Diagnosticado con el síndrome del savant, Tammet es capaz de llevar a cabo proezas intelectuales extraordinarias, pero no solo eso: también es un hábil divulgador científico experto en el funcionamiento del cerebro
VALÈNCIA. Daniel Tammet puede aprender cualquier idioma en una semana. De pequeño, mientras el resto de niños de su barrio del este de Londres jugaba al fútbol, él se sentaba delante de un árbol y contaba las hojas de su copa. Para Tammet, los números -hasta la cifra de diez mil- tienen una forma propia, color, textura y emoción. En dos mil cuatro batió un récord europeo al recitar veintidós mil quinientos catorce decimales del número pi durante cinco horas. Además de esto, es un apasionado de la literatura, de la poesía, y de los números. Tammet, diagnosticado con Asperger, es una de las pocas afectadas por este trastorno autista que entra también en la categoría de savant podigioso: personas con un trastorno -por lo general autismo, aunque no necesariamente- que posee unas capacidades excepcionales relacionadas con su afección, excepcionales incluso si se diesen en una persona sin ninguna discapacidad relacionada con el desarrollo.
Las cifras dicen que hay menos de cincuenta savants prodigiosos en todo el mundo; hasta Tammet, célebre ahora por sus libros de divulgación y por sus apariciones mediáticas, el más conocido de entre todos los savants era sin duda Kim Peek (Salt Lake City, 1951-2009), la persona real en la que se basó el mítico personaje de Dustin Hoffman en la película Rain Man (1988), a quien su hermano -interpretado por Tom Cruise- se llevaba “a trabajar” por el país por su habilidad para recordar todas las cartas salidas en la mesa de un casino y de paso calcular la probabilidad de que salga la carta necesaria para ganar jugando al Blackjack. Con toda seguridad, la mayoría de quienes viesen la cinta atribuirían a licencias de la ficción las portentosas habilidades de Raymond Babbit -este era el nombre del personaje-, y lo cierto es que no se equivocarían, porque los dones reales de Peek son un recordatorio de que la realidad, en muchas ocasiones, supera a la ficción. Peek, nacido con macrocefalia y un grave daño en el cerebelo, aquejado de problemas en la coordinación del movimiento, “leyó” más de doce mil libros que podía recordar en su totalidad gracias a su memoria eidética -lo que habitualmente conocemos como memoria fotográfica-, y entrecomillamos “leyó” porque su método de lectura se alejaba mucho de lo que entendemos por leer: Peek podía dedicar su ojo izquierdo a la página izquierda, y el derecho, a la página derecha. También recordaba toda la música que había escuchado en su vida.
Ante hechos como los citados anteriormente, cuesta no creer que las habilidades de estas personas, Tammet, Peek, o el resto de savants prodigiosos, tengan más que ver con lo sobrenatural que con una condición explicable por la ciencia; no en vano a Tammet, y cabe suponer que también al resto de savants, se le han llegado a hacer peticiones tan ridículas como que adivine los números que van a salir premiados en la lotería de la semana siguiente. Para romper con esta mistificación de sus capacidades y para compartir con el resto de nosotros su fascinante conocimiento de la mente, Daniel Tammet ha escrito La conquista del cerebro, un nuevo libro que se suma a La poesía de los números en el catálogo de Blackie Books. En él, el autor combina algunas de las más recientes investigaciones neurocientíficas con sus reflexiones personales y descripciones de sus capacidades con el fin de mostrar, en sus propias palabras, “que las mentes que funcionan de forma distinta […], en realidad no son tan raras, y que todo el mundo puede aprender de ellas”.
Tammet también tiene tiempo para desmontar mitos y creencias erróneas relacionadas con los trastornos del espectro autista, como “la falsa idea que la «típica» persona con autismo padece una grave discapacidad, en antisocial y le obsesionan únicamente ciertos intereses banales y poco prácticos”. Él asegura -y esto es algo que la sociedad debería asumir cuanto antes para evitar sufrimientos innecesarios a las personas autistas y a sus seres queridos- que “no existe una forma «típica» de autismo; cada persona autista es distinta”. En este sentido, el genio carga contra el psiquiatra estadounidense Oliver Sacks, ya fallecido, por la visión que ofreció del autismo en su libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, en el que abundan pasajes en algunos casos desafortunados, y en otros, directamente cuestionables: en un episodio del libro, Sacks asegura portar un libro con todos los números primos de hasta diez cifras, afirmación que puso en duda el psicólogo educativo Makoto Yamaguchi, señalando que un libro de estas características tendría que incluir más de cuatrocientos millones de guarismos, algo a todas luces imposible de contener en un único volumen con un tamaño de letra legible.
Los tests de inteligencia y su fiabilidad real para medir nuestras capacidades tampoco salen bien parados en este libro: mediante un sencillo experimento Tammet demuestra hasta qué punto el bagaje cultural condiciona los resultados de estas pruebas, que siempre se elaboran a partir de un contexto cultural muy reducido. Con Tammet aprenderemos a dejar de lado este tipo de concepciones simplistas de nuestra mente, y al abandonarlas descubriremos que mediante el entendimiento y el entrenamiento, hasta la felicidad puede alcanzarse.