'diecisiete' se estrena este viernes en netflix

Daniel Sánchez-Arévalo afina la feel-good movie: "Cada vez quiero hacer más con menos"

El director explica cómo ha abordado la historia de un adolescente conflictivo y su hermano

17/10/2019 - 

VALÈNCIA. Daniel Sánchez-Arévalo no pierde ni un ápice de su carisma en Diecisiete, sucesora de la ya lejana La Gran Familia Española en su filmografía. El film cuenta el viaje de Héctor (Biel Montoro) e Ismael (Nacho Sánchez), dos hermanos en busca de un perro con el que el primero se ha encariñado en el centro de menores hasta el punto de escaparse para no perderlo.

En este trabajo, la crítica ha sido unánime: Sánchez-Arévalo sigue imprimiendo su estilo y lo va perfilando, haciendo más fluidas las fronteras entre el drama y la comedia. Abordar de una manera coherente y ética una feel-good movie (película para sentirse bien, en su traducción literal) se hace cada vez más difícil en tiempos de sentimentalismo fácil en redes sociales, Diecisiete lo consigue.

La película ha estado en los cines desde el 4 de octubre pero se estrena en Netflix este viernes 18. Antes, vino a La Filmoteca a presentarla.

- Campeones arrasó en los pasados Goya y fue un éxito de público, ahora llega Diecisiete y cosecha buenas críticas en San Sebastián. ¿Por qué es tiempo de feel-good movies?
- Yo te puedo hablar desde mi perspectiva personal, que es la de mi planteamiento de qué es la ficción. Yo fui en un adolescente muy angustiado y muy desubicado que encontré en la escritura un alivio y un refugio en el que calmar mis males. Para mí cualquier forma de expresión artística es una protección para esconderme de la agresión del mundo. Desde que he sido pequeño me he escondido en ver las películas, y ya de mayor lo he conseguido hacer mi profesión. Es una necesidad que sigo llevando a rajatabla: recurro a la ficción porque necesito estar protegido y arropado. Creo que en tiempos en los que el mundo es tan agresivo y todo se polariza tanto, en los que las redes sociales solo hacen aumentar el cinismo y tenemos las hachas tan afiladas, las películas (ya sean dramáticas o comedias) son sitios donde poder respirar. 

- La crítica coincide en hablar de Diecisiete como un film en el que perfilas mucho más tu estilo y en el que imprimes una huella clara como autor, ¿cómo ha evolucionado tu cine para llegar dónde estás ahora?
- Me siento más maduro, interna y externamente más mayor. En estos seis años en los que no he rodado ninguna película, yo me he convertido en mejor director: he escrito una novela, he rodado publicidad, he hecho cortometrajes... Tomar una pausa y dejar que la vida se cuele en tu vida, reconectar con cosas muy básicas, te hacen mejor ser humano. Yo hablo de humanos, así que supongo que ahora cuento las cosas mejor.

Creo que de lo que más orgulloso estoy es de el contar más con menos, o al menos, lo mismo con menos ingredientes. Mis películas anteriores son más abigarradas, con muchos personajes y tramas que se cruzan. Ahora quería algo diferente: dos protagonistas y un objetivo. No quería desviarme de esto tan sencillo, que paradojicamente a mí me resulta más complicado. Y luego también hay una evolución en mi mayor pretensión como cineasta, que es mezclar la comedia y el drama: creo que aquí fluye algo más y ningún género ahoga la película en ningún momento.

Foto: EVA MÁÑEZ

- En este subgénero de las feel-good movies es muy fácil acabar siendo muy superficial o incluso acabar banalizando causas o quedar tachado de una película tan sensiblera que acaba no siendo sensible. ¿Qué decisiones cinematográficas has tomado para que no sea así con Diecisiete?
- Creo que la clave está en este más por menos. En no forzar la comedia ni el drama, en no buscar lo facilón, reescribir situaciones en las que lo cómico se me iba demasiado... Igual como el drama. Una decisión muy importante para mí ha sido la de que querer que el film supure verdad y mantener los pies en la tierra. Eso ha ocurrido en el proceso de escritura pero también en el rodaje. Por ejemplo, he rodado en Cantabria, en unos paisajes espectaculares, pero no he sucumbido al dron. La cámara siempre estaba tocando tierra, no quería florituras ni juegos cromáticos, quería una fotografía naturalista, una música que no subrayara de más... Mi obsesión era quitar, quitar y quitar.

- Retratas la realidad de un centro de menores, de la España rural, hay un conflicto familiar, también hablas de la relación que se establece entre un humano y un animal... ¿Cómo te has acercado a todas esas realidades para poder contarlas con conocimiento de causa suficiente?
- He querido ser muy riguroso en todo. Por ejemplo, en todo lo que tiene que ver con el centro de menores yo he tenido a una persona con mucha experiencia en estos revisando mi guion, y que me contaba las rutinas que llevan allí hasta el más mínimo detalle. En el tema legal, me ha asesorado un fiscal de menores, que también se ha implicado en el guion... Yo quería que el arranque estuviera muy pegado a la realidad para que, en momento en el que empieza la road-movie, ya empieza la ficción y hago la película más mía, con dos personajes muy cerca de sí mismos. Pero todo el entramado social tenía que respirar verdad.

Luego, para retratar la España rural... Para localizar, yo personalmente he cogido el coche buscando pueblos que, en efecto, estaban muy alejados de las urbes y dándome cuenta que están empezando a despoblarse. Me di cuenta que tenía que hablar de eso, y cuando los ganaderos me contaban que Europa les imponían unas tasas abusivas yo sentía que aunque fueran dos líneas, tenía que incluir esa realidad en el guion. Eran elementos nuevos pero que no podía dejar de añadirlos para que la ficción también respondiera a la realidad.

- Los temas que planteas están alejados de los debates más mediáticos, los que se ocupan de las tertulias, ¿esta historia está alejada de su contexto político?
- Pues precisamente creo que no. Es la historia de dos hermanos que no se ponen de acuerdo, y eso es España. La película habla de estas dos personas que tienen que entenderse y vivir juntos y no hay manera, y ellos mismos ponen unas barreras que les distancia física y emocionalmente. Y por mucho que quieran, no pueden. Vivimos en un país en el que, en efecto, nos cuesta ponernos de acuerdo y esperamos que el otro solo esté al servicio de nuestras necesidad; nadie piensa en el otro y nos olvidamos del bien común. Somos una familia desestructurada, y eso es algo que estamos sufriendo todos mucho.

Esto, obviamente, es una metáfora, una segunda lectura. Luego, a mí, me gusta hablar de historias más cercanas, y lo que cuento intento hacerlo desde un perímetro muy cerrado en el ser humano y en nuestros seres queridos.

Foto: EVA MÁÑEZ

- No le ha hecho falta a esta película grandes nombres de la interpretación...
- No, y me he sentido muy privilegiado de que me hayan permitido hacer un casting con caras desconocidas, que no suele ser habitual. Biel Montoro y Nacho Sánchez eran debutantes y yo he recuperado sensaciones que no tenía desde Azuloscurocasinegro: he encontrado a dos chavales y les he proporcionado un vehículo en el que poder crecer. Había momentos durante el rodaje en el que me sentía más espectador que director porque sentía que estos nuevos actores han venido para quedarse. Su despliegue de talento nos ha sorprendido a todo el equipo, además de la disciplina y el trabajo que han cumplido. Es muy bonito volver a vivir sensaciones que uno pensaba que no iba poder volver a vivir, como la primera.

- Aquí va la pregunta de rigor, supongo. El film se ha estrenado en salas pero es un producto para Netflix. Hasta que todo el mundo no se posicione, el debate sobre las plataformas lo monopoliza (casi) todo. ¿Defiendes su papel sin fisuras o eres más como Scorcesse, al que le gusta que Netflix le produzca pero cuida también mucho la exhibición tradicional?
- Yo soy del cine en el cine. Yo voy al cine todas las semanas dos y tres veces. Y me he empeñado en que Diecisiete estuviera en salas comerciales y que la gente la pudiera ver en pantalla grande porque defiendo la experiencia de las salas. La realidad es que los tiempos están cambiando, y la gente sigue demandando historias (tal vez ahora más que nunca) aunque no se consumen igual. Y es natural que para los jóvenes ver una película en una tablet sea lo más normal del mundo. No podemos vivir de espaldas a eso.

También hay que entender que Netflix tiene un negocio, que es producir para sus clientes. Si a Scorcesse le han producido una película de su magnitud, lo normal es que lo quieran en exclusiva para sus clientes, porque si no consumirán otras plataformas. Estamos en un periodo de transición, aún nos queda ubicarnos y entender que el cine es el cine y seguro que se encuentra la manera de convivir. Me niego a pensar que las salas de cine vayan a desaparecer, por mucho que haya dejado de ser habitual ir a ellas.

- ¿Vivimos buenos tiempos para la industria cinematográfica? Un director tan solvente como tú llevaba desde 2013 sin presentar un largometraje...
- En estos seis años ha habido muchos factores a tener en cuenta: he necesitado un período de reflexión, de recalcular -como si fuera un GPS- para buscar un camino diferente; también ha habido una novela publicada estos años... 

He intentado dos proyectos que han sido fallidos: uno porque era demasiado continuista con lo que venía haciendo, y otro... Porque, efectivamente, uno piensa que ya tiene un sitio en la industria y puede hacer lo que quiera y es mentira. Yo planteé una historia y no encajó. Por eso creo que un factor positivo de las plataformas es que han cambiado el foco, y se han dado cuenta que lo que necesitan son historias: han cambiado el punto de mira y nos han dado a los autores el poder. Y lo hacen desde el planteamiento de que les gusta nuestra manera de ver el mundo y nos quieren dar un vehículo (¡y dinero!) para contarlas. Que el poder lo tengamos los creadores es algo inusual y, la verdad, lo abrazo.

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