El periodista y escritor revisita la capital del Malecón en un nuevo diario de viajes, un género en el que a todas luces y a todas sombras demuestra sentirse especialmente en casa.
VALÈNCIA. Puede parecer sencillo, pero no lo es, y si lo parece seguramente será porque cargamos en nuestra arrogancia el pecado original del yuma que habla o escribe sobre la isla sin ser consciente de que suena como suena. Los tiros van por eso de que la ignorancia que es muy valiente, eso de que como desconocemos que desconocemos, no caemos en el error que estamos cometiendo. Porque esto es como aquello de hacerse fotos con niños en el extranjero pero nunca en el terruño propio, con niños pobres, se entiende, porque las fotos con grupos sonrientes de niños ricos no tienen la misma gracia, vamos a ver, qué sentido tendría querer incidir en la sonrisa sincera de unos niños noruegos, eso no te lo compra nadie en las redes sociales. Niños africanos, sudamericanos o del sudeste asiático. El quid de todo esto es que por lo general, quienes exhiben estos trofeos turísticos no pretenden ser frívolos, e incluso es posible que en algunos casos hayan hecho algún bien allá por donde hayan dejado su dinero. Con todo y con eso, la estampa manida hasta lo insufrible no deja a uno en muy buen lugar, sobre todo desde que la foto en cuestión rodeado de niños es una de las más recurrentes de entre las fotos recurrentes de viaje recurrentes en países con dificultades recurrentes. De todo lo de no creer que se es turista siéndolo habla un libro que no es el que hoy nos atañe pero del que habrá que hablar en algún momento, se llama No Turista y lo firman Alberto Haller y Marta Torres.
No es de este libro del que hablaremos hoy, como decíamos, sino de un nuevo regalo para el panorama editorial como esotra edición de material del periodista, escritor y proscrito del vacío y la norma valenciano Abelardo Muñoz, una de esas mentes que nos convendría proteger, en el amplio sentido de proteger: no tanto como meterlo en una urna o en una reserva natural dedicada a su persona -aunque esto seguro que no le llegaría a parecer mal del todo, depende cómo fuese y dónde estuviese esa reserva-, pero sí apostar desde lo público o lo privado por una biblioteca abelardiana como la Biblioteca K que Hurtado & Ortega Editores han dedicado a la obra del argentino Pablo Katchadjian, o ponerlo a dar clase en la universidad, en alguna de las varias facultades dePeriodismo o Comunicación Audiovisual que tenemos por estas tierras, o incluso llevarlo de gira por festivales literarios para mayor gloria del público.Démosle una vuelta. Lo último de uno de nuestros escritores más auténticos se llama Periodo especial, y lo ha publicado el sello Libros del Baal de Ximo Rochera, con grabados xilográficos de Eduardo Lozano y una foto de cubierta de Arístides Rosell, y es un compendio de historias ubicadas en La Habana, sobre La Habana, bajo La Habana, en los rincones más húmedos de La Habana, en los más despóticos, en los que más intimidan y en los que más consuelan, en fiestas y en autobuses -guaguas-, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, haciendo cola para comer un helado osiendo desvalijado a traición, en los peores desvelos del dinero que se terminao en la euforia cocaínica del indiano presa fácil.
Como al principio: es difícil escribir sobre una ciudad como La Habana de la misma manera que es difícil escribir sobre la hipertelevisada Nueva York, con el añadido en el caso de La Habana de que a lo muy dicho que está todo, se suma el problema del tono, del paternalismo, de los lugares comunes, del sentimentalismo barato, del viajero que no es turista sino una especie superior. Lo sensacional de Abelardo Muñoz es que por mucho que haya leído consigue desembarazarse de la maleta de tópicos que todos acarreamos lo sepamos o no, y en este diario de viaje celebramos que podemos leer sin que llueva sobre mojado, porque escribir es ver, y nadie velos destinos de sus viajes como él. Por eso también podemos disfrutar desde hace unos años de ese otro cuaderno editado que es Hotel Continental (El Petit Editor, 2016), nada más y nada menos que elTánger de los beatniks y de muchos más, pues en aquella ocasión el autor no faltó a la cita con otra vuelta de tuerca a la esencia de la puerta de África y sus invitaciones, admoniciones y crímenes. ¿Y qué dice Abelardo Muñoz de LaHabana? Dice, por ejemplo, “en ese altar con Yemayá y la Virgen María hay un reconocimiento al papel de los muertos en la vida cotidiana de los vivos.Vienen a las mientes los ritos del vudú haitiano, que no están tan lejos. Estas artes viajan desde Oriente, tierra separada de tal Haití solo por un estrecho.Hay un frenesí de baile, un danzón con ojos brillantes por el ron y grandes dosis de locuacidad cubana. Hay un poeta cantor que pone en blanco los ojos para cantar coplas de amor, hay un místico, joven de treinta años, que quiere hablar de Dios”.
La Cuba de hoy no es la de mil novecientos noventa y siete cuando Muñoz marchó para allá como marchó previamente a Guadalupe, Martinica o Haití, es otra, aunque el bloqueo sea elmismo. Sin embargo la isla crece en el tiempo y quién sabe si seguirá siendo destino al que huir y del que huir u otra cosa, porque Cuba cambia, como todo a su alrededor. Entonces llegará un día en que ya no sea cierto esto que afirma el autor sobre La Habana, que parece -parecía- “recién descubierta tras estar sumergida bajo el agua, chorreando de humedad oscura, con sus edificios cayéndose a trozos como viejos monstruos marinos”.Los monstruos sienten predilección por la savia de la isla y de su ciudad eterna. Por suerte, los espíritus libres como el de Abelardo Muñoz, resulte lo paradójico que resulte, también.