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memorias de anticuario

El dilema de la venta de patrimonio artístico público

27/09/2020 - 

VALÈNCIA. Un clásico de muchos almuerzos es ese comentario, que seguramente han escuchado en más de una ocasión, que viene a afirmar con rotundidad que habría que empezar a vender el patrimonio de la iglesia, y más concretamente el del Vaticano, para paliar el hambre y la miseria de este mundo. Por supuesto que resulta una idea bienintencionada, pero creo que no suficientemente meditada. Entre otras cosas su alcance limitado en el tiempo puesto que no sabemos de dónde íbamos a “tirar”, esta pobre humanidad, cuando los miles de millones recaudados se acabarán, porque se acabarían, y ya no quedase en el Vaticano estatua por vender. Pienso, que las terribles consecuencias de la desigualdad económica deben ser abordadas por otros caminos desgraciadamente más complejos, y sinceramente, creo que no pasan por la venta del patrimonio de la Iglesia o de los museos.

El caso es que estos días hemos conocido algunas noticias que relacionan la difícil coyuntura económica que está provocando la maldita pandemia en relación con el mundo del arte, al estar produciéndose descensos desconocidos y generalizados en el número de visitas, y que están afectando de forma directa a las arcas de unos espacios que tienen unos costes  fijos muy importantes puesto que levantar la persiana cada día supone un coste principalmente en seguridad que no pueden reducir y que son inasumibles. El número de visitantes puede caer un 80 por ciento pero las medidas de seguridad deben ser exactamente las mismas. Quizás la noticia más espectacular sea la relativa a que miembros la histórica Royal Academy de Londres han propuesto la venta de una obra escultórica de Miguel Ángel, concretamente el llamado Tondo Taddei esculpido entre 1503-1504, con el fin de obtener una cantidad de dinero suficiente para hacer frente a los problemas financieros generados por la pandemia y concretamente a evitar el despido de un 40 por ciento de su plantilla. Es evidente que la noticia ha despertado una gran polvareda y opiniones encontradas. Como muchos asuntos en los que la información que nos llega, antes pasa por múltiples tamices y velos de toda índole, quizás esta historia no se trate más que una forma de presionar al gobierno británico para que no deje caer a una institución que quizás sea la más prestigiosa de aquel país.

Museos vaticanos

Es cierto que hasta la fecha son instituciones privadas, la última ha sido el Museo de Brooklyn, las que están sacando al mercado piezas concretas de sus fondos. En el caso del museo neoyorquino varias obras impresionistas y como pieza estrella una importante Lucrecia, obra del pintor flamenco Lucas Cranach el viejo. Nada impide pensar que, en una situación tan difícil como la que se nos presenta, se empieza por las colecciones privadas y quizás se acabe por los sacrosantos museos de titularidad pública. La pregunta del millón, por tanto, es si el patrimonio artístico público debe, en determinados casos, ser vendido con el fin de paliar una situación coyuntural de falta de fondos para el estado. Una triste paradoja que nos invita a la reflexión: la cultura, hermanita pobre de los presupuestos de las administraciones, convertida en salvadora de la que echar mano, en caso de necesidad perentoria de obtener recursos económicos, sin plantearnos si una administración pública tiene a su alcance patrimonio de otra naturaleza (inmueble por ejemplo) para obtener rendimientos antes que desprenderse de su patrimonio artístico. Cometemos un error si percibimos los bienes artísticos de esta forma y como un gasto que soportamos y no como un recurso que enriquece nuestro país de forma permanente.

Museo de Cleveland

Hay dos razones esenciales que avalan la custodia de bienes de interés artístico por la administración a través de los museos: la divulgación de las obras entre la ciudadanía y visitantes y la conservación y preservación en condiciones de estas. No son dos dos razones nada baladís. Si una obra pasa de un museo público a una entidad privada por medio de su venta podríamos verla desaparecer y tener que acudir a los libros o a internet para poder estudiarla. Como afirmaba una horrorizada académica londinense ante la posibilidad de la venta del tondo miguelangelesco “nuestra obligación es preservar la pieza para que puedan disfrutarla las generaciones futuras”. Porque y esta sería la segunda razón por la que la venta de piezas representa un inquietante viaje a lo desconocido, una obra en manos privadas no tiene garantizado su mantenimiento, es decir, su integridad. La falta de fiscalización de su estado de conservación, día a día, si esta acaba en una colección privada lo que sí se produce en los museos, hace que su futuro escape del control público. Por supuesto que es necesario el coleccionismo privado, y de ello hablo en no pocas ocasiones, pero estamos hablando de una obra que es o ha sido patrimonio de todos que pasa a manos privadas.

Los museos americanos son más prácticos en este sentido, sin duda. No es que lleven a cabo todos los días ventas de piezas de su colección, pero tampoco se trata de un anatema el hecho de ir perfeccionando aquella con la venta de alguna de estas obras, y así obtener fondos para adquirir otra, o llevar a cabo una obra o mejora importante en sus instalaciones. La practicidad anglosajona. Todo ello ha he de llevar el visto bueno de sus conservadores de la colección que en ocasiones llegan a la conclusión de que sus almacenes guardan demasiada obra de un artista o una escuela que ni siquiera exponen, cuando por otro lado tienen la posibilidad de adquirir una pieza de un artista o periodo que se echa a faltar en sus salas, proponiendo una venta o permuta que muchas veces llevan a cabo. Se trata de una forma de proceder que hoy por hoy no comparten los museos de nuestro entorno, mucho más conservacionistas. Un tema, el que hoy tratamos, que en los próximos años sin duda será objeto de debate.  

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