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Daniel Gascón: "Uno se ríe de cosas que le interesan"

15/07/2020 - 

Su labor como columnista de actualidad en diarios y radios, así como su rigurosa labor como editor de la revista Letras Libres en España no parece indicar a primera vista que Daniel Gascón tenga desarrollado un sentido del humor tan irónico y arrebatador como el que se confirma cuando una lee Un hipster en la España vacía (Literatura Random House), en el que despliega -como el mejor Woody Allen o Rafael Azcona- unas tramas y personajes delirantes que radiografian con enorme simpatía pero también con considerable puntería nuestra sociedad actual, estos Tiempos Modernos.

-Háblame del origen de este libro que, si no me equivoco, empieza en unos artículos de Letras Libres. ¿Cómo supiste que podías alargar la historia del hipster?
-Lo que había estado haciendo en Letras Libres era publicar textos como ficciones humorísticas sobre asuntos de política española o cultura, un poco para tratarlos de un modo diferente y no tan serio. Recuerdo uno que era sobre las películas que haría cada partido político, otro en el que imaginaba un país en el que se peleaban los fans de Tolstoi contra los de Dostoyevski y este personaje del hipster era la misma idea, pero fue creciendo y tenía entidad para funcionar por su cuenta. Primero fui haciendo el diario, luego esos dos capítulos que lo cierran en el que él cuenta que no se entera de nada del pueblo y el siguiente justo lo contrario: los del pueblo contando que no entienden nada del hipster. Luego pensé que daba para más y empecé a pensar que la estructura de un libro a partir de pequeños episodios: aventuras autónomas de los personajes. 

-Has contado alguna vez que tú mismo pasaste de pequeño tiempo en aquellos pueblos, cuidado por las mujeres de tu familia, mientras tu madre -médico por los pueblos de Teruel- seguía trabajando. ¿Notabas ya de pequeño esa diferencia entre el niño de ciudad y los chavales del pueblo? ¿En qué consistía esa diferencia?
-Mi madre es médico de atención primaria. Entonces, estuvimos en muchos pueblos y no recuerdo quién me cuidaba al principio porque era muy pequeño. Luego ya vivimos tiempo en el pueblo. Y sí veía que los ritmos eran muy distintos: en la ciudad parecía que la vida de los niños estaba más reglamentada; allí, en cambio, éramos más libres. Por ejemplo, nosotros, con las costumbres de ciudad comíamos más tarde. Pero nuestros amigos comían a la una del mediodía y a la una y diez ya estaban en nuestra casa para que saliéramos a jugar a fútbol y, claro, nosotros ni habíamos empezado a comer. Parecía como que en la ciudad teníamos que planificarlo todo mucho más porque las distancias son otras. Pero tampoco vi una gran diferencia porque mis abuelos eran gente de pueblo y, aunque yo había nacido en la ciudad y me había criado allí, siempre vivía en esa especie de continuo retorno al pueblo. Formaba parte de mi vida. Quizás ahora ese continuo se ha roto un poco más y por eso me ha parecido más visible el contraste que explico en el libro.

-¿Crees que sigue existiendo tal diferencia? Porque lo que está claro es que a los pueblos ha llegado Netflix o el drone de Amazon del que hablas en el libro. Es como si los relatos culturales fueran los mismos.
-De la época que vivía en el pueblo sí recuerdo, por ejemplo, que el cine que veías era muy difícil que fuera de estreno o, incluso, algunos de los pueblos a los que íbamos no tenían periódicos. Eso ha cambiado mucho. A lo mejor hay más distancia de la ciudad con respecto al pueblo que no del pueblo con respecto a la ciudad, porque la capacidad de informarte o de opciones culturales las puedes tener en el pueblo y antes era muy complicado.

-El libro es muy divertido porque cuentas de manera irónica ese regreso a lo rural que, al final, no es tan idílico como se pensaba, aunque ejemplos como el de Santiago Lorenzo haya provocado que algunos se vayan a escribir al campo, como si la inspiración surgiera por estar en un lugar concreto.
-El hipster tiene una visión muy abstracta, idealizada y romántica del campo que es una caricatura de algo que yo veo cuando yo mismo o mis amigos vamos al campo. Sí que hay un choque entre esa visión y lo que es el medio rural que puede ser muy áspero en cosas pero con muchos matices. Las cosas se vuelven interesantes cuando tú las miras de verdad como son. Sí quería presentar ese choque de constraste que generaba diversión y poía iluminar cosas. Ahí pensaba, por ejemplo, en Un yanqui en la corte del rey Arturo de Mark Twain o incluso en el Quijote, ¿no? Porque es una especie de Quijote posmoderno que, en lugar de estar intoxicado de novelas de caballería, está intoxicado de posmodernismo y se va a Aragón a salvar a los del pueblo. Lo que pasa que los del pueblo no necesita que los salve tampoco, claro.

-Se ha alabado mucho -y con razón- el tono irónico, casi sarcástico del libro que recuerda a algunos de los mejores textos de Woody Allen pero también a cómicos patrios de la talla de Azcona o Berlanga. ¿Fueron esas tus inspiraciones?
-Me gustan mucho esos autores que nombras. Supongo que son dos de las formas de humor que más frecuento y admiro, así que seguro que están. Por una parte, está el humor del intelectual -estilo Allen- con ese personaje del hipster que es un artihéroe que, cuando le salen bien las cosas, le salen bien a su pesar. Es casi como el Woody Allen de Bananas. Y luego esa especie de humor costumbrista y surrealista de Azcona o Berlanga que los admiro mucho. Lo vinculo con que viví muchos años con mi abuelo que era de campo y nos poníamos esas pelis juntos. Y me hacía gracia porque muchas de esas maneras de hablar eran las de mi abuelo. Aunque, por supuesto, Azcona era un gran lector y un hombre muy fino. Conocía muy bien a Kafka, por ejemplo. Y si ves El verdugo o Plácido desde el ángulo kafkiano, está claro que es una influencia. 

-Y hablando de esa forma de hablar, eso lo trabajas muy bien en el libro, con esas expresiones de los habitantes del pueblo. Supongo que porque los has escuchado mucho y te has quedado con esos registros, ¿no?
-Sí, sí. Una de las partes más divertidas para mí ha sido intentar imitar ese modo de hablar . A veces recordando y otras veces exagerando. Es casi como cuando activas una caja de recuerdos de frases que has oído. Eso nos gusta mucho en la escritura. Había un rescate de esas expresiones pero exagerando. En ocasiones, mi hermana Aloma que leía todos los textos antes, alguna expresión que yo no recordaba me la recordaba ella. 

-¿Te divertiste mucho escribiendo el libro? Hay pasajes desternillantes como el taller de nuevas masculinidades en el pueblo, el secuestro de Greta Thunberg o esa visita a la ciudad para conocer a una superestrella de la música que lleva puesto el traje regional del pueblo, sin saber mucho por qué y ahí das tu opinión sobre la idea de apropiación cultural que creo que no te gusta mucho, ¿no?
-Como estoy acostumbrado a analizar la política española para mis columnas y los temas culturales desde el ensayo, siempre he de ser justo y serio en esos formatos. Pero con esta ficción era justo lo contrario: podía inventar lo que quisiera con una libertad que no había tenido antes. Muchas veces eran casi experimentos de dejar volar la imaginación y ver cómo podía tratar el tema. Pensaba en imágenes concretas: por ejemplo, pensaba que los de La Cañada vinieran a Madrid y como el ecologismo es uno de los temas que vertebran el libro -porque la diferente relación que tenemos con el medioambiente en lo rural y en lo urbano se puede tratar en broma y en serio también- encajaba muy bien para crear esta trama de aventura y humor en la que Greta era secuestrada. Entonces se me ocurría una idea un poco loca que me permitía libremente tratar un tema y lo divertido era construir la trama alrededor de la idea, de manera que siendo alocado funcionara pero que no fuera arbitrario y sí sorprendiera. También algunos amigos me han ayudado mucho a imaginar escenarios y tramas.

-El concepto de la España vacía está presente desde el título del libro. ¿Crees que con la llegada de esta nueva crisis que se avecina podrán repoblarse esos pueblos y, de alguna manera, salvarlos? Más allá del aspecto económico, durante este confinamiento no son pocos los que han pensado que irse al campo, donde las posibilidades de contagio son menores porque se vive más aislado es una oportunidad. 
-Bueno, yo creo que interior de España lleva siglos perdiendo población y es muy difícil revertir ese proceso. Es verdad que mucha gente de las ciudades, durante el confinamiento, han pensado en irse al campo porque lo han visto más atractivo. Y conozco a amigos que han dado ese paso pero mi intuición es que eso va a ser algo marginal. Sí creo que España siguiera vaciándose y es importante que los núcleos más o menos poblados sigan manteniendo oferta laboral y de servicio es muy importante. Pero revertir un proceso así tan largo y tan grande es muy difícil. Pero, claro, la gente tiene derecho a vivir donde quiera, por supuesto. No podemos decirle dónde tiene que vivir.

-Tu libro coincide casi a la vez que el de Gabi Martinez (Un cambio de verdad) y el de Emilio Gancedo (Palabras mayores). Y la editorial Errata Naturae, por ejemplo, desde hace años tiene una apuesta muy serie por lo que se está llamando ‘nature writing’ ¿Qué te parece este tipo de literatura?
-En el libro no hago parodia de esta literatura, aunque lo podía hacer. Generalmente, uno se ríe de cosas que le interesan. Porque si no, sería un ejercicio de sarcasmo puro que tiene menos gracia y profundidad. Hay obras de este tipo que me gustan mucho y creo que, por ejemplo, la visibilización de esa España interior despoblada -en buena medida gracias al libro de Sergio del Molino- pues está bien porque es una realidad que existe. Igual 'nature writing' no es lo que más leo pero sí hay cosas que me gustan mucho. Hay muchos escritores que han tenido esa pulsión del campo. Ahora, por ejemplo, en Letras Libres estamos preparando un número sobre los setenta años de la muerte de Orwell y él era, en parte, un chico rural que se montó una granja, se fue a Escocia. Y tenía algo de hipster en el Reino Unido vacío.

-Por último, Daniel, como analista de la actualidad. No sé si estás de acuerdo con que las elecciones del pasado domingo dejaron claro, nuevamente, que existe una realidad política que está fuera de los confines de Madrid y, quizás, los que somos de provincias vemos muy nítidamente pero los de allí no. ¿Qué se puede hacer para que los políticos entiendan en valor y la fuerza de lo local?
-Lo que sí hemos visto en la gestión de la pandemia es la irrupción de más partidos pequeños. A veces, ves una gran bronca en el Congreso -que era más teatral porque luego votaban juntos- y luego en las comunidades veías más acuerdos y espíritu de consenso. Creo que como la mayoría de periodistas viven en Madrid se hipertrofia la política local. Esto hace que le hagamos mucho más caso y que sea más espectacular la política nacional. Es la política más exagerada junto a la de catalana. Hay una retroalimentación viciosa. A veces, en las grandes ciudades decimos que España es diversa pero no pensamos que diverso es una forma de homogeneidad también. 

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