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lOS ESCRITORES Y SUS CIUDADES (X) 

Cuando Jean Cocteau vivió en Marbella

29/08/2018 - 

VALÈNCIA. El dramaturgo, escritor y cineasta francés Jean Cocteau llegó a Málaga en abril de 1961. Fue su gran amigo Pablo Picasso el que le habló de esta tierra que, sin duda, concitaba todos aquellos tópicos que el francés amaba: la fiesta, el flamenco, los toros. Llegó con Francine Weisweiller, amiga, mecenas -también lo fue de Yves Saint Laurent- y, quizás, amor irrealizable. Cuentan que jóvenes poetas locales fueron a recibirle al aeropuerto como si de una gran estrella del cine de tratara.

En Málaga pasó cinco meses en total y quiso que fuera su última morada antes de morir. Aquí trabajó en varios libros, en cerámicas, en unos paneles que iban a decorar el local La Maroma, una especie de 'concept store' de los 60 que estaba regentada por Ana de Pombo, una diseñadora que había trabajado para Chanel y que Cocteau conoció en París. De Pombo se hizo inseparable de Cocteau y fue su guía durante todo ese tiempo. A pesar de poseer talento para muchas disciplinas, lo cierto es que la literatura fue para Cocteau siempre algo superior:

Escribir es, para mí, lo mismo que dibujar: anudar las líneas de tal suerte que se transformen en escritura, o desanudarlas de tal suerte que la escritura devenga dibujo.

Este fragmento pertenece a su obra Opium, una suerte de diario de desintoxicación del artista a esta droga que le estimulaba en su vida personal y profesional: 

Todo lo que uno hace en la vida, y lo mismo en el amor, se hace a bordo del tren expreso que rueda hacia la muerte. Fumar opio es abandonar el tren en marcha; es ocuparse en otra cosa que no es la vida ni la muerte.

Hay otro libro fundamental en la vida de Cocteau y es precisamente el que escribe en su etapa malagueña. Se trata de El cordón umbilical. Un diario agónico, publicado por la editorial Confluencias y prologado por Alfredo Taján, uno de los mayores expertos de Cocteau:

Adentrarse en la personalidad y en la producción artística de Jean Cocteau (Maisons Lafitte 1889–Milly-la- Forêt 1963) significa vivir dentro de un sueño que, de pronto, se convierte en realidad. Él mismo se definió: soy la mentira que dice siempre la verdad; y efectivamente, con esta suerte de mago se participa en una misa negra para dioses blancos, se experimenta el regocijo de los cambios y matices de un creador que oficia en el vacío y va borrando su rastro en todas y cada una de las décadas en las que resucitó, dejando constantemente en vilo su intensa expansión pancreadora.

La personalidad de Cocteau, tal y como afirma Taján, fue arrebatadora y contagió a todo con lo que se topaba:

Este último mandato: el estilo es una moral, representa un canon herético, o más bien, una necesidad canónica, que encaja con dificultad en estos tiempos en los que la creación literaria carece de correctores propios y ajenos, una época en la que, expresado con otro aforismo, el estilo no se estila, estilo en cuanto autoexigencia, nunca como vana floritura u opaco manierismo. Cocteau sentencia: Cuando muera, ya no podré callarme nunca. Y el oráculo acertó. 

Pero, ¿cómo nace este libro y quién lo encarga?:

En esta visita a España, la Costa del Sol es su único objetivo, quiere encontrar un refugio definitivo, se dice que pretende adquirir una finca en un pueblo de artistas que se proyecta cerca de Marbella, y que finalmente no se llevó a cabo; este pueblo de artistas merece un amplio comentario de Cocteau en la coda del libro que nos ocupa, Le cordon ombilical, una suerte de breve diario que le encarga su amiga Denise Bourdet para Ediciones Plon de París, que por fin verá la luz un año más tarde, en 1962, en una corta edición de doscientos ejemplares ilustrados con cuatro litografías del autor. 

En el verano de 2016 Marbella fue declarada 'Capital Cocteau' y una larga lista de actividades recordaron el paso del artista francés por este lugar. Se recordaron lugares míticos que Cocteau visitó como El Camello de Oro, la tetería de Pepe Carleton, y las noches en Malibú, propiedad de Edgar Neville. También El Martinete, el chalet de Antonio El Bailaor que tiene una piscina en cuyo fondo hay un dibujo de Cocteau adaptado a mosaico. En Marbella tendrá largas conversaciones con Miguel Mihura, Enrique Llovet y Luis Escobar. Además será retratado junto a grandes nombres de la España del momento, es decir, cantaores, bailaores y toreros como Curro Romero, El Cordobés o El Caracol. 

La España que Cocteau conoce y, muy especialmente, la Andalucía que Cocteau visita, es pobre. Un lugar de posguerra que está instalado en el Franquismo y con una iglesia que atenaza y acecha. En El cordón umbilical, Cocteau dirigiría algunas palabras al pueblo y la cultura españoles:

(Los bailaores) parecen escupir flamas por la boca y apagarlas con las manos sobre el cuerpo y con los pies sobre el tablado.

 En España lo excepcional es algo común. El pueblo es un gran poeta que se ignora.

El padre de Cocteau se suicidó y después comenzó su vida nómada, de viajero incansable. Continuó con una adicción al opio severa. Sin él, parece, no era capaz de crear. Uno de sus amantes, Raymond Radiguet murió joven de tifus. En 1932 mantuvo una relación con Nathalie Paley, hija del duque Romanov. Marie-Laure de Noailles, joven amante de Cocteau, hizo abortar a Paley para arruinar esa relación. En 1945 rodó La Belle et la Bête con Jean Marais, su pareja más duradera. Todo este material autobiográfico sirvió al poeta para dar forma a su obra. Una, que por cierto, le propició que alcanzara la gloria en 1955 al ser nombrado miembro de la Academia Francesa de las letras y, dos años más tarde, miembro honorario del Instituto de Artes y Letras de Nueva York. Su vida terminó el 11 de octubre de 1963 a causa de un infarto de miocardio. Ese mismo día había muerto su amiga Edith Piaf. Dos muertes de dos de los franceses más ilustres de todos los tiempos con apenas unas horas de diferencia. 

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