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EL CABECICUBO DE SERIES, DOCUS Y TV 

El sopor dulce de 'The Deuce'

Ha sido acusada, como suele ocurrir en estos casos, de serie en la que no ocurre nada. La imagen de marca de HBO. Pero la ambientación es sobresaliente y la presentación a fuego lento de media docena de personajes que afrontarán el nacimiento del rock and roll de tercera generación, la epidemia de heroína y la revolución del cine porno ha sido excelente y solo podemos esperar ansiosamente la próxima temporada. En el lado negativo, la interpretación de James Franco de un personaje y su hermano gemelo, que da dentera, y cierto enamoramiento de Simon y Pelecanos de sus personajes

10/02/2018 - 

VALÈNCIA. Dijo Legs McNeil que iba a sacar un libro sobre el porno gay porque le pareció un mundo demasiado amplio como para incluirlo en El otro Hollywood (Es Pop ediciones, 2008), su tratado sobre el origen de la industria del cine pornográfico en Estados Unidos. Un relato que ya popularizó Paul Thomas Anderson en su mítica Boogie Nights, que abordaba un suceso que fue muy bien tratado en la película Wonderland. Una serie de asesinatos en Laurel Canyon que supuestamente involucraron al actor porno John Holmes y también le costaron la vida al músico Larry Williams.

Esas películas, sumadas a Hardcore de Paul Shrader, el libro de McNeil, que es de 700 páginas, y el documental Inside Deep Throat (Dentro de garganta profunda, 2005) era lo que teníamos, vagamente, como historia de los albores del cine porno en Estados Unidos. Ahora hay que añadir The Deuce y la duda de que nunca sabremos si se aproxima a la realidad o no.

Se tiende mucho a decir que David Simon retrató a la perfección cómo era Baltimore en The Wire, pero curiosamente esa afirmación venía de gente que no ha pisado Baltimore en su vida. Que una ficción sea creíble no significa que se ajuste a la realidad o a la Historia. Con The Deuce es lo mismo. ¿Retrata a la perfección los bajos fondos neoyorquinos en una época de declive y degradación social como los 70? Pues ni idea. Qué vamos a saber nosotros si lo único que nos llegó de ese lugar y esa época fue Sesame Street.

Por lo pronto, sí que podemos señalar que reúne todos los tópicos, hasta el del rock and roll. En el último capítulo de esta primera temporada, en el bar donde coinciden todos los personajes, ya se han aliado la chica universitaria, Abby (Margarita Levieva) y el gay, Paul (Chris Coy) para montar conciertos de rock and roll. Su intención, para la siguiente temporada, es abrir un bar dedicado a esta temática. Una oportunidad para que la serie cuente cómo se gestó en Nueva York el punk y la new wave, que fueron los géneros musicales que más influenciaron la música de los 80 y décadas venideras. Quizá aparezcan los New York Dolls, los Heartbreakers, Television y los Ramones.

En este primer bolo es Garland Jeffreys el que sale. Mitad afroamericano mitad puertorriqueño, fue un músico que en aquella época ya tenía un LP, solía hacer en directo la versión de ? & The Mysterians 96 tears y salir maquillado como se pintaba de negro con betún el actor Al Jolson . Con ese nivel de precisión, estamos deseando que vayan desfilando todos los que hicieron carrera en Manhattan durante esa década con la excepción, si es posible, de Kiss, que dan mucho mal.

Otro tópico, llámese mito si se quiere, es el del poli bueno. Lo trató especialmente Sidney Lumet en dos películas. Serpico (1973), sobre el libro homónimo de Peter Maas. Y Prince of the city, en 1981, creo que esta aún mejor que la anterior aunque sea un clásico incontestable por culpa de buen hacer de Al Pacino, sobre otro libro, The True Story of a Cop Who Knew Too Much, de Robert Daley. O recientemente, en 2007, la película de Ridley Scott American Gangster sobre el caso de Richie Roberts, el agente que denunció la corrupción del podrido por la heroína Departamento de Policía de Nueva York y luego se hizo abogado. Aunque ahora, espera un juicio por evasión fiscal y perjurio, pero en su día se destacó por esa hazaña. Detallitos que hay que citar.

El personaje que encarna ese mito del poli bueno está interpretado por Larry Gilliard Jr., al que todos conocemos como el D´Angelo de The Wire y así debería ponerse en su lápida. Es algo que tiene HBO, el joseluislopezvazquismo. Lo mismo que antes teníamos en España a los mismos actores y cambiaba el guión de la comedia, a veces no demasiado, con esta casa ocurre lo mismo. Carmela Soprano (Edie Falco) antes era una policía carcelaria en Oz, Diane, la primera serie de HBO que empezó a pretender dignificar la medio con su eslogan "no es televisión, es HBO". Aquí, don Jackie Aprile Sr. (Michael Rispoli) es un jefe mafioso italiano, Rudy Pipilo, del clan de los Gambino, una de las famosas cinco familias que dominaban Nueva York desde 1910 hasta bien entrada la posguerra. Y Levy, el abogado de mafiosos de The Wire, aquí es un oficial de policía. Chris Partlow, el gran Gbenga Akinnagbe, aquí es un chulo de putas. Están muchos, los suficientes como para que te sientas como en casa entre los tuyos. Por dios, que está Frank Sobotka (Chris Bauer) regentando un puticlub. Hace falta no tener corazón para no engancharse.

Lo más duro de The Deuce es el tabernero y su hermano. Un si no te gusta James Franco, toma dos tazas, en sentido literal. La interpretación de Frankie y Vincent Martino a mí particularmente me da dentera. No creo que sea fácil, en cualquier caso, interpretar a unos gemelos.

Con todo, lo determinante en esta primera temporada son dos cosas. Una, que las historias, como es marca de la casa, se cocinan a fuego lento. Hasta tal punto que podríamos hablar de sopor. Para algunos, será dulce. Es mi caso: sopor dulce. Para otros, como ya se ha podido ver en muchas reseñas a lo largo de la emisión, en la serie no pasa nada. Sin embargo, desde el piloto, The Deuce solo perdió menos de cien mil espectadores en Estados Unidos. The Wire, por ejemplo, siempre en cifras estables de audiencia. Su última temporada, que empezó con un millón doscientos mil, acabó con un millón cien mil.

Una presentación de personajes lenta, meticulosa y detallista es un ejercicio interesante en sí mismo. Lo que ocurre, pasa en su mente. Es un retrato psicológico en evolución. No hace falta acción. En The Deuce hay más de media docena de personajes en ese trance y eso necesita un combustible concreto: horas. Y hete aquí otro de los problemas de la serie en estos momentos: solo hay ocho capítulos. Cuando se llega al último se echa mucho en falta el formato tradicional de entre diez y doce episodios.

Hay que tener en cuenta que por lo que se ha apuntado, el presupuesto ha sido multimillonario. Es probablemente uno de los motivos por los que el sopor dulce no se hace soporífero. Todo transcurre sin atajos edulcorado por un vestuario, música, decorados y exteriores espectaculares. Una ambientación en una ciudad a cuyo lumpen hemos rendido culto por culpa de películas como Taxi Driver o French Conexion y libros como Por Favor Mátame del citado McNeil o Mata a tus ídolos (Libros del KO, 2011) de Luc Sante. Las canciones y géneros que salieron de ahí también están en el podio de la música popular del siglo XX. Tal vez a esta presentación a fuego lento de personajes se le pueda reprochar cierto enamoramiento con ellos, son la mayoría bellísimas personas en un mundo hostil, pero por ahora no hay nada que impida desear los ocho capítulos de la próxima temporada como un yonqui su dosis en una esquina de la susodicha ciudad.

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