VALÈNCIA. Una historia de la Guerra Civil que no le va a gustar a nadie. El título de Juan Eslava Galán para su monografía sobre el conflicto bélico que partió España se podría aplicar también al nuevo libro del catedrático valenciano de Historia Contemporánea Federico Martínez Roda. Lo único que habría que sustituir sería Guerra Civil por Transición. Porque Ni gatopardos ni suicidas (Sara Alejandría Ediciones) tiene esa difícil virtud que tantas veces se busca y muy pocas se logra, que es hallarse en el punto medio. Curiosamente, el libro toma como punto de partida y análisis 1976, “el año equidistante” que dice Martínez Roda, porque habían pasado 40 años de la Guerra Civil y han pasado prácticamente 40 años desde entonces. “Cuando en los años noventa se vanagloriaba la Transición, recuerdo haber ya escrito entonces que no era para tanto. Ahora que se denosta es lo mismo pero en el sentido contrario”, reflexiona en una cafetería del centro de València.
Federico Martínez Roda, que ahora es decano de la Real Academia de Cultura Valenciana y está intentando una transición similar en la centenaria organización, presentó este miércoles el libro en Alicante, en el Real Liceo Casino. Antes lo había hecho en Madrid y en València. Merced a él recibe cartas y respuestas incluso de algún protagonista de aquellos años que le agradece su trabajo. Porque Martínez Roda ha querido poner algunos puntos sobre la íes. E igual que en su día reconoció que no había sido perfecta, considera injusto la reinterpretación que se hace ahora de ella. “Una simplificación no es más que una manipulación burda de los tiempos pretéritos”, escribe. Como ejemplo cita el caso de la Guerra Civil, sobre la cual se quiere establecer el mito de que “hubo una especie de amnesia”, algo que no comparte. “Constantemente se hacían referencias concretas a dicha Guerra Civil con el afán consciente de que se superara”. O, cómo apuntó Javier Cercas en su ensayo Anatomía de un instante, el pacto nunca incluyó olvidar. “Los que vivieron la Transición, en general, siempre se mostraron satisfechos porque consideraban que fueron partícipes de la superación de la Guerra Civil (…) y de la apuesta por el consenso que condujo a una democracia al estilo europeo”, escribe Martínez Roda.
La Transición sigue en el imaginario colectivo como demuestra el éxito de la serie El día de mañana, basada en la novela homónima de Ignacio Martínez de Pisón. Producida por Movistar+ y adaptada por Mariano Barroso y Alejandro Hernández, la producción tiene un protagonista, Justo Gil, que es un advenedizo que hace lo imposible y lo más inmoral por trepar en la Barcelona de los años sesenta, cuando el franquismo agonizaba y la democracia se vislumbraba en el horizonte. Aunque no ha visto la serie, Martínez Roda relata una anécdota que encajaría con alguien como el Justo Gil de ficción. Ocurrió a principio de los años ochenta. Martínez Roda acudió a un entierro en Requena. Mientras caminaba en la comitiva del funeral, delante de él, una persona charlaba con otra. “Ya sabes, en los entierros la gente habla mucho”, recuerda ahora en la Plaza del Ayuntamiento, junto a la estatua dedicada a Vinatea que sustituyó a la de Franco. El que llevaba la conversación le recriminaba a su interlocutor, falangista de pro, que estuviera en el CDS. “Fíjate, más al centro incluso que Alianza Popular; precisamente tú”. El interpelado se encogió de hombros. “Que le vamos a hacer; es lo que toca”, respondió. Martínez Roda al recordarlo se sonríe. “Esa gente es así; fueron franquistas porque tenían que serlo y luego se pasaron a la democracia”.
Vista ahora, aquella época no parece tan oscura y se ha mitigado la violencia que se vivía en las calles. La mirada al pasado endulza y hace que todo lo veamos mejor de lo que fue, como ya apuntaba Jorge Manrique. Pero la realidad de aquellos años fue muy áspera, tal y como rememora la rectora de la Universitat de València, Mavi Mestre, quien al hacer su retrato dibuja un escenario propio de la famosa película alemana El silencio de los otros. “El franquismo fue una situación de impotencia y de angustia para todas y todos los que estudiábamos, con la amenaza siempre existente de poder acabar con un expediente en la universidad que no sabías cómo podía condicionar tu vida en el futuro. Esa sensación de ser observado, vigilado… de poder ser perseguido por lo que podías hacer o decir te seguía y estigmatizaba, no sólo en tu vida de estudios, sino en tu mismo pueblo. Era una represión masiva que te hacía cambiar hasta tu forma de relacionarte: pensar que podía haber alguien infiltrado en las aulas, de la brigada político social, que te delatase por lo que podías decir en un momento dado, era trasladar un clima de terror en un espacio como eran las aulas universitarias que debería ser académico. Y la academia siempre es el libre pensamiento e intercambio de ideas y puntos de vista”.
“Aunque algunos puedan pensar que esos fueron tiempos no tan duros", prosigue Mestre, “aunque las personas más mayores nos contaban cómo había sido la época de la represión posterior al triunfo del franquismo, es un conjunto de experiencias y vivencias que no se le pueden desear a nadie”. En este sentido cita la interesante reflexión y ejercicio de memoria histórica que se hizo en la propia Universitat con la exposición Universitaris contra la dictadura o en un trabajo de Comisiones Obreras del País Valencià. “La rabia, la impotencia, la indefensión… eran sentimientos habituales para las personas que teníamos inquietudes y que aspirábamos a vivir en una sociedad abierta, europea, libre y democrática, una sociedad de igualdad entre hombres y mujeres, donde no se persiguiese a nadie por sus ideas, creencias ni tampoco por sus preferencias sexuales”, comenta.
El novelista valenciano y catedrático de Literatura Miguel Herráez alude a este hecho cuando plantea la importancia del contexto. “El desmontaje del aparato franquista, como se le denominaba entonces, exigió concesiones que hoy resultan criticables pero fueron unas concesiones necesarias para que fluyera la nueva etapa. Es cierto que lo que corresponde hoy es cerrar definitivamente todo aquel proceso sin la necesidad de poner paños calientes. Ahí sitúo, por ejemplo, el tema del Valle de los Caídos o las tensiones territoriales que vivimos hoy y que demandan la readaptación a una sociedad democrática y moderna”.
Herráez, que acaba de publicar nuevo libro sobre el París de los años sesenta (El día que el Sena no se desbordó), es uno de los autores que ya mediados los años noventa quiso bajar del pedestal a la Transición, situándola a ras de suelo, pegada a la realidad, ironizando con ella y ubicando algunos momentos en escenarios tan en apariencia poco épicos como la puerta de un El Corte Inglés. “Toda la serie de Germán Tello, en especial Confía en mí y Bajo la lluvia, dan cuenta de ese período en el que se contempla no solo el principio del final de las mitologías sino incluso el fin de las ideologías entendidas en un estricto plano historicista. De ahí que pretendiera, a través de la ficción, armar emocionalmente un segmento de la vida de Valencia que ya se escapaba, se me escapaba”.
Para el novelista y ensayista, la Transición hay que observarla “desde dos miradas: una ligada a los sucesos previos, como son el atentado de Carrero Blanco a cuatro días de la Navidad de 1973, la muerte del dictador dos años después, y sucesos que anuncian los cambios posteriores, con el coletazo siniestro del 23F; la otra mirada es la actual, desde la que es fácil frivolizar lo que supusieron aquellos tiempos”, apunta, añadiéndose a la crítica que también hace Martínez Roda. Y es que, una cosa es que hayan asignaturas pendientes, que diría José Luis Garci, y otra muy distinta que no se quiera reconocer todo el trabajo hecho por construir un país moderno.
En parecidos términos se expresa la escritora Pilar Pedraza, profesora en la Universitat de València. Ella misma recuerda que cuando sucedieron algunos de los principales hitos de la Transición como el 23-F, quizás lo más parecido al asesinato de Kennedy para generaciones de españoles, estaba enfrascada en otras cuestiones más inmediatas y prosaicas. “El mismo 23 de febrero yo estaba preparando las correcciones de mi primer libro y no me enteré hasta el día siguiente. Mi madre me llamó cuando salían los tanques a la calle y le dije que no me molestara. Entonces todo era confuso. Ahora es diferente, tenemos una perspectiva más amplia y cada uno tiene una idea histórica e ideológica”.
Pedraza coincide en que “no fue una Transición completa”. Así, como Herráez, señala que “han quedado hilos sueltos por todas partes y un cierto franquismo ideológico” que aún pervive en parte de la sociedad y a ella le da “miedo”. “Entonces lo que queríamos era una revolución porque estábamos imbuidos de un imaginario en ese sentido, del Che, de Albania, del Libro Rojo de Mao. El que no estaba en el partido marxista leninista como yo estaba en el más allá. Luego ya vino un asentamiento del PSOE. Otros nos dedicamos a nuestras carreras. Hemos vivido estos 40 años de una manera muy intensa”, comenta junto a la plaza de la Virgen, al lado del Palau de la Generalitat. Pedraza llegó a ser consellera de Educación y Cultura con el último gobierno de Joan Lerma y tuvo que vivir situaciones rocambolescas como que la llamaran catalanista por ayudar a la promoción del valenciano. Pedraza es oriunda de Toledo.
La vitalidad y energía de aquellos años es también una idea común entre muchos de los que los vivieron, como el arquitecto Rafael Rivera, partícipe de los cambios urbanísticos que se dieron en la ciudad de València. “Fue una época vibrante, en la que estaba todo por hacer después de años de sequía política. Teníamos la ilusión en las venas. Fueron años muy intensos y que recuerdo con un cariño especial. Nos creíamos lo que hacíamos e íbamos a muerte por la ciudad, por la arquitectura. En mi departamento en el Ayuntamiento de València, un equipo muy reducido nos multiplicamos. He tenido muchas escuelas en esta vida, la mayoría de ellas sin aulas. El ayuntamiento de Godella primero, y el de València después, fueron dos escuelas estupendas en las que sufrí, disfruté, pude hacer realidad mis ideas, y aprendí a ser ciudadano y profesional al mismo tiempo”.
“Fue un período de verdad intenso, contradictorio, repleto de aprendizajes más que de errores, con la convicción como pancarta, y el sentimiento doble de estar construyendo el futuro, un futuro imperfecto, y de estar cambiando el mundo, un mundo que estaba pidiendo a gritos ser cambiado”, añade. “Todo con dicotomías excesivas, blanco o negro, bien o mal, dentro o fuera, conmigo o contra mí. Excesivas pero tal vez imprescindibles. En realidad, el desencanto posterior vino por una sobredosis de ilusión previa. Nadie se desencanta sin haberse encantado previamente”, razona.
Pedraza explica esta “gran decepción” porque, dice, “incluso la democracia que disfrutamos es una de una calidad media, tiene muchos defectos, y tres de los principales partidos (PP, PSOE y Ciudadanos) tienen muchos condicionantes”. “El PSOE ya no es de izquierdas; se ha quedado en el limbo de la economía liberal. Los que están en los cargos públicos tienen que adaptarse a una realidad que es menos progresista de lo que hubiéramos querido”. Toda una serie de cuestiones empero que no le hacen perder de vista ciertas cuestiones. Y como ejemplo asevera: “Siempre estaré antes del lado de un centroizquierda como el PSOE que las opciones de derechas”. Para ella como para Herráez el principal problema heredado es el territorial, enquistado desde la Transición, donde ve una Cataluña “movida por unos sentimientos que no la van a llevar a ninguna parte”. “Es un conflicto muy grande que no están abordando en el PP y en el PSOE. Estamos en una política de espectáculo que no está a nivel de Estado. Eso es lo que más me preocupa: que los políticos de un bando y otro no aborden el problema en su profundidad”.
Junto a este asunto, Pedraza enumera como cuestiones pendientes “las desigualdades, y la Iglesia que sigue ahí pese a que ya ha habido mayorías absolutas de izquierda que podrían haber puesto a la Iglesia en su sitio que es ninguno porque el Estado es aconfesional”. “Estamos en un país en el que estamos siempre mitad contra mitad y no juntos hacia el progreso”, prosigue. “El PSOE debería ser más valiente. La Transición, por mucho que se empeñen algunos, no se hizo correctamente y tiene muchos flecos pendientes. La Constitución fue pactada por personas que tuvieron en cuenta ante sus propios intereses que el concepto de Estado. Eso lo vemos ahora. Cuando estábamos al principio de la Transición yo estaba en mi vida y no me daba cuenta bien de lo que estaba pasando. Pero es que estaba la alegría de por fin estar saliendo de la dictadura”, concluye. Y eso es algo que no se lo puede negar nadie.