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la nave de los locos / OPINIÓN

El pájaro volverá a la jaula

La libertad condicional disfrutada desde el verano toca a su fin. Estamos en vísperas de otro arresto domiciliario. El fracaso del primero se pretende ocultar con el segundo. Los pájaros volveremos a la jaula sin rechistar, con la promesa de que nos dejarán volar en Navidad 

9/11/2020 - 

En estas semanas de convalecencia he constatado, sin ocultar mi alborozo, la supervivencia del usted en el personal sanitario. De las más de veinte enfermeras que  me han curado, a cual más profesional y amable, al menos dos terceras partes me llamaron de usted, lo que no me desagrada en absoluto pues lo considero propio de personas educadas. La mayoría eran muy jóvenes y me temo que muy mal pagadas. Sólo en dos ocasiones he repetido enfermera, y así es imposible seguir la evolución de una herida.

“Nos encerrarán de nuevo, siempre por nuestro bien, y tendrán la delicadeza de ponernos alpiste y agua para que no muramos de hambre y sed”

Me había resignado a que el tratamiento del usted también había sido prohibido, al igual que las discotecas, el tabaco en las terrazas, las visitas a las residencias de ancianos y los elogios a Vox. Como en toda dictadura, en España todo está proscrito, salvo alguna cosa. De ahí mi alegría, que durará poco, como toda alegría en la casa del pobre, porque el Gobierno calamidad, en cuanto repare en la continuidad del usted, lo prohibirá en nombre del nocivo igualitarismo, a través de un decreto ley que será convalidado por la banda del Tribunal Constitucional, en el caso de que sea recurrido.

La agenda de un enfermo no es tan sencilla como cabe imaginar. Debes organizarte bien. Hay que guardar cola para pedir cita en el centro de salud; dejar que te tomen la temperatura con una pistola de agua; renovar la baja laboral; recoger los medicamentos en la farmacia; guardar el reposo prescrito y estar muy atento al teléfono por si tu médico de cabecera te llama para tomarte la tensión.

Ya no veo la siniestra televisión

El poco tiempo libre que me queda lo dedico a leer y a pasear. Ya no veo la siniestra televisión. Llevo vida de jubilado en ciernes. Sólo me falta ir a un parque a echarles migas a las palomas. De lecturas ando sobrado aunque no siempre satisfecho. Últimamente me he asomado a Emmanuel Carrère (tedioso por onanista) y Juan García Hortelano (ameno e ingenioso, hasta cierto punto). Cuesta dar con un gran libro que no hayas olvidado al cabo de una semana, de manera que me he impuesto la obligación de volver a los clásicos rusos y franceses del siglo XIX. 

Pasear me resulta, incluso, más gratificante que leer. Pasear me limpia la cabeza. Como Baroja, para caminar prefiero los extrarradios a los centros urbanos. La tristeza de sus calles mal iluminadas, la soledad de las tiendas en liquidación y los ancianos que pegan la hebra en un banco de un parque abandonado me inspiran más que los escaparates de colorines de las franquicias de moda, todas idénticas.

Escaparate de un comercio de ropa de mujer en liquidación.

En mis salidas por la ciudad hago recuento de los cadáveres (llamo cadáveres a los comercios cerrados) y me salen decenas. A veces entro en un bar no demasiado limpio, en el que pisas cabezas de gambas, y leo algún periódico. Cuentan lo de siempre. Raro es el día en que algún mahometano no deguella o tirotea a un infiel, para escándalo de los mandatarios occidentales, que apelan a la unidad, firmeza democrática y tal y tal, hasta que una furgoneta blanca se lleva por delante a otro grupo de inocentes. La semana pasada fueron noticia las elecciones de un Imperio americano en declive. Los gobernantes chinos, exultantes por el caos yanqui, se frotan las manos y ríen enseñando sus dientes de conejo. Y los ayatolás también. Entretanto, en España el presidente maniquí sigue colocando a sus amigos en la Administración, un pozo sin fondo para los yonquis del nepotismo. Por escribir estas bagatelas acabaré pronto en la cárcel.

Un par de calzoncillos por cuatro euros

Como me resisto a que mi país se vaya al carajo, intento dinamizar la economía con modestas compras. En el outlet de unos conocidos grandes almacenes me compré un par de calzoncillos de la talla 52 por cuatro euros. Al llegar a casa vi que me venían grandes. También he pagado 5,95 euros por una mascarilla azul mahón con banderitas españolas, similar a la que llevó Aznarín en el Día de la Raza. Son gastos de escasa cuantía pero que prueban mi buena voluntad patriótica. La mascarilla la reservaré para las grandes ocasiones, como cuando quede a comer con mi amigo Sergio en el Ensanche, zona nacional de toda la vida. 

En mis paseos observo que aún no somos Cuba ni Venezuela, por suerte. Todavía quedan tiendas abiertas, comerciantes que resisten a bajar la persiana. Entre ellas están muy de moda las de mascotas. El amor a los animales está muy extendido en la sociedad, en mayor medida que el que se tiene por las personas.

Mascarillas con la bandera de España, exhibidas en el escaparate de un comercio.

En uno de esos establecimientos hay un escaparate muy grande para que se vea cómo le cortan el pelo a un pequinés, o le hacen la manicura. A mí me llamaron más la atención los saltitos que un canario daba sobre una barra en una jaula.

Cada uno se parece a un animal

En una ocasión leí que cada uno nos parecemos a un animal. Los mansos, a los corderos; los fieros, a los leones; los astutos, a los zorros, y los repugnantes, a las ratas. ¿Y si yo me pareciera a un pájaro? Quizá lo más atinado sería, por narizón judío, compararme con un pájaro carpintero. ¿Y tú, querido lector, con qué te identificarías? ¿Con un jilguero, un colibrí, un gorrión, acaso con un periquito?

 Si puedes, búscate una jaula grande y cómoda porque, como el canario de este artículo, acabarás encerrado en pocos días. Lo harán —como siempre— por nuestro bien y tendrán la delicadeza de ponernos un poquito de alpiste y agua para que no muramos de hambre ni sed. Luego, como decidieron en verano, nos dejarán volar unos días en Navidad, hasta que ordenen otro arresto domiciliario. Así se nos irá pasando la pandemia, hasta al menos 2024, en semilibertad y pobremente alimentados, mientras los señores de la casa echarán buche y presumirán de buen color como esos tordos que, en cuanto que se descuiden, pueden acabar algún día en la cazuela.

Figuritas de adorno se besan a la vista de los transeúntes.

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