —o acuerdo “mamut”, como lo han calificado algunos medios anglosajones—, ya que por su importancia afecta al 30 % del PIB global, al 40 % del comercio mundial y al 70 % de los sectores de alta tecnología (como el sector aeronáutico y el farmacéutico). Es el acuerdo de libre comercio más potente que han firmado ambas partes. 

De forma resumida, repasaremos a continuación sus contenidos principales. La prensa ha calificado el acuerdo, en un ingenioso ejercicio de síntesis, como de “coches por queso” (“cars for cheese”), lo que no es una aproximación descaminada. Gracias al acuerdo se irán suprimiendo (de una vez o de forma progresiva) los aranceles que se aplicaban a un gran número de productos europeos. Y cabe concluir que el sector agroalimentario es uno de los más favorecidos por el acuerdo. De esta forma, productos muy europeos como el vino (antes con un 15 % de arancel), el chocolate (con un 30%) y el queso (al que se le aplicaba un arancel del 40 %) pasarán a ser mucho más competitivos en Japón, y esta situación les permitirá un mejor acceso al mercado japonés. Por su lado, la industria automovilística japonesa está de enhorabuena, ya que la Unión Europea se compromete a eliminar, con el correspondiente periodo transitorio, los aranceles del 10 % que hasta ahora se aplicaban a los vehículos japoneses importados. Esta decisión, por cierto, ha provocado alguna inquietud en el sector del automóvil en Europa, ya que va a suponer un incremento de la competencia japonesa considerable. No es la primera vez que se ha utilizado este sector como moneda de cambio con el objetivo de alcanzar acuerdos en otros ámbitos: existe el precedente del acuerdo de libre comercio de 2010 con Corea del Sur. Esta presión va a obligar al sector a hacer algunos ajustes y a ser más competitivo. Además, se va a poder a acceder a un nuevo mercado especialmente atractivo. Las cifras de 2016 indican que la Unión Europea exporta a Japón 279.000 automóviles de alta gama por un importe de 7.300 millones de euros, frente a los 575.000 que, por su parte, exporta Japón a la Unión Europea por un valor total de 9.000 millones. Además de los sectores mencionados, el acuerdo afectará favorablemente a los productos químicos, farmacéuticos, aparatos médicos, textiles, cosméticos, a los servicios financieros, de telecomunicaciones y transporte.   

 

Pero el acuerdo no solo se centra en eliminación de aranceles, sino que va mucho más allá (como al mayoría de acuerdos comerciales de nueva generación): (i) propicia el incremento de las tecnologías respetuosas con el medio ambiente sin aumentar la demanda de energías contaminantes (compromiso responsable y consistente con la línea de lo establecido por el Acuerdo de París sobre el cambio climático); (ii) establece normas encaminadas a la protección de los trabajadores; y (iii) permite el acceso de las empresas europeas a un número más grande de contratos públicos en Japón. 

Por otro lado —y esto es relevante—, contribuirá, con el incremento de la actividad exportadora hacia Japón, al crecimiento del empleo en la Unión Europea. Así 1.000 millones de euros exportados a Japón implican 14.000 puestos de trabajo, por lo que cuanto más se exporte a ese país más empleo se creará y protegerá. 

Por todo lo anterior, este acuerdo es una muy buena noticia, además de una evidencia de que la globalización (y los beneficios que comporta) no ha concluido, sino que —al contrario— prosigue con paso firme y corrigiendo algunos de sus excesos, de forma que sus efectos puedan resultar lo más positivos posible para ambas partes implicadas. En este sentido, la simbología política del acuerdo es poderosa, especialmente en estos tiempos en que algunos países que (como Estados Unidos) abanderaban la libertad de comercio se han inclinado hacia un proteccionismo de alto riesgo. Si atendemos a la historia, a la larga, el proteccionismo tiene un efecto devastador en la relaciones entre las naciones, es empobrecedor y el germen de conflictos de imprevisibles y negativas consecuencias.

El acuerdo debería empezar a aplicarse a partir de mayo de 2019 si todo va bien. Queda pendiente la firma y ratificación por ambas partes. En el caso de la Unión Europea, se deberá obtener la aprobación del Parlamento y de cada uno de los Estados miembros. Esperemos que este proceso de realice de forma menos accidentada que el acuerdo con Canadá o el frustrado acuerdo con los Estados Unidos, y que todos los grupos políticos serios de los diferentes Estados miembros estén a la altura de las circunstancias.