las series y la vida

‘Creedme’: mucho más que una serie basada en hechos reales

28/09/2019 - 

VALÈNCIA. El mantra ‘basado en hechos reales’ sirve para dar credibilidad a películas o series, pero muchas veces da para poco más que justificar la existencia de productos audiovisuales de escaso o nulo interés. No hay más que ver los telefilms USA de las sobremesas del fin de semana. El vínculo con lo real parece que exime del esfuerzo de construir una buena ficción porque se fía todo a la potencia de ‘esto es lo que sucedió’, olvidando que la verosimilitud del relato hay que construirla y tiene poco que ver con la realidad. ¡Cuántas ‘La increíble historia de una madre…’ ‘La incansable lucha de una familia por…’ ‘La extraordinaria batalla de un hombre corriente contra…’ hemos dormido plácidamente la tarde del domingo!

Claro que, a veces, el ‘basado en hechos reales’ otorga otra dimensión a una serie o a una película. Eso sucede con Creedme (Unbelievable), la miniserie de ocho capítulos que Netflix ofrece desde hace unas semanas. En realidad, Creedme se sostiene por sí sola como la excelente serie que es, incluso sin saber que lo que cuenta sucedió de verdad. Está muy bien escrita, muy bien contada y muy bien interpretada. Tiene suspense, profundidad y verdad (porque la verdad de un relato tampoco depende de si algo ha sucedido o no). Y es incómoda, muy incómoda.

Pero cuando eres consciente de que esto fue así, de que la historia ha sido contada con gran precisión y sin desviarse de lo sucedido, la incomodidad aumenta de forma exponencial. También comprendes que el malestar producido cuando no sabías que fue un hecho real deriva no solo de ser una buena serie, sino de que esa historia es absolutamente creíble, de que estás completamente segura de que, desgraciadamente, se parece mucho a la realidad.

Creedme está basada en La increíble historia de una violación, reportaje de los periodistas Ken Amstrong y T. Christian Miller publicado en 2015 en la revista ProPublica y ganador del Premio Pulitzer, convertido luego en libro, podcast y ahora serie. Cuenta la historia de Marie Adler, una chica de 18 años que sufrió una violación en su apartamento de Washington, pero a la que ni la policía ni sus allegados creyeron. Finalmente, ante la presión policial, se retractó de su declaración. Dos años después, dos mujeres detectives de dos poblaciones distintas de Colorado descubren, casualmente, la similitud de dos casos de violación que investigan y, con ello, la existencia de un violador en serie del que van apareciendo más y más víctimas. Los hechos del pasado tienen graves consecuencias: si se hubiera investigado y detenido al agresor de Marie, las veintisiete violaciones posteriores no hubieran sucedido.

Tanto los periodistas como la propia Marie han resaltado que la serie no se separa un ápice no solo de lo sucedido, sino de lo sentido. De las emociones de las víctimas y también de quienes investigaron. Todo ello sin caer en maniqueísmos y mostrando toda la complejidad psicológica y emocional que un caso así conlleva. Sin personajes planos ni unidimensionales, sea cual sea su comportamiento. Y, a la vez, construyendo una pareja de policías, la compuesta por Toni Collette y Merritt Wever, a la que nos encantaría volver a ver en futuras investigaciones.

El primer capítulo es inolvidable y brutal. En él asistimos a la historia de Marie desde que denuncia su violación hasta que se retracta. Marie es eso que clasifican como una chica conflictiva. Ha tenido una infancia desgraciada, yendo de casa de acogida en casa de acogida, y una adolescencia rebelde. Nada de esto contará a su favor tras sufrir la violación. También va a ir en su contra la percepción social de lo que debe ser una víctima y cómo debe comportarse. Prejuicios.

El planteamiento de la serie es claro: los espectadores nunca dudamos del testimonio de Marie. Desde el minuto uno sabemos que lo que dice es la verdad. La violación está contada desde su punto de vista y no hay nada morboso, ni rastro de espectacularización de la violencia, en el modo en que nos es mostrada. Estamos dentro de su cabeza, de su vivencia y de su recuerdo. La frialdad de los procedimientos policiales y hospitalarios resulta desoladora y la sentimos con Marie. El contraste es enorme entre el modo en que Marie es tratada por los dos inspectores que investigan su caso y la forma en que las dos policías de Colorado tratan a las víctimas y las interrogan. La diferencia entre alguien que siente empatía y que no duda del testimonio de la víctima frente a quien sí lo hace resulta perturbadora.

La composición de los planos y el montaje colocan a Marie, invariablemente, en una posición de víctima, de inferioridad visual y espacial respecto del resto de personajes. Gran parte de los encuadres está ella sola, aislada, y cuando no lo está su indefensión se hace palpable. Su vulnerabilidad frente al sistema está expresada de forma rotunda en las imágenes: primeros planos de su rostro aprisionado por objetos y sombras, profundidad de campo que la empequeñece, contrapicados que la alejan, descentramiento de su posición en el plano, etc.

Los interrogatorios son un modelo de cómo construir el sentido de lo que se está contando a través de la imagen. Los representantes de la ley, que son, en teoría, aquellos que buscan la verdad, resultan amenazantes y pétreos. Aquí además se juega a fondo con el contraste entre los hombres maduros y la muchacha adolescente. Pero también quienes están, supuestamente, de su lado, sus madres de acogida, la superan siempre en el plano, donde ocupan gran parte del espacio y no le dejan a Marie prácticamente sitio, relegada a la zona inferior de la imagen o a las esquinas.

Pero, al mismo tiempo, mientras las instituciones (familia, policía, servicios sociales) socavan su identidad las imágenes, las imágenes no nos dejan olvidarnos de quien es Marie. Constantemente vemos objetos que llevan su nombre, como su carnet, su firma en las declaraciones o la pulsera del hospital. En las escenas en comisaría va vestida con su uniforme de trabajo donde destaca siempre la placa identificativa que lleva su nombre. Es como si nos obligaran a ser conscientes todo el rato de quién es la persona importante aquí y cuál es la historia que se está contando. La de un sistema que no cree a una mujer cuando denuncia una violación.

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