MURCIA. Se han hecho muchas adaptaciones del clásico de H.G. Wells El hombre invisible, la más icónica la dirigida por James Whale en los años treinta para la Universal, que dio lugar a varias secuelas. El personaje ha servido de inspiración a lo largo de los años para todo tipo de producciones de cine y televisión, de serie B y blockbuster, que abarcan de la comedia, al terror pasando por la parábola social y el puro entretenimiento. Incluso autores como John Carpenter y Paul Verhoeven perpetraron sus particulares versiones.
El nuevo remake nace del empeño por parte de Universal de aglutinar a todos sus monstruos alrededor de lo que llamaron el Dark Universe. Es decir, Frankestein, Drácula, el Hombre Lobo y el Hombre invisible unidos como si fueran los Vengadores después de tener sus respectivas películas independientes. Pero el fracaso de La momia (2017), protagonizada por Tom Cruise, puso en peligro este proyecto.
Ahora la productora Blumhouse se ha encargado de coger las riendas de El hombre invisible después de la retirada de Johnny Depp como protagonista, y el encargado de asumir el reto ha sido uno de sus directores afines, Leigh Whannell, que conoce a la perfección los entresijos del género por haber trabajado con uno de sus renovadores actuales, James Wan.
Recordemos que Whannell fue el responsable de la escritura del guion primigenio de Saw, y por tanto el padre de todo este universo macabro que adentró al espectador en el lado más oscuro del torture. Siguió colaborando con Wan en Silencio desde el mal y la franquicia Insidious hasta que debutó en la dirección precisamente al ponerse detrás de las cámaras del tercer episodio en 2015.
Su siguiente película, Upgrade (2018), se convirtió en la favorita del público en los festivales de Sitges y SXSW, dos de los más prestigiosos dentro del circuito de cine de género. Ahora, con El hombre invisible demuestra su habilidad a la hora hibridar el terror clásico con el moderno a través de la creación de atmósferas sugerentes que escapan de los mecanismos más obvios gracias al empleo de una puesta en escena que se aleja de la vertiente efectista.
Pero sin duda, su principal hallazgo es abandonar el punto de vista del monstruo y abordar la historia desde la perspectiva femenina, la de una mujer que está sometida a un control exhaustivo por parte de su pareja, un genio de la óptica que parece haber encontrado la fórmula de la invisibilidad para seguir acosándola y ejerciendo la violencia sobre ella sin que nadie pueda verlo.
Así, la amenaza del hombre maltratador adquiere un carácter alegórico, así como el juego de dominación y poder que se establece entre el verdugo y la víctima, a la que se quiere someter para anular su voluntad.
Whannell utiliza el género de terror para configurar una metáfora sobre la manera en la que el hombre intenta ejercer un control sobre la mujer para tenerla a su disposición, utilizando para ello la violencia física o psicológica. Cecilia, la protagonista que interpreta Elizabeth Moss, escapará de la jaula de oro en la que la han encerrado, pero no podrá huir de la sombra que la persigue y que hará todo lo posible por aislarla del resto del mundo para poseerla para él solo.
Para ello, Whannell aprovecha el estigma de la locura femenina, la histeria, para anular definitivamente la credibilidad de Cecilia. Hasta llegar a este punto, asistimos a un juego del gato y el ratón que el director sabe aprovechar para crear sugestión. Lo hace a través de los espacios vacíos, de esa nada que puede estar habitada por un monstruo que en realidad es muy humano. Y es que El hombre invisible no es solo un magnífico alegato contra la violencia machista. También es una estupenda película de terror que sabe cómo utilizar las pesadillas más arraigadas en el seno de nuestra sociedad para darles la vuelta a través de un twist contemporáneo.
Así, Elizabeth Moss se libera de las ataduras de la scream girl para componer un personaje que entronca con las nuevas heroínas del cine de terror que necesitan liberarse de las ataduras del sistema patriarcal para tomar definitivamente las riendas de su vida. Pero para ello tendrá que atravesar un auténtico calvario que la conducirá a constantes callejones sin salida que contribuyen a configurar ese ambiente nocivo y opresivo que caracteriza la cinta.
El hombre invisible tiene la virtud de escapar a los clichés del género utilizando sus mecanismos a la perfección y de forma muy elegante (podríamos considerarla muy hitchcockiana) para generar un terror en el que el verdadero monstruo representa un mal incrustado en nuestra sociedad, pero también sabe cómo introducir el elemento dramático, imprescindible en la historia, y lograr a través de él generar una emoción auténtica.