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LOS DÍAS DE LOS OTROS

Diario de un canalla: Mario Levrero

4/04/2018 - 

VALÈNCIA. Que un canalla escriba un diario ya es un buen síntoma, pues preludia -de algún modo- un texto con sorpresas y momentos vibrantes. No siempre sucede, naturalmente: hay canallas tremendamente aburridos, pero en líneas generales, el 'canallismo' suele augurar buenas anécdotas.

Los textos de este libro son fruto de dos grandes aventuras vitales de Jorge Varlotta, una por amor y otra por necesidad. Las dos tuvieron una considerable influencia sobre su manera de escribir.

Esto es lo que puede leerse en el prólogo de Diario de un canalla y Burdeos 1972. Esas dos experiencias fueron el enamoramiento repentino pero profundo de una mujer llamada Marie-France en un cóctel en la Alianza Francesa en Uruguay. Mario Levrero (Montevideo 1940 – Montevideo 2004)– el nombre artístico tras el que se escondía Jorge Mario Varlotta- y ella se enamoraron y se fueron a vivir a Burdeos. Allí escribiría un diario llamado simplemente Burdeos 1972. Al tiempo se cansó de la mujer y de Burdeos. Temía que el francés le infectara el cerebro y no pudiera pensar nunca más en español. Se marchó a Buenos Aires y allí empezó a trabajar en un par de revistas de crucigramas. Allí comenzaría a escribir Diario de un canalla. Levrero encontraría entonces “un instrumento hecho a su medida: la entrada de diario, que le permite transcribir cualquier cosa con naturalidad, sin demasiada elaboración, como si conversara con el lector”. Así lo escribe Marcial Soto en el prólogo del volumen que recoge ambos textos: Diario de un canalla y Burdeos 1972.

Pero, ¿cuál era realmente el objetivo de Levrero al escribir ambos libros?

No estoy escribiendo para ningún lector, ni siquiera para leerme yo. Escribo para escribirme yo; es un acto de autoconstrucción. Aquí me estoy recuperando, aquí estoy luchando por rescatar pedazos de mí mismo que han quedado adheridos a mesas de operación, a ciertas mujeres, a ciertas ciudades, a las descascaradas y macilentas pareces de mi apartamento montevideano que ya no volveré a ver, a ciertos paisajes, a ciertas presencias. Sí, lo voy a hacer. Lo voy a lograr. No me fastidien con el estilo ni con la estructura: esto no es una novela, carajo. Me estoy jugando la vida.

La escritura como un modo en el que jugarse la vida y la escritura también, por supuesto, como una para construirse uno mismo. Este diario está escrito entre diciembre de 1986 y enero de 1987. El 'canallismo' del título no alude a algo similar al 'golferío'. El canalla que Levrero se considera a sí mismo tiene más que ver con el abandono de su parte espiritual (literaria). Levrero, acuciado por problemas económicos, abandonó la idea de su novela para entregarse a una revista de crucigramas:

Cierto que me hice un canalla como único recurso para sobrevivir, pero lo triste del caso es que me gusta lo que estoy haciendo, y que sólo me cuestiono en ratos perdidos y sin mayor énfasis.

El desamparo espiritual de Levrero llegó en la misma época de su holgada situación económica. El autor se debate constantemente entre amasar cierta fortuna y experimentar el declive moral. No duda, además, en enfrentarse a su lector con vigor y cierto malhumor:

Está bien, sabiondo hipotético lector: me has descubierto. Ya sabes, porque eres astuto, que me he identificado con el pequeño gorrión. Es Nochevieja y estoy solo. Tengo, es cierto, mi nido de lujo; tengo mi lecho mullido y mis frazadas, mi turbocirculador y mis estufas, mi equipo de audio y mi heladera y estantes atiborrados de comestibles. Pero tengo frío, qué carajo; tengo el alma recagada de frío.

Algo le sucedía a Levrero en Burdeos porque no se encontraba. No sabía qué sucedía con él, con su escritura. Una constante sensación de incertidumbre le acechaba:

(…) ¿Y yo qué hacía? Entonces aparece la parte más dramática de todo esto: ¿dónde esta yo? ¿Que hacía? Recuerdo algunas caminatas mañaneras hacia el Jardín, pero no habrán sido tantas. ¿O sí? ¿Y de tarde? ¿Qué hacía yo cuando volvía de llevar a Pascale a la escuela? Iba a comprar cigarrillos. Pero eso no llevarías más de diez minutos. Caminaría un poco. ¿Por dónde? ¿Durante cuánto tiempo? Si hubiera caminado mucho, conocería un poco más de Burdeos. Escribía cartas, sí, pero no muy a menudo. Escuchaba a Brassens, sí, pero no todo el tiempo. No sé, no sé, no sé. De los tres meses en Francia me queda apenas el registro de algunas horas.

Levrero apenas recordaba lo que sucedía en su época en Francia y, sin embargo, recordaba a la perfección a una cría de gorrión (a la que llamará Pajarito). Diario de un canalla parece, más bien, diario de un Pajarito. Este pequeño animal simboliza la existencia completa de la humanidad. Si Pajarito enferma, Levrero creerá que la vida es un mal asunto; si Pajarito sobrevive, renovará su fe en el espíritu. El lector se aproxima entonces a las aventuras de ese pájaro con más intensidad que a cualquier otro asunto vibrante: libros, literatura o música. Por cierto, a propósito de esta última hay reflexiones apasionantes. Su pasión por Brassens, por ejemplo:

Brassens usaba mucho argot, muchos modismos, y además a menudo cortaba las palabras por la mitad y pasaba la otra mitad al verso siguiente.

(…) y George Brassens se hizo cada vez más amigo mío. Incluso llegué a padecer varias veces la película “Porte des Lilas”, en la que hacía, muy torpemente, un papel secundario -pero además cantaba alguna canción.

Fue el único amigo que tuve en Burdeos.

También esta al otro lado del altavoz Carlos Gardel:

Me parecía imprescindible instruir a aquella francesita en las cosas esenciales de nuestra cultura, ya que íbamos a vivir aquí, felices para siempre; y lo primero hacerle conocer a mi amigo Carlos Gardel.

Uno percibe sin demasiado esfuerzo que la escritura de estas obras se hizo en un estado de profunda melancolía, a altas horas de la madrugada y con la ternura y el sentido del humor siempre a mano. Esas son las herramientas con las que Levrero combate a la tristeza y algunas dificultades como el idioma francés.

También en París tuve un ataque de risa en la calle, una noche, después de haber pasado infinidad de veces por una callecita llamada “rue des Saints Pères” (de los Santos Padres). Había reparado una vez más en la chapa con el nombre de la calle, y me había dicho “Qué raro. Un santo llamado Pérez...”.

El diario de Burdeos y El diario canalla de Levrero constituyen las lecturas de un autor cumbre que conocía como pocos el registro íntimo de los diarios, la escritura minuciosa de las anécdotas, el delicado efecto que su lectura producía en los demás. Tal vez sea ésta una buena puerta de entrada para conocer completamente la obra de un autor que ha permanecido casi oculto y que, sin embargo, produjo una extraordinaria obra en literatura, fotografía, cómic, columnista y, por supuesto, creador de crucigramas.

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