Raquel Rodrigo ha convertido la costura en un lenguaje artístico propio. Conocida en la escena del ‘street’ art por sus grandes paneles bordados, este año ‘planta’ una instalación fallera en el Centre del Carme para concienciar sobre la emergencia climática.
VALÈNCIA. Bordar fachadas para convertir las calles en un espacio más acogedor, más amable y, por qué no, también más bello. La creadora Raquel Rodrigo hilvana esa premisa en cada uno de los monumentales paneles de punto de cruz que instala desde hace años en el espacio público. El resultado son piezas que juegan con los colores, las formas, las texturas y los recuerdos de quienes los observan. Este año, Rodrigo salta también a la actualidad fallera más experimental a través de Efluenow, una instalación que ha producido para el Centre del Carme con motivo de las fiestas josefinas y en la que se reflexiona sobre la necesidad de buscar energías alternativas en plena emergencia climática. La pieza fue presentada el pasado 6 de marzo y podrá visitarse en el claustro gótico del recinto hasta el 5 de abril.
Integrados por grandes cordones de algodón, yute o seda, los murales de Rodrigo llevan el cosmos de las puntadas “a dimensiones mucho más grandes de lo habitual y se les da otro protagonismo desde el ámbito de la arquitectura o el interiorismo”, explica. Siguiendo esta línea de trabajo, en 2014 fundó Arquicostura Studio, un proyecto nacido centrado en el street art que establece vínculos entre la tradición y la modernidad mediante el arte y el diseño. Su trabajo ya se ha podido otear en coordenadas tan distantes como València, Londres, París, Zaragoza Estambul, Fanzara, Bunyol, Madrid, Suiza, Milán, Cabo Verde, Rusia, Barcelona o Arabia Saudí.
Escenógrafa de teatro, interiorista y escaparatista, a base de tejer sus ideas Raquel Rodrigo ha encontrado en el punto de cruz un lenguaje artístico propio que puede plasmar tanto en muestras de arte urbano como en propuestas de interiorismo en hoteles y restaurantes, exposiciones o proyectos sobre patrimonio popular y memoria femenina… Y lo que está por venir, pues asegura estar deseosa de innovar en cuanto a los materiales, técnicas, estructuras y diseños que emplea.
Para esta licenciada en Bellas Artes sus característicos paneles “constituyen una propuesta creativa diferente pero muy reconocible, porque hemos crecido rodeados de este tipo de costura, pero no lo percibíamos. De hecho, un comentario que escucho a menudo es ‘cómo no se me ha ocurrido hacer esto a mí’. Y es que es algo tan sencillo como coger una tradición y darle otra visión, otro formato”. Entre el asfalto y la costura, surge la emoción: “mis piezas generan un contraste porque transmiten una calidez de hogar que no estás acostumbrado a ver en la calle”, explica. La protección de esa madriguera donde nos sentimos cuidados y queridos. Donde siempre hay café recién hecho.
“En proyectos de street art, mucha gente me ha comentado que al observar las piezas consiguen sentirse como en casa a pesar de estar en la calle. O se retrotraen al tiempo en familia durante su infancia. De hecho, he entrado en habitaciones de amigos que tenían cuadros con su nombre bordado en punto de cruz…no somos consciente de la presencia que tienen esas creaciones en nuestro entorno”, señala la responsable de Aquicostura.
Como apunta Raquel Rodrigo, el bordado y sus periferias constituyen un arte ligado tradicionalmente a lo doméstico, “un arte invisible que nunca había salido de casa”. Piezas creadas por manos silenciosas y eficientes, sin pretensiones. “Creo que siempre se ha considerado una tarea cotidiana que las señoras hacían por inercia, solas o reunidas en grupo, no como una actividad creativa en sí misma. Y eso que muchas a través del punto de cruz realizaban obras maravillosas”. ¿Una actividad ligada al universo femenino que se ha visto ninguneada a lo largo de la historia? No puede ser, vamos, completamente descabellado. En este sentido, la diseñadora defiende la iniciativa Arquicostura como una plataforma desde la que “vestir la calle con una tradición que pertenece a lo íntimo, que suele guardarse tras los muros de las viviendas”. O lo que es lo mismo, reivindicar un legado con nombre de mujer que ha permanecido callado durante demasiado tiempo.
Y aquí, una advertencia de futuro: “a muchas personas estas obras les recuerdan a los bordados de sus madres y abuelas, pero no hay relevo ya que las nuevas generaciones no están siguiendo la tradición. Así que, cuando esas personas desaparezcan, también lo harán las connotaciones de recuerdo y memoria a las que apela actualmente el punto de cruz. Si no hay un gran cambio en las costumbres, este discurso tiene un final”.
Todo comenzó con el encargo de insuflar carisma al escaparate de una tienda de costura “ahí surgió ese concepto de ‘bordar fachadas’, que pasara fuera lo que ocurre dentro. Yo no soy bordadora y para desarrollar ese proyecto recuperé una técnica que mi madre me había enseñado a los siete años para entretenerme”, señala la creadora valenciana. “Me gustó mucho la idea, creía mucho en ella y comencé a desarrollarla para aplicarla a otros proyectos y presentarla a diferentes festivales de arte urbano, como Intramurs o Miau. Al principio llevaba yo a cabo los murales con ayuda de mi padre porque no tenía presupuesto para contratar a otros profesionales. Ahora ya con un equipo que plasma mis diseños”.
Su travesía por el globo terráqueo le ha permitido estudiar el fenómeno de los pespuntes con una perspectiva más amplia: “en España estas prácticas se ven como un hobbie o solo suponen un trabajo minoritario de algunas artesanas. En cambio, en México la gente viste con punto de cruz, es una tradición que está mucho más en ebullición que aquí. Hay muchas familias que viven de los telares y el bordado en pueblos como Guajaca. Y, por ejemplo, en Rusia la gente también tiene muchísimo interés por los bordados, es una cuestión culturalmente muy asentada y admirada”.
En su anhelo por llevar el punto de cruz a todos los ámbitos de la existencia, Rodrigo ha acabado por aterrizar en el universo fallero. Inspirada en los corales submarinos, Efluenow se basa en una estructura en forma de espiral con cordones de colores flúor bordados en tela metálica y que emanan luz. Así estos 5.000 metros de material tintado actúan como “una forma poética de reflexionar sobre la necesidad de buscar formas alternativas de energía”. No ha sido una decisión tomada al azar. Desde que comenzó a idear su falla experimental, el objetivo de esta especialista en escenografía e interiorismo era “buscar luz en la naturaleza”. “Empecé a investigar sobre las flores, pero me encontré con los corales, me encantaron, y me puse a estudiar cómo producen su propia luz a través de las proteínas fluorescentes. Ha sido un proceso muy divertido y muy bonito”, explica la creadora, quien destaca que la pieza ubicada en el Centre del Carme “tiene dos lecturas diferentes: una durante el día y otra en las horas nocturnas, en la oscuridad”.
“En esta instalación he podido trabajar con una pieza tridimensional que te envuelve. Te metes dentro de ella y combina luz y sonido, es algo totalmente experiencial. Para mí es muy importante emocionar a los visitantes. Ponerla en marcha ha sido una prueba y tengo muchas ganas de seguir investigando”, apunta Rodrigo.
En ese sentido, incide en la necesidad de “fomentar el ámbito de las fallas experimentales que aportan algo diferente más allá de los monumentos típicos. Al fin y al cabo, con las fallas tenemos cada año en València un festival de arte urbano único y debemos explorar sus posibilidades”. Mientras tanto, toca seguir investigando formas de salvar el planeta a través del punto de cruz. Por si acaso, échale un ojo a las creaciones de tus abuelas.
La ‘buscadora’ Reyes Pe intenta retarse esta vez a través de la elaboración de una falla doble: grande e infantil, que podrá percibirse a través de todos los sentidos. El proyecto habla sobre la vida, la muerte y el paso de los años, y se titula Per molts anys. Comprende un trabajo intergeneracional que pone sobre la mesa una conversación sobre los encuentros, la celebración, la vida y la muerte… sin tabúes