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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

De cuando había censura y pensamos que nunca volvería a haberla

2/12/2018 - 

VALÈNCIA. El 6 de diciembre de 1978 se votó la Constitución Española, la primera después de la larga dictadura franquista. No hubo clases como tampoco hubo unos meses antes, cuando se celebraron las primeras elecciones democráticas en junio de 1977. Tenía 15 años y no podía votar; tampoco era plenamente consciente de la magnitud de aquellos momentos, aunque no era difícil intuir a qué cambios nos enfrentábamos. Al margen del revuelo que acompañaba a los acontecimientos políticos que habían ido teniendo lugar desde la muerte del dictador, las señales de que algo muy importante estaba ocurriendo eran inconfundibles. Por mi afición a la música rock y al cine, sabía que ni una y otra habían escapado a las tijeras de nuestra censura.

Canciones que desaparecen, portadas que cambian

La censura era algo que se combatía de varias maneras. Mis padres, gente de mente abierta,  no tuvieron inconveniente alguno en que fuese a ver La naranja mecánica, acompañado por mis tíos, en el Aula 7, así como alguna otra película prohibida hasta entonces. La magnitud de todos aquellos cambios podía medirse a partir de las manifestaciones culturales que al fin llegaban aquí o recobraban sus partes amputadas. Discos y películas sin censurar. Suena extraño, lo sé. Pero así era. Rock & Roll Animal de Lou Reed apareció aquí originalmente sin los 13 minutos que duraba ‘Heroin’. Y ese David Bowie ligeramente inclinado y algo lascivo, con la cara pintada con el hoy archifamoso rayo, desapareció por completo del interior de Aladdin Sane porque alguien en alguna oficina, en alguna dirección general de lo que fuera, consideró que a la juventud española, tan prometedoramente sanota ella, había que protegerla ante semejante pedazo de maricón.

Señoritas con poco decoro que se esfuman

Podría seguir enumerando casos como estos. Algunos muchos más famosos, otros no  tanto. La portada española de Sticky Fingers o el naipe erótico –un hombre espía a una mujer que orina en cuclillas- cubierto por una pegatina en la cubierta de Here Come The Warm Jets de Eno. Todo apuntaba hacia un hecho irrebatible: mucho de lo que me gustaba, lo que había empezado a alimentar mi mente y mi espíritu, había estado prohibido. No fui consciente de la situación hasta que murió el dictador y me producía un alivio enorme ver lo que estábamos dejando atrás. Y esa lenta e inexorable recuperación de objetos y costumbres que no eran sino ejemplos de lo que era vivir en libertad, sin miedos, sin tapujos asfixiantes. Me sentía afortunado de vivir en un momento así –mis abuelos sufrieron de pleno la guerra y mis padres, que nacieron cuando esta tenía lugar, son fruto de la posguerra- y no se me ocurría pensar que ese nuevo estatus fuese susceptible de  volver a empeorar. Ese fue el miedo que sentí durante el 23-F, pero la pesadilla duró unas pocas horas. El hecho de que no fuera más que eso, y todo lo que ocurrió a continuación me hizo confiar en que los fantasmas de un pasado que yo ni siquiera conocí conscientemente, se habían ido. Una de las cosas que el tiempo te enseña es que nada se va para siempre y todo es susceptible de reaparecer, aunque sea con un rostro ligeramente distinto.

Y bananas que crecen de repente

Pienso ahora en todas esas portadas, en esas canciones. Los discos de Lou Reed, tanto en solitario como con Velvet Underground, siempre se llevaban algún zarpazo. Motivo de más para detestar cualquier totalitarismo, pensaba yo con un pie en la inocencia  y otro en la ingenuidad. Y me veo ahora, cuarenta años después, preguntándome si somos conscientes de la amenaza que se cierne sobre nosotros, y de todo lo que hay en juego. Esta vez no hablo de la autocensura a la que lleva la corrección política legitimada por internet. Me refiero a la certeza de que, amparados en la democracia y lo que esta significa, pululan individuos que mañana volverían a quitar canciones de discos, fotos de portadas y todo aquello que les parezca indigno de ser dicho. Y eso es lo más suave que harían en caso de ostentar algún tipo de poder.

El 6 de diciembre de 1978, como no tenía clase, aproveché para comprarme un disco. Fue Vintage Violence, de John Cale. El vinilo americano, con esa carátula de cartón duro y algo basto que caracterizaba a los álbumes fabricados allí. Encontró su lugar en la misma estantería donde ya estaba The Velvet Underground & Nico, que apareció poco antes en España como fruto de la recuperada libertad. Sin canciones eliminadas, sin fotos ennegrecidas. Pasó a hacerle compañía a otros álbumes de Television, Patti Smith, The Doors y Rolling Stones, discos que fueron y son esenciales para mí. Si los que ahora salen a la calle tan indignados -a homenajear a Franco, a velar por la unidad de España y por el respeto a la bandera como si la bandera estuviera por encima de las personas a las que representa pudieran, sentenciarían de nuevo todo eso. Los libros, las películas, las canciones, los poemas. Si por estos tipos fuera, la mayor parte de todo eso que me conforma,  desaparecería de nuevo, y muy probablemente, yo con todo ello.

Hace 40 años, cuando se votaba esta constitución que tan necesitada está de inyecciones de sensatez que la sitúen en el presente, no podía ni imaginar que toda aquella maldad que parecía estar evaporándose pudiera plantarse de nuevo en las puertas de nuestras casas. Nunca pensé que lo hiciera y menos aún, con tanta impunidad. Aquel 6 de diciembre escuché con atención Vintage Violence y supongo que me iría a dormir pensando en mis cosas, en lo poco que me apetecía volver a clase al día siguiente o en los ídolos que regían entonces mi vida. Si esto fuese un cuento o el capítulo de una novela, ese título, Vintage Violence, violencia de época, también podría ser visto un mal presagio anunciando sin decirlo que hay amenazas que nos acecharán siempre. Ojalá que no sea más que eso, un detalle que de pie al fabulador para contar historias que solamente son ficción. Ojalá que la violencia que hoy ya es antigua y añeja siga siéndolo y no se instale entre de nuevo nosotros. La censura no es más que la punta de algo muchísimo más terrible. Hay una oscuridad que nunca se fue del todo y cada día que pasa crece un poco más.

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