VALÈNCIA. De Silicon Valley se pueden decir muchas cosas, pero no que anden cortos de ambición. Es como si sus emprendedores se levantasen cada mañana para solucionar los problemas del mundo, cuanto más grande mejor. Por proponerse, se plantean ya hasta la salvación de la especie humana. Es el caso de Elon Musk, el fundador de PayPal o Tesla Motors quien, con su empresa aeroespacial SpaceX, se propone combatir el riesgo de extinción de la especie colonizando otros planetas, empezando por Marte, que es el que más se asemeja a las condiciones terrestres.
Una de esas posibles amenazas de destrucción mortal la encuentra Elon Musk en la Inteligencia Artificial (IA) a la que define como “el mayor riesgo para la civilización” instando a los Gobiernos a tomar medidas. “En EE.UU existe una verdadera paranoia con el tema de la IA- cuenta Francisco Buendía, cofundador de Melboss, empresa con sede en Palo Alto. “Yo creo que fue a raíz del experimento de Facebook con los dos robots que empezaron a comunicarse entre ellos y que acabaron hablando un lenguaje propio, ininteligible para los humanos. Al final tuvieron que desconectarlos”, recuerda.
Luego Mark Zuckerberg quiso aclarar que todo había sucedido conforme a lo previsto pero, de ser cierto, a Musk le pareció una broma tenebrosa. Tal vez sea porque el sudafricano intenta dar una imagen más cauta, como ha hecho al paralizar la producción de sus coches autónomos para revisarlo todo después de que se produjera el primer accidente mortal.
Algunos entienden que es el precio del progreso, pero otros, como Filippo Tartari, el otro cofundador y CTO de Melboss opina que “al final el mundo avanza tan rápido que hay cosas que parece que se nos escapan de las manos. No da tiempo a digerirlas”. Desde su punto de vista han sido las TIC y la telefonía móvil lo que ha provocado los cambios más impactantes en las últimas décadas.
No hace tanto que Eduardo Molet ocupaba todas las portadas nacionales y alguna internacional, como la de The Times, cuando, a comienzos de los años 90, lanzó el servicio conocido como ‘El tranquilizador’. El móvil pesaba entonces más de 5 kilos y su coste rondaba lo que hoy equivale a 3.000 euros.
“Muy pocos podían disponer de él. Así que se me ocurrió alquilar varios dispositivos, contratar a un equipo de 22 jóvenes vestidos con mono naranja y una gorra negra que recorrían en moto los principales atascos ofreciendo a los que se hallaban en él la posibilidad de efectuar una llamada por si tenían que avisar de que llegaban tarde a una reunión o cualquier otra cita”, cuenta Molet. El precio que fijó por llamada era de 300 pesetas por minuto aunque luego tuvo que rebajarlo a 100.
Sin embargo, pese a la enorme repercusión mediática que obtuvo Eduardo Molet con su iniciativa, no fue el de la telefonía móvil el sector por el que finalmente se decantó como emprendedor, sino por el inmobiliario. Puede ser que no le gustase, pero también cabe la posibilidad de que en una fase tan temprana fuera incapaz de imaginar que, pocos años después, pocos pudieran concebir la vida sin tener un móvil al lado.
Como en el móvil, el lema que subyace en la inmensa mayoría de nuevas propuestas de soluciones es la capacidad de cambiarlo casi todo para mejor gracias al uso de la tecnología. El problema es que muchas de estas promesas no se cumplen o han tenido un recorrido demasiado corto. Sonoros fueron los fiascos de Google Glass, la BlackBerry, Vine, Myspace…En contraposición se dan también casos de soluciones a las que algunos auguraron poco futuro y hoy triunfan, como es el caso de la impresión en 3D o Spotify, a la que Steve Jobs despreció. En su defensa, puede decirse que muchas de las soluciones que han acabado en el mercado de masas han sido precedidas por varios intentos fallidos que luego se implementaron. Otra explicación es que muchas tecnologías, especialmente las más innovadoras, sufren barreras altas de entrada y de madurez en el mercado. De ahí que empiece a hablarse de ellas mucho antes de convertirse en una realidad social.
Un ejemplo se encuentra en las ciudades inteligentes (smart cities), un concepto que se puso de moda a principios de la década de los 2.000 y donde, por cierto, los autos sin conductor deberían jugar un papel importante. Es ahora, casi 20 años después, cuando empezamos a ver aplicaciones reales de esta tecnología, aunque sea solo en casos puntuales y espacios reducidos, como el barrio futurista que Google quiere construir en la ciudad de Toronto, Canadá.
También en España hemos visto recientemente aplicar tecnologías de smart city, aunque en un entorno tan insospechado como la Semana Santa sevillana al objeto de velar por la seguridad. Todo un dispositivo de cámaras de vídeo del alta resolución y luminarias LED repartidas por los puntos más estratégicos de los recorridos de las Hermandades controlados en remoto mediante una pantalla visual instalada en el centro de control del Ayuntamiento. “La aplicación de toda esta tecnología integrada en la ciudad en un evento tan masivo como la Semana Santa es una iniciativa pionera, fruto de casi un año de trabajo de los distintos proveedores y del consistorio. El resultado ha sido un innovador sistema de smart city aplicado a la gestión inteligente del espacio urbano que contribuye a la seguridad ciudadana que ha resultado todo un éxito”, eran las palabras de Antonio Conde, director de Innovación y Transformación Digital en Cisco España.
Algo es algo, pero no debemos olvidar que la promesa de las smart cities, aunque el concepto siga algo difuso, abarca mucho más que una ciudad conectada. Implica también, eficiencia en el transporte, cuidado medioambiental, desarrollo económico sostenible, optimización de recursos, infraestructuras inteligentes…y todo ello apoyado en el uso de las tecnologías que procurarán una convivencia armónica y mejor calidad de vida.
El desarrollo de las ciudades inteligentes, igual que muchas otras promesas de negocios disruptivos están ligados a la captación de datos. “En realidad, la tecnología ya no se centra en el hardware y el software. De lo que se trata en verdad es de la extracción y el uso de esta enorme cantidad de datos para hacer el mundo mejor”, decía Eric Schmidt, antiguo director ejecutivo de Google. Del valor de los datos se han dado cuenta ya todos, sobre todo los grandes, por eso los recopilan. Pero al margen de ese primer uso, también empresas hay que explotan esos datos de forma muy efectiva. En línea con el argumento Schmidt está la frase de Mark Zuckerberg quien afirmaba que la misión de su compañía era “hacer que el mundo sea más abierto y conectado”. No cabe duda de que lo ha conseguido, aunque sea a basa de filtrar esos datos.