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LOS DÍAS DE LOS OTROS

El día que Kafka celebró San Valentín 

15/02/2017 - 

VALÈNCIA. Hubo un año en el que, sin quererlo, Franz Kafka celebró San Valentín. Eso sí, lo hizo a su manera, es decir, de un modo turbador y oscuro, tal y como muestra esta entrada de sus Diarios:

14.II.1914

Si yo fuera a matarme, es seguro del todo que nadie tendría la culpa, aunque, por ejemplo, el motivo aparente más próximo fuera la conducta de Felice.

Así comienza esta larga entrada en la que Kafka, neurótico y aturdido, vuelca sus miserias en Felice Bauer, la mujer a la que conoció el verano de 1912 en casa de su amigo Max Brod. Un mes después, Kafka ya le escribiría la primera de un ingente número de cartas que hace unos años recogió la editorial Nórdica en Cartas a Felice. Kafka trabajaba en una oficina de seguros y tenía 29 años; Felice era ejecutiva de una empresa de dictáfonos, vivía en Berlín y tenía 25 años. Era un amor desmesurado y salpicado de reproches. Un amor kafkiano, obviamente.

Ya una vez me he imaginado, semidormido, la escena que tendría lugar si, previendo ese final, la carta de despedida en el bolsillo, llegase yo a la casa de ella, fuese rechazado como pretendiente, dejase la carta encima de la mesa, me dirigiese al balcón, me desprendiese de todos los que se lanzaran a sujetarme y saltase por encima de la barandilla, soltando una mano y después la otra.

Kafka no podía pensar en el amor si no era desde el abismo. También sus diarios están atravesados por una sima que se detecta con frecuencia: el miedo a no ser correspondido. Felice y Franz se amaban con la misma intensidad con la que se temían. El suyo fue un amor eminentemente epistolar y, por consiguiente, estuvo repleto de disturbios, confusiones y misterios. Si en las cartas se jugaba su amor, era en sus diarios donde se registraban las reflexiones. Para Kafka todo debía estar escrito para existir. Si los diarios, generalmente, mostraban cierta devoción por lo meticuloso y obsesivo, en el caso de Kafka, este hecho es elevado a su máxima potencia. En una de las posteriores cartas, Franz reconstruyó milimétricamente el día que conoció a Felice.

Las turbulencias amorosas de Kafka de aquel año 1914 coincidían en el tiempo con la lucha de las sufragistas inglesas que un 15 de febrero de 1914 rompían los cristales de la ventana del Ministerio del Interior. Meses después se declararía la Primera Guerra Mundial. 1914 fue también el año en el que se publicaron dos obras maestras de la psicología y la medicina que bien podrían haber explicado algunos comportamientos del neurótico Franz Kafka: Introducción al narcisismo, de Sigmund Freud y Degeneración y regeneración del sistema nervioso, de Santiago Ramón y Cajal.

Aquella larga entrada de Kafka en su diario el día de San Valentín de 1914 continuaba así:

En la carta estaría escrito que, ciertamente, yo me tiro por el balcón a causa de Felice, pero que para mí no habría cambiado nada esencial aunque mi petición hubiera sido aceptada. Mi lugar está allí abajo, no encuentro otro arreglo, solo casualmente es Felice la persona en la que mi destino se pone de manifiesto, no soy capaz de vivir sin ella y tengo que tirarme por el balcón, pero tampoco –y Felice lo presiente- sería capaz de vivir con ella.

Esta entrada de Kafka el Día de Valentín no es sino una idea turbadora del amor romántico: me mato por un amor con el que tampoco soy capaz de vivir. En este día instalado en Occidente como una fiesta de los corazones que revientan a fuerza de regalos, donde se realizan campañas publicitarias que te advierten del peligro de los ‘regalos descompensados’, una piensa que nada mejor que volver a Kafka y a su salvaje idea del amor. Tener como novio a Kafka es lo más parecido a vivir en una constante ruleta rusa: Franz se comprometió dos veces con Felice y en otras dos ocasiones rompió el compromiso. ¿El motivo? La literatura, por supuesto.

Por qué no emplear para eso la noche de hoy, ya veo ante mí a los discurseadores de la reunión de padres que ha habido hoy hablando todos de la vida y del modo de crear las condiciones para ella – pero me conformo con la imaginación, vivo completamente frío, me pone triste que una camisa me apriete el cuello, estoy condenado, jadeo en medio de la niebla.

Felice Bauer no fue la única. También padecieron su idea del amor mujeres como Grete Bloch, Julie Wohryzek, Milena Jesenská y Dora Dymant. Hay un libro de Nahum N. Glatzer que habla de Los amores de Franz Kafka, publicado hace más de treinta años y recuperado hace pocos por Ediciones del Subsuelo. Todas fueron las receptoras de las cartas de un escritor que, dos años antes de morir, reconoció que jamás había escuchado dos palabras: “te amo”.

Me imagino ahora yendo al buzón, abriéndolo cuidadosamente y descubriendo una carta de Kafka dirigida solo a mí. “Kafka, mi amor”, le diría luego, mientras desordeno su cabeza y deshago esa raya que separaba su pelo en dos mitades y que tan poco me gustaba. Es posible que el autor de La metamorfosis no hubiera sido el novio perfecto pero esta última frase de entrada el día de San Valentín de 1914 – “me pone triste que una camisa me apriete el cuello”- es una de las muchas que demuestran que es uno de los mejores escritores de todos los tiempos.

Ojalá celebrar San Valentín a lo Kafka, me digo, imaginando tirarse por el balcón por amor y descartando pronto la idea. Ojalá celebrar este empalagoso matando al amor romántico.


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