VALÈNCIA. Aunque ya había firmado dos películas (Uniform y Night Train), el director Diao Yinan se dio a conocer internacionalmente al ganar por sorpresa el Festival de cine de Berlín en 2014 con Black Coal. En ella se encontraban presentes buena parte de los rasgos de estilo que han caracterizado el género negro dentro la cinematografía china en el ámbito independiente en los últimos tiempos. Atmósferas lúgubres, ficciones nocturnas e insomnes que basculan entre la radiografía social y la abstracción poética en la que deambulan personajes torturados por la culpa y su pasado.
En Black Coal el protagonista era un antiguo policía alcohólico obsesionado por no haber podido resolver un caso macabro de asesinato que se sumerge en una espiral de obsesión en la que se difuminan los contornos de la realidad para entrar en el terreno de la pesadilla. Algo parecido ocurre en su nueva película, El lago del ganso salvaje (presentada a concurso en el pasado Festival de Cannes), donde nos adentramos en los suburbios de una ciudad sin ley gobernada por pandilleros y proxenetas en la que no hay lugar para la esperanza.
El protagonista es Zhou Zenong (Hu Ge), un gángster que inicia una huida desesperada después de enfrentarse a los miembros de otra pandilla y matar a un policía. Una orden de busca y captura con una jugosa recompensa pondrá en alerta a todos los bajos fondos para tratar de atraparlo vivo o muerto. Durante este periplo se encontrará con Liu Aiai (Kwei Lun-Meo, también protagonista de Black Coal), una mujer que ejerce la prostitución y cuyas intenciones se desconocen. Los dos están solos, no pueden confiar en nadie y deben esconderse en los márgenes para no ser encontrados.
Desde las primeras imágenes Diao Yinan nos introduce en un universo alejado del realismo convencional, ultra sofisticado, pero al mismo tiempo, cargado de aspereza y virulencia. Su cámara se mueve sinuosa, filma las sombras proyectadas en una pared mientras cae la lluvia y las luces de neón proyectan una paleta de colores al límite de lo fantástico.
Por el camino nos encontramos con reuniones clandestinas de ladrones, persecuciones en motos con iluminación led, restaurantes de noodles de mala muerte, callejones sucios, negocios turbios ocultos, animaciones nocturnas a ritmo de Boney M. y comunidades de vecinos explotadas por alguna red mafiosa. El panorama que presenta de la sociedad china al margen de su esplendor como fuerza económica internacional resulta devastador. Corrupción, decadencia moral y la ausencia de valores en un mundo hostil donde rige la ley del más fuerte. Y en medio de todo ese espacio marcado por la decrepitud, un lago y sus alrededores que constituye todo un ecosistema paralelo tan bello como cargado de miseria y perdición, de una enorme fuerza simbólica.
El director utiliza los arquetipos del noir para descomponerlos y pasarlos por el filtro de su personalidad y su estilo. Ahí está el antihéroe marcado por el destino, con un toque romántico y que busca redimirse de sus pecados cuando sabe que no tiene escapatoria, la femme fatale que lucha por su supervivencia y un policía entregado a resolver el caso. También encontramos la estructura narrativa a base de flashbacks y un clímax de una violencia trágica, tan característico de clásicos del género. Sin embargo, aunque conocemos todos estos elementos, parece como si los viéramos por primera vez en manos de un director que se divierte jugando con las herramientas cinematográficas que tiene a su alcance, dándole otra perspectiva a la narración través de la estilización visual y de un torrente de ideas que singularizan cada plano. El juego con las sombras, el montaje de los tiroteos, los fuera de campo, la planificación de una escena de sexo silenciosa y húmeda… cualquier momento, incluso el más insignificante, puede convertirse en un descubrimiento exquisito gracias a su portentosa fuerza expresiva.
El director consigue insuflar fiebre a una película que esconde un espíritu trágico e indómito. No hay lugar para el descanso. Se alternan momentos de gran intimismo y otros en los que asistimos a espectaculares escenas de acción coreografiadas con una extrema precisión. Pero cada detalle, cada movimiento de cámara, resulta importante y significativo en el desarrollo de la historia.
Podemos encontrar en El lago del ganso salvaje referencias tanto chinas como norteamericanas. Muchos han señalado la rabia de Samuel Fuller, o la audacia de películas de serie B de los años cuarenta y cincuenta.
Su tono es elegíaco, su plasticidad exuberante, su capacidad sensitiva y sensorial, de una enorme sequedad y crudeza. Somos capaces de sentir la lluvia, pero también el sabor de la sangre y del semen, la sensación de indefensión frente a una oscuridad que tiene mil ojos y donde se esconde el peligro en todo momento.
Se estrena la película por la que Pedro Martín-Calero ganó la Concha de Plata a la mejor dirección en el Festival de San Sebastián, un perturbador thriller de terror escrito junto a Isabel Peña sobre la violencia que atraviesa a las mujeres