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'El fin de la comedia'

El humor 'made in Spain' que escarba en la miseria humana

Tirar al actor del pedestal y pisarlo después para conseguir la risa incómoda. Es la fórmula de series agridulces que emulan la vida real de detrás de las cámaras y elevan el fracaso a un tipo de humor adictivo y desagradable a la vez

10/06/2017 - 

VALÈNCIA. Una noche, Ignatius baja de un autobús en el pueblo en el que va a realizar una actuación. Casi al momento, descubre que se ha equivocado de lugar y que su billete de vuelta a Madrid no es hasta las 10 de la mañana. Por supuesto, no tiene sitio donde pasar la noche y en la estación de autobuses solo está él, en bermudas y cargando con un scalextric que no le hace falta. En una sucesión de situaciones incómodas, consigue un billete para marcharse esa madrugada, evita un suicidio de chichinabo, le vomitan encima una mezcla de alcohol y Dormidina y acaba pasando la noche siendo el oso de juguete de tamaño adulto del trastornado vendedor de billetes de la estación.

El fin de la comedia (2014) es la serie que plasma la decadencia de detrás de los focos que asola la (supuesta) vida de Ignatius Farray. Una oda al bajón de la cotidianidad, a la realidad podrida que se extiende una vez sale del escenario. La tristeza, con todas las letras que, sin embargo, hace gracia. Y como ella, otras series que han convertido el lado vergonzoso del cómico estrella en una fuente de humor incómodo. Series que los bajan del pedestal a golpes y les escupen una vez en el suelo mientras el espectador se pregunta “¿puedo reírme de esto?” Como Ignatius, Louis C.K., Larry David o Ricky Gervais son otros monstruos del sector que cogen el fracaso y los trapos sucios y los colocan delante de una cámara. El ídolo televisivo baja de la cumbre ondeando la bandera de la decepción.

La sonrisa congelada

Claro, hay que recalcar que todo es ficción, guión y una forma de jugar con el humor y los límites éticos del público. Pero una ficción tan factible que es imposible no pensar que una vez Ignatius acabó perdido en un pueblo desolado rodeado de personajes extraños. Una ficción que es capaz de coger una situación incómoda, darle la vuelta y convertirla en algo cómico, como una mierda cubierta de purpurina rosa. El resultado es que algo que hace sentir mal al espectador, también le hace reír. Lo que consigue esta vuelta de tuerca al humor negro es que un personaje con una vida decadente y momentos amargos, por la magia del contexto, lo absurdo y la actuación, arranque una tímida sonrisa ante la idea de mofarse de la desgracia de alguien. Este mágico fenómeno se puede catalogar como “sonrisa congelada”, o lo que es lo mismo, la expresión que luce en la cara del espectador cuando la moral que le queda le grita desde sus entrañas que no se ría porque nadie crea a Ignatius cuando dice, con la voz entrecortada, que tiene un problema de corazón.

En El fin de la comedia, como Louie, el argumento fluye sin que haya nada que aparezca como un recurso gratuito para hacer la gracia. No es una sucesión de escenas incómodas o gags pegados uno detrás de otro. En su ritmo lento, sin prisas, aprovecha el silencio como recurso humorístico, hay incomodidad, ternura, mucho absurdo, patetismo y un regusto áspero al final de casi todas las escenas. En la segunda temporada, con su miocardiopatía hipertrófica en el eje argumental, la crueldad sube un escalón. Por eso, la risa aflora cuando Ignatius suplica un trabajo de rodillas delante de su ex mujer, cuando le dice a la chica con la que sale que no le seguiría gustando si tuviera un accidente que le desfigurara la cara o cuando se arriesga a tener un infarto por la presión de hacer bien un sketch en el que salta en la cama con unas mallas ajustadas.

Patetismo tierno

Louie (2010), la comedia protagonizada por el humorista Louie C.K., es la referencia de la que bebe El fin de la comedia. Las situaciones más rutinarias de un tipo cualquiera son la base para construir humor incómodo a través de la tragedia. Louie convierte el drama en algo de lo que disfrutar con reservas y es capaz de transformar una escena escatológica con menores involucrados en una de las más tiernas de la temporada. Con una base tragicómica de similar calado se moldeó, en el mismo año, Qué fue de Jorge Sanz. La serie española sigue la temática del actor casi acabado, arruinado, que bebe alcohol como agua un náufrago recién rescatado y al que solo se le recuerda por un cameo infantil en Conan. Sus logros más destacados son conseguir una estatua en el Museo de Cera de Madrid y un anuncio de café. La vida de un personaje llamado Jorge Sanz interpretada por Jorge Sanz.

No son comedia, no son drama, son un tipo de series que, cuando se le recomiendan a un amigo diciéndole que le van a gustar, hay que añadir rápidamente un “pero”, como quien avisa de los efectos secundarios. Larry David mostraba a finales del 2000 con su (también imprescindible) Curb your enthusiasm esta decadencia desde los ojos de su fracasado e irritante alter ego en la época post-Seinfield, intratable en las situaciones sociales y con dosis extra de vergüenza ajena como guarnición.

Es curioso lo que sucede cuando este declive vital llega a la animación. Este humor triste, vergonzoso y, la mayoría de las veces, bastante duro, se esconde bajo la apariencia infantil y colorista que tienen los dibujos en un primer vistazo, aunque sean los calificados como “dibujos para adultos”. Bojack Horseman es el arquetipo de ex–actor acabado que ha dejado atrás sus años de gloria televisiva, pero en versión de caballo animado. Porque Bojack es un caballo humanizado que una vez fue la gran estrella de la pequeña pantalla con una sitcom familiar de los años 90, Retozando, pero ahora es un despojo humano abotargado de alcohol, drogas y remordimientos, con un corazón de oro oxidado, y que no consigue ser feliz.

La serie se mueve entre las más crudas miserias de las relaciones humanas y el humor absurdo. Hay escenas que rompen el corazón y otras protagonizadas por vacas camareras sirviendo filetes a sus clientes o con palomas antropomórficas que conversan en segundo plano de forma civilizada, pero que salen volando asustadas cuando alguien da un golpe cerca. Todo englobado en un mensaje: el vacío del éxito. Uno de los momentos más tristes es cuando Bojack consigue el Oscar a mejor actor y, aun así, se siente desgraciado.

Las situaciones son horrorosas pero la risa acaba explotando en un momento u otro. Capítulo tras capítulo, en este tipo de producciones, todo es riesgo, sentimiento puro y un humor que no se sabe muy bien de dónde sale. Se acabó la admiración a las estrellas y toca abrir la puerta a observar con un cartón de palomitas su vida miserable. Antes, todo el mundo quería ser ese actor o humorista de éxito que aparecía en la pantalla. Ahora, pagarían por no tener que ponerse jamás en su pellejo.

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