VALÈNCIA. La idea de que un diario se genera así mismo -a vuelapluma, sin apenas reflexión- está bien extendida. Sin embargo, existen diarios radicalmente intelectuales y reflexivos como los de Cesare Pavese o Ricardo Piglia nos llevan a pensar en los diarios como un género en sí mismo, sin otra lectura complementaria. Los Diarios 2015-2016 (Editorial Pamiela) de Eduardo Laporte (Pamplona, 1979) sería un ejemplo de la hibridación entre ambos formatos: existe reflexión –e incluso corrección, tal y como apunta en alguna entrada-, pero también un estilo enormemente fluido. Tanto que, en palabras de Miguel Ángel Hernández, prologuista del libro, puede llegar a confundirse con otro género: "Más que un diario, un ensayo literario. En todos los posibles sentidos de la expresión. Eso es lo que ha escrito Eduardo Laporte".
Pero, ¿acaso el ensayo es un género superior al del diario? Lo dudo. El diario de Laporte se inscribe a esa tradición de diarios que sirven no tanto como confesionario, sino como laboratorio de escritura: el joven escritor que quiere tener una voz propia, que ha escrito otras obras, que (mal) vive como periodista cultural y que sufre en algunas de sus relaciones amorosas.
"La búsqueda del tono. El diario como ejercicio de estilo. La obra de un escritor en busca de una voz. El intento de encontrar la modulación precisa. Diversos modos de afinar el instrumento, de acercarse a la música que puede emerger de su interior. Escribir sobre el estilo, sobre la voz o sobre el tono como una manera de buscarlos, de estar más cerca de ellos. Ensayar, una y otra vez. Tocar la escritura".
Así lo describe de nuevo Hernández en su prólogo. Es cierto que los diarios de Eduardo Laporte no tienen fecha. El objetivo no es otro que generar una sensación de flujo espacio temporal, como si la escritura de los mismos fuera un inmenso río por el que bajamos y nos dejamos llevar. Hay, o parece haber, en su ánimo la constatación de una vida atravesada por la literatura, por la pasión por contar y escribir.
Le honra al autor la referencia en la primera entrada al diario a Iñaki Uriarte. Uno que ya reseñamos aquí y que se ha convertido en un clásico actual cuya lectura ha sido recomendada por literatos como Enrique Vila-Matas o Antonio Muñoz Molina. Ambos, por cierto, presentes también en los diarios de Laporte. Se percibe entonces una influencia notable en el estilo y en el personaje que los protagoniza: esa suerte de escritor que todavía no lo es, que es feliz con poco, que vive ciertas penurias económicas, que viaja y se tambalea, que tiene nostalgia y felicidad efímera.
Descubierto en la cuenta a pocos días de la Navidad. Un nuevo impuesto cargado. 2016 ha sido el año de poner en orden mis cosas con Hacienda, que me ha castigado con saña por no comulgar con sus ruedas de molino de autónomo insumiso y precario. Matar moscas a cañonazos.
Viaje a Oporto con R. Tres notas:
1) Los portugueses parecen personajes de Tintín
2) Hay fados alegres
3) Un español que no visita Portugal en su vida, que no ha experimentado la sensación de volver a casa tras el viaje al país vecino, tiene algo de quien no ha visto el mar.
La felicidad deja resaca. Se llama nostalgia.
Necesitamos cierto conflicto para vivir en paz.
Diarios literarios: making of de la literatura.
Febrero se me hace largo porque es corto.
El éxito es de mediocres.
Son en estas sentencias –casi disparos- en las que más se percibe ese brillo del autor. También, en ocasiones, corre el peligro de resultar demasiado altivo, como si su ausencia de dudas y su constatación de certezas dejaran poco espacio a la exploración. Algo muy similar se observa en sus críticas a otros autores en las que, en ocasiones, decide emplear el nombre real y en otras no. Así, por ejemplo, se manifiesta a propósito del escándalo literario de Elvira Navarro y la delgada línea que existe entre la ficción y la realidad:
Elvira Navarro se justifica –"es una ficción"- en la polémica creada con su libro basado en Adelaida García Morales tras la airada reacción de su exmarido Víctor Erice, que le acusa de haberle robado la vida. "Es una ficción", se defiende, como si hacer ficción estuviera reñido con la verdad. La ficción ofrece verdades literarias pero esas verdades literarias también tienen su peso y el autor sigue siendo responsable de ellas.
¿De qué es responsable entonces un autor de diarios en términos de ficción y verdad? Pues exactamente de lo mismo.
¿Son verdaderos los diarios? ¿Lo es este? Supongo que no, en cuanto que sólo muestran una parte del todo. No tienen vocación de sumario de instrucción. La etiqueta verdadera quizá les venga grande. Lo suyo es que sean auténticos.
¿Y si el diarista no se gusta cómo sale retratado?
Dijo Uriarte en la presentación de sus diarios que él se retocaba en las páginas. Que intentaba salir guapo. No sé si me gusto en este registro, en esta foto literaria. Es más, creo que no soy yo. ¿Y eso de encontrar la voz? Un falsete también puede ser tu voz, nos recuerda Antony.
Pero, ante todo, es este un diario (una vida, más bien) atravesado por la literatura, por la pulsión de narrar, de comentar lo leído, de asemejarlo a los amores («Los buenos libros son como los grandes amores; está feo empezar otro nada más termina uno»). La fascinación que Laporte muestra ante la inteligencia de Roland Barthes, el hastío hacia ciertos libros que no duda en ponerles nombre y apellidos, la insólita relación que un escritor que, al mismo tiempo, es periodista cultural, establece con la obra de los demás.
Sobre escribir y el deseo de escribir de quienes no escriben me acuerdo de Humboldt y su sensación de que le perseguían diez mil cerdos.
Este este libro, en definitivo, una pequeña joya –lúcida y auténtica- con la que una siente que le gustaría pasar más tiempo. Dentro de las recientes publicaciones de diarios literarios, este de Eduardo Laporte entra en una cuidada selección, acompañado por otros grandes como Piglia, Uriarte o Vila-Matas.
Sentido común, sentido del humor y melancolía.