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memorias de anticuario

De Pere Maria Orts a Rudolf Gerstenmaier: ¿qué hay detrás de los grandes filántropos?

28/03/2021 - 

VALÈNCIA. En 2012 un Pere Maria Orts emocionado finalizaba una entrevista afirmando que le gustaría que se le recordara como una persona que hizo todo lo que pudo por València y los valencianos. No se trataba de palabras vacuas y rimbombantes a las que otros son tan aficionados, puesto que su vida fue una permanente vocación por materializar ese deseo. En noviembre del año 2004 se firmó el acta de donación a la Generalitat Valenciana de su colección personal, una de las más importantes de las últimas décadas, integrada por un total de 213 pinturas además de un catálogo bastante heterogéneo de artes decorativas. También Orts llevó a cabo una donación al ayuntamiento y su biblioteca personal pasó a enriquecer la Biblioteca Valenciana. Se puede decir que, respecto de esta clase de bienes personales, literalmente se despojó sin contraprestación alguna. La suya fue una decisión que se llevó a cabo en vida y, por supuesto, constituyó una noticia que recibimos con regocijo a la vista de la envergadura por cantidad y calidad. Ninguna pared del museo recordó aquel acto de generosidad sin límites, desconozco si fue por deseo del donante, una persona nunca dada a protagonismos, o por torpeza política del momento (esto me encajaría más). Esto, en los museos del ámbito anglosajón, es algo poco menos que impensable.

El caso de Pere Maria Orts, es el ejemplo paradigmático de un coleccionista que forma su colección con la idea, desde el primer instante, de proceder a su donación cuando entienda que está “completada”. No se trata, por tanto, de una idea sobrevenida. De hecho, la adquisición de obras la fue llevando a cabo teniendo en cuenta las carencias del museo y las necesidades de completar la colección permanente con piezas del período a enriquecer o de artistas de los que no se disponía de cuadros. Quien dona a un museo ha de ser consciente de si las obras van a ser bien recibidas puesto que hay casos en que el museo tiene cubierto un tipo de obras determinadas o bien las piezas cuya donación se pretende no reúnen los requisitos de calidad mínimos para formar parte de la colección permanente. 

Pere Maria Orts

Que no estuviera a penas vinculado con nuestra ciudad, su nacionalidad germana, a parte de la importancia de las obras, ha hecho que, estos días presididos por noticias poco alentadoras, signifique una enorme y feliz sorpresa el legado que ha tenido como beneficiario el museo de Bellas Artes de València, y que ha llevado a cabo el filántropo hamburgués, aunque residente en España, Rudolf Gerstenmaier, fallecido triste y repentinamente hace poco más de dos meses y ha sido inevitable que algunos nos acordemos de aquella gran donación de Orts, un tanto olvidada. Quizás algún día conoceremos las razones que han llevado a un cambio de última hora de parte de su testamento, y que ha dado como resultado que recale en nuestra ciudad la fantástica Virgen Cumberland de Rubens, entre otras obras, uno de sus tesoros más preciados. Muchos museos la habrían acogido con los brazos abiertos, y más concretamente la ciudad de Madrid, muy querida por el filántropo, en la que residió ininterrumpidamente desde que, con una mano delante y otra detrás, llegara, para ganarse la vida, a la España franquista de 1962. Poco tiempo después de instalarse en un país desconocido para él, y una vez comenzó a “tirar” el floreciente negocio creado desde cero, sería “infectado” por el virus incurable del coleccionismo, la verdadera pasión de su vida, que cultivó hasta su fallecimiento a causa de otro virus esta vez no metafórico y en este caso letal. Una entrega por un arte que, lejos de vedarlo a la mirada ajena, quiso compartirlo con la ciudadanía a través de exposiciones temporales y cesiones de obras a museos. Recordemos la exposición de sus fondos de arte flamenco con el título “De Rubens a Van Dyck” que se llevó a cabo en el Centro del Carmen en el año 2014 (en 2015 fue en Castellón), y que vino de la mano de Felipe Garín. Una idea, la de mostrar y ceder su obra que en ningún caso escondía, como se ha podido comprobar, aviesos intereses especulativos. 

San Pedro de Coxcie perteneciente a la donación Orts-Bosch

Hay quienes ven incomprensible que una persona se desprenda de un rico patrimonio logrado con esfuerzo y valorado en mucho dinero. Si esa generosidad se lleva a cabo en vida, el desconcierto es todavía mayor en una sociedad presidida por la búsqueda desenfrenada del rendimiento económico, en la que estos gestos son muy ocasionales. Buena parte del sentido último que hay detrás de unas acciones filantrópicas de esta envergadura pueden resumirse en la contestación del empresario alemán a una pregunta, en torno a si le apenaba el hecho de desprenderse de sus obras de arte: "Mi madre me dijo una vez: 'Chaval, todo lo que tienes es alquilado y lo tienes que dejar en este mundo'. No se puede decir de una forma más sintética y a la vez exacta. Si creemos que los coleccionistas no son más que afortunados custodios en vida de unas obras, ya que estas últimas tienen la vocación de sobrevivir muchos años más que sus propietarios no nos parecerá algo tan extraño.

De hecho, es inevitable que acontezca ese instante en que, llegados a  una edad, quienes han cuidado, custodiado la colección que han ido conformando, comiencen a plantearse su futuro y destino, es decir, si las obras han de continuar, cuando ya no estén para cuidarlas, integrando el patrimonio familiar (en caso de que exista sucesión) y que los herederos decidan si mantienen la unidad de esta o iniciar una lenta o precipitada disgregación de la colección mediante la venta de la misma, o bien el propietario decide su donación en vida (en el caso de Orts) o por decisión testamentaria (en el de Gerstenmaier), con un destino concreto que puede ser un museo o una fundación, y, en definitiva, salgan al mundo para el disfrute de la ciudadanía.

Parte de la colección de arte flamenco del Werstenmaier

“España me lo ha dado todo, y quiero agradecer el recibimiento que me dieron los españoles cuando llegué siendo tan joven. Cincuenta y tantos años viviendo aquí y solo puedo hablar maravillas. Y pensar que mis obras están en el mejor museo del mundo para mí es sencillamente extraordinario” es la sencilla e irrebatible explicación que daba Gerstenmaier cuando ya hace unos años donó once obras de arte del siglo XIX al museo del Prado una explicación que es perfectamente extrapolable a quienes, como él, deciden entregar su colección al patrimonio cultural español en agradecimiento al país que le acogió hace sesenta años. Es una idea que, por las razones que sean, se da con más habitualidad en el ámbito anglosajón: esa especie de “devolución” a la sociedad buena parte de lo que esta le ha dado tras una carrera profesional o empresarial de éxito, que le ha permitido lograr un status social y económico que, en el caso de los coleccionistas de arte les ha posibilitado proveerse de los recursos suficientes para tener acceso a esas obras. 

Congratulémonos de una noticia muy importante, que pronto se hará realidad y que significará un revulsivo cultural para la ciudad. Además, estoy seguro que el museo estará a la altura para materializar la compleja tarea de acoger en sus salas este importante legado y estoy convencido de que sabrá reconocer como corresponde y merece la generosidad y consideración que tuvo para València Rudolf Gerstermaier y su pareja Leoncio con quien compartió su vida. 

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