LOS DÍAS DE LOS OTROS

Diario a tres: Auden, Isherwood y Spender en Sinatra

19/07/2017 - 

VALÈNCIA. No es habitual que un diario se escriba a seis manos, es decir, que se pergeñe un diario común como si de un todo se tratara. Y mucho menos habitual es que tal dietario lo lleven a cabo tres de los más prestigiosos escritores ingleses de su generación: W.H. Auden,  Christopher Isherwood y Stephen Spender. Los tres, en el año 1935, emprendieron un viaje a la ciudad de Sintra, antigua capital de Portugal, junto a otros amigos. Su idea primigenia no era otra que alquilar una casa y vivir todos juntos para siempre. Ahora la editorial Gallo Nero publica esta joya apenas conocida, Diario de Sintra, con edición de Matthew Spender -hijo de Stephen- y traducción de David Paradela López.

“Sintra era un lugar de recuerdos ligados a antiguas figuras literarias que habían llegado ahí huyendo de las convenciones”, escribe Matthew Spender en la introducción. Y ciertamente, William Beckford, Lord Byron y Sir Francis Cook tuvieron sus más y sus menos con esta localidad. En el declive del Imperio británico, Sintra era un particular refugio deonde se jugaba al golf y al bridge, donde los nobles de divertían. Allí llegaron Christopher y Stephen huyendo “de la vida familiar y de la claustrofobia de vivir como homosexuales en un país donde la homosexualidad era ilegal”.

Una de las cosas más interesantes de este diario común es que se cruzó, sin que nadie lo supiera, con el diario íntimo de Isherwood. Allí, por ejemplo, se daba cuenta de las diferencias que le separaban de Spender:

Estamos divididos por la secreta conciencia mutua de nuestras intenciones: si las cosas se ponen feas, él quiere regresar a Inglaterra; yo no.

En Sintra, lo cuenta bien Matthew Spender en la introducción, todo era bastante sencillo: “mucho trabajo, escritores jóvenes y ambiciosos, libido exuberante, boys más o menos serviles”. Así comienza el diario un 12 de diciembre de 1935:

STEPHEN SPENDER
Jueves, salimos de Bruselas con destino a Amberes. Gerald ha ido a despedirse de nosotros, lleva un abrigo grueso ribeteado con piel y un cuello de mofeta en el que hundía su cara sin mentón, con los labios carnosos y la nariz chafada. No llevaba joyas, pero, enc cuanto ha entrado, la habitación se ha llenado de un olor a perfume y yo he preguntado: “¿Qué señora perfumada ha estado aquí?”. “Soy yo”, ha respondido ligeramente enfadado. Todos le hemos dado un beso de despedida.

Este tono coloquial, de diversión e ironía se va mezclando en el diario con registros de visitas a museos para ver las obras de Rubens o bromean con que son seguidores de un equipo de fútbol que se dirigen a Lisboa. El mismo día, a las 21h de la noche, Isherwood escribe su primera entrada:

Astringente tedio gris-ostra de un jornada transcurrida íntegramente en el mar. Estamos a la altura de El Havre. El día ha estado dominado por una robusta señora anglobelga con papada de sapo sujeta con un collar de joyas.

Leyendo estas anotaciones, una se pregunta si estos tres tipo no tendrán, en verdad, más que ver con los ingleses que ahora conquistan con botellas de alcohol las islas españolas que con eruditos caballeros ingleses. En el diario también aparecen otros protagonistas como Tony Hyndman, hijo de un propietario de un pub en Cardiff que había sido miembro de la Guardia Nacional de Gales y muy amigo de Stephen.

Llegaron primero a Oporto donde enviaron cartas, compraron periódicos y cafés. Comieron pescados y verduras y, por supuesto, copas de oporto. Allí hablan de lo barato que es todo y la belleza de los lugareños:

TONY HYNDMAN / 16 de diciembre
(…) Hay personas muy guapas, con caras más bien ovales y piel aceitunada. Tienen ojos agudos y relucientes como los de los gitanos. Solo hay una cosa que no cuadra, y es algo que he notado en muchos pueblos del sur. Los dientes. Feos con avaricia. Quizás por culpa del agua o de la comida. Una lástima.

Los viajantes van visitando casas susceptibles de ser alquiladas. De una de ellas dicen que “era una elegante cuadra byroniana en ruinas con unas habitaciones en el piso de arriba que se recortaban contra las rocas sobre las que gotean unos melancólicos árboles cubiertos de hiedra”. También visitan Cascais para comprar gallinas y un gallo. Allí, de camino, comentan con una inglesa que lleva en Portugal mucho tiempo la situación política:

ISHERWOOD – 31 de diciembre
(…) la dictadura ha sido popular hasta hace poco, cuando Salazar la empezado a subir los impuestos. En Portugal, la Iglesia no tiene poder desde el punto de vista político, pero las monjas son muy queridas porque curan a los locos.

El diario de Sintra recoge las aventuras de estos escritores desde el 12 de diciembre de 1935 hasta el 5 de febrero de 1936. Ahí acaba el diario, con una entrada referida a su estancia en el casino de Estoril. Todos perdieron aquella noche algo de dinero. Y todos, en aquellas, veinticuatro horas se volvieron “más depravados que muchos degenerados famosos en toda una vida dedicada al vicio”. A partir de ese momento, comienzan los diarios privados de Isherwood y algunas cartas. El volumen completo termina con la preocupación por la Guerra Civil que se ha desatado en España, con la marcha de algunos de ellos a combatir para frenar a Franco y con cuatro palabras que sirven para resumir inmejorablemente lo poco recomendable que es escribir un diario a tantas manos.

Qué maravilla estar solos.


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