Así fue el cierre de tres librerías paradigmáticas. Los responsables de La Máscara, Dadá y Leo explican el final
VALÈNCIA. Efectos de la cronología variable. Hace cerca de diez años la revista The New Yorker publicó una portada con una viñeta en la que se veía una librería con un librero echando el cierre y al lado, sigilosa, una vecina recibiendo un paquete Amazon, presumiblemente adquiriendo un libro. Sin embargo ha sido en las últimas semanas cuando la portada prendió como un icono oportuno para una realidad desatada: las librerías independientes en su odisea frente al gigante que llama a tu puerta. Quizá una caricatura, pero sobre todo el rostro de un fenómeno con velocidad de crucero.
Tres fechas en una ciudad, València.
En 2018 cierra la librería Leo.
En 2017 cierra la librería Dadá del IVAM.
En 2007 cierra la librería La Máscara.
Son solo una muestra condensada. Un marco para ponerle nombre a una sangría con víctimas copiosas, aunque distintas.
La librería Leo, una de las más recientes en cerrar, a la vera del Marqués de dos Aguas, vio como meses antes la plaza que la acogía cambiaba su nombre por el de la Plaza de la Cultura, “pero sólo estábamos nosotros”, ironiza una de sus responsables, Julia Troncoso.
Lluís Andrés, artífice de la librería La Máscara, abierta en 1988 en Nuevo Centro, recuerda la avalancha de clientes durante casi dos décadas. “Como también teníamos prensa, los sábados llegábamos a vender más de 1.000 diarios”. Hagan el favor de prescindir de las comparaciones mentales.
Inma Pérez, de la librería Dadá del MuVIM, quiso en 2015 aplicar la misma fórmula en el IVAM: “Trabajar como una librería cercana, próxima, con publicaciones y revistas muy peculiares y especializadas, apostando por el arte y la fotografía como puntos más potentes, con autoedición y editoriales independientes; igualmente, ofrecer piezas/productos de diseño de proveedores locales para cumplir con esa función de tienda y desmarcándonos de lo que la gente suele esperar cuando visita un museo”.
Abren hamburgueserías, cierran librerías y la viñeta del New Yorker tiene aspecto de una profecía autocumplida, como viéndole las fauces de la bestia.
Necesitamos explicaciones. El porqué del final.
Julia Troncoso: “se produjo en mayo de 2018, porque ya no nos quedaban más ahorros, nunca hemos ganado dinero. El problema es el margen (en torno a un 25 o 30%) y la falta de lectores, claro. Teníamos profesionales bien pagados porque se formaban, porque leían por la noche, porque eran especiales. Alargamos el último año por ellos, estábamos desesperados económicamente. El daño al libro viene de muchos lados, desde el desdén de los políticos por la lectura, y sobre todo, por Amazon, un ejecutor de las librerías y del pequeño comercio. La gente si quiere un libro lo tiene al día siguiente. Me da tristeza que la gente pueda llegar a perderse todo lo que aporta un libro, poco a poco a lo largo de una vida. Es tristísimo”.
Antes Leo, la librería de culto, había propiciado momentazos. Como cuando Julia le escribió a un desconocido Leonardo Padura tras leer Herejes. Padura viajó hasta su librería para presentarlo. Poco tiempo después el autor de El hombre que amaba a los perros se convertía en autor consagrado y ganaba el premio Príncipe de Asturias.
Abrió en 2011: “metimos todo nuestro dinero para montar una librería, que es un sector completamente distinto a cualquier negocio que se pueda imaginar, queríamos ser una librería de fondo editorial, no tener lo que tenía FNAC, El Corte Inglés o Carrefour, y seleccionar escritores asequibles pero que creíamos que la gente tenía que leer. Para nosotros la lectura es una manera de llegar a formarte mentalmente, a tomar decisiones, a saber distinguir, a ser más tolerante, a ser crítico con la sociedad. La lectura es mucho más, y eso nos lo dan los grandes escritores. También a los niños; tiene que descubrir, si se les obliga nunca llegan a la lectura. Borges, a un hombre que le comentaba que no llegaba a Shakespeare, le contestó: quizá es Shakespere el que no llega a ti”.
El final de Dadá (IVAM)
Inma Pérez: “La decisión de cerrar se produjo tras el verano de 2017 y cumpliendo un segundo año de vida como negocio. La acogida no fue la esperada, no estábamos apenas ampliando la clientela y no pudimos superar el no ‘ser la típica tienda de museo’; cada día teníamos menos venta y con menor coste, el público demandaba productos que nosotros no podíamos ofrecer y las publicaciones cada vez tenían menor aceptación. Hubo una variable importante relacionada con el tipo de público mayoritario en el museo cada día, turistas, que hizo inviable remontar el proyecto porque ya habíamos sufrido mucho desgaste. El sentir general era que muchos no esperaban que hubiesen "tantos libros" y eso hacía que el tiempo de tránsito por la librería fuese incluso inferior a 3 minutos; especialmente fue duro ver que el primer año más o menos fueron bien las cosas y a partir del segundo empezó a desmoronarse cada día todo un poco y sabes que no hay vuelta atrás cuando ya hay días en los que no se vende absolutamente nada. En ese momento es cuando analizas todo y, siendo una empresa reducida como ésta, decides que lo mejor era cerrar porque las cosas no iban a mejorar, todo lo contrario, y era complicado hacer algo que la mayoría de los que estuvieron antes ahí no pudieron hacer.
Definitivamente cerramos en febrero de 2018”.
Lluís Andrés: “Siempre había tenido el deseo de abrir una librería, esas cosas que se te ponen en la cabeza. Quería montar una buena, una que pudiera tener un fondo editorial. En el año 1988 se inauguró en Nuevo Centro y poco a poco La Máscara se hizo famosa. Teniamos una manera de llevar la librería diferente: con hojas de recomendación, 35.000 libros en stock, secciones distinta como novela erótica, ciencia ficción. Vendíamos más que El Corte Inglés que estaba al lado. Pero nos ofrecieron comprar el local. Rechazamos venderla pero la tercera oferta era irrechazable”.
Le pido a Lluís (aka El Librero Impertinente primero con Pablo Motos y ahora con Elena Morales en espacios literarios en la SER) que practique un ejercicio virtual sobre cómo sería ahora La Máscara de seguir abierta: “quizá se mantendría abierta, pero la tendencia es ir hacia pequeñas librerías especializadas. Y, sobre todo, dirigidas por trabajadores con gran pasión y conocimiento. No se puede estar en una librería sin saber de libros, como una farmacéutica no puede desconocer los medicamentos que vende”.
Julia Troncoso otea el futuro a través de una recomendación: “has de leerte Zona en obras de Leila Guerriero. Y ya me dirás”.
“La lección que extraigo, más allá de que entiendo que asumimos un riesgo y con ello va asociado tanto el éxito como el fracaso, es que estamos solos, los libreros. Cada día es más complicado vender libros, las nuevas generaciones no tienen hábito, costumbre, cultura de venir a las librerías. No es una cuestión solamente de Amazon u otras plataformas, viene del conjunto de la sociedad y ese cambio de hábito del que todos participamos. En el caso de las librerías pequeñas, nuestro papel en el esquema cultural, social y urbano de una ciudad o un barrio es enorme, pues transmitimos conocimiento, enriquecemos la oferta, potenciamos la diversidad y creamos lugares de encuentro particulares para muchas personas; si una de ellas cierra, todo eso desaparece. Hace falta una conjura por parte de la administración para proteger a las librerías pequeñas, asociadas o no, agremiadas o no, entendiendo y reconociendo su valor y su papel en la sociedad, y mucha empatía.
No queremos hacernos ricos, queremos un entorno quizá menos asfixiante y más humano, porque vendemos libros, pero la base nuestro negocio son las personas. A muchos les gustaría tener una librería, o trabajar en ella, pero nuestro trabajo, oficio diría yo, es un gran desconocido y aunque gran parte de ello es vocación y pasión enorme por lo que hacemos, esto no es lo que paga las facturas. Cerramos porque dejáis de venir, todos. Somos los que compramos en determinados lugares quienes debemos recomendarlos, visitarlos, y mantenerlos vivos para que no desaparezcan”.