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crítica de cine

'Creed II, La leyenda de Rocky': La herencia de los grandes mitos

25/01/2019 - 

VALÈNCIA. Esfuerzo, sacrificio, lucha y superación. Han sido siempre los valores que ha transmitido la saga Rocky desde sus inicios. Eso de que no importan los golpes que te aseste la vida, sino cómo te levantas de ellos y sigues adelante. Ese fue el espíritu con el que impregnó Sylvester Stallone la primera entrega de 1976, y ha sido el mismo que ha recorrido las venas de estas dos últimas dos películas que han servido para recoger toda esa herencia y reactualizarla desde una óptica moderna y acorde a los tiempos, otorgándole así al personaje una nueva vida inesperada. 

En Creed. La leyenda de Rocky (2015), Ryan Coogler trató el material previo con mucho respeto para seguir perpetuando su esencia, aunque él también introdujera su propia personalidad. Se notaba el afecto reverencial que el cineasta le profesaba y su afán a la hora de no desvirtuar toda su mitología a través de constantes guiños y homenajes al transcurso vital de la figura de Rocky. El pasado y el tono crepuscular, casi elegíaco, impregnaban una película de personajes heridos y solos, profundamente desarraigados y necesitados de vínculos afectivos que les proporcionaran confianza en sí mismos para salir adelante.

Porque lo verdaderamente importante en cada una de las películas de Rocky, no era solo el espectáculo visual que pudieran proporcionar las escenas de boxeo, sino el camino que recorrían los personajes hasta llegar a ellas. Y Coogler supo cómo dotar de consistencia a una narración en la que el trasvase de la herencia, de los conocimientos que hace Balboa a su pupilo Adonis, el hijo bastardo de su gran contrincante y amigo Apollo Creed, se convirtiera a su vez en metáfora sobre el propio legado de una saga que, al fin y al cabo, ha conseguido radiografiar no solo la evolución de un personaje, sino también los cambios a los que se ha sometido la sociedad estadounidense en los últimos cuarenta años. 

Cada película de Rocky ha sido hija de su tiempo. La original dirigida por John G. Avildsen, con guion del propio Stallone, nos introducía en las calles tristes de los suburbios de Filadelfia, casi a modo de crónica urbana para contar la historia de un hombre humilde que luchaba por alcanzar sus sueños. Fue el inicio de todo, la película que marcaría la personalidad de las siguientes entregas y la que quedaría para la historia por la utilización del steadycam y la música de Bill Conti. 

En Rocky II (1979) Stallone se hizo cargo de la dirección y se centró en los personajes y en sus relaciones más íntimas. En su mujer Adrian (Talia Shire), en su amistad con Paulie (Burt Young), en su entrenador Mickey (Burgess Meredith) y en su enemigo en el ring Apollo Creed (Carl Weathers). Con la llegada de los ochenta llegó la etapa rabiosa. Rocky III (1982) comenzaba con la canción de rock “Eye of the Tiger”, las imágenes eran más macarras, los cuerpos estaban claramente anabolizados. Reagan se encontraba ya en el poder y con él, llegó la Guerra Fría a la franquicia. En Rocky IV (1985) ahora los enemigos eran los rusos y entre ellos se encontraba una bestia humana con el nombre de Ivan Drago (Dolph Lundgren), que terminará con Apollo Creed, desde el anterior episodio, el mejor amigo de nuestro protagonista. 

Precisamente la segunda parte de Creed, Creed II: La leyenda de Rocky, ya sin Ryan Coogler en la dirección (tras embarcarse en Black Panther), dialoga con la cuarta entrega de Rocky al recuperar el personaje de Ivan Drago. Tras la derrota treinta años atrás, que le costó el exilio de su país, ha ido germinando en él la semilla del odio hasta convertirlo en un animal vengativo que solo sueña con hacer pagar a Rocky su humillación. Su arma para conseguirlo será su propio hijo, Viktor Drago (Florian Munteanu), que ha sido educado en la rabia y el dolor. 

Steven Caple Jr. (procedente del cine indie y con tan solo una película a sus espaldas), se hace cargo de esta secuela en la que los hijos deben hacerse cargo de los errores de sus progenitores. De esa herencia maldita que parece perseguirlos en una espiral interminable de violencia y rencor. Como en una tragedia griega. 

Así, Adonis Creed (de nuevo un excelente Michael B. Jordan) aceptará el reto de Drago y comenzará a reescribirse la historia. Si la anterior entrega se basaba en la relación paterno filial que se establecía entre Rocky y Adonis, en esta ocasión, es este último quién acapara toda la atención, aunque Stallone siempre se mantenga en un segundo y fundamental plano. La relación entre el joven y Bianca (Tessa Thompson) adquirirá un mayor protagonismo, al igual que ocurría en Rocky II. Los primeros golpes empezarán a resquebrajar la seguridad del campeón, y los miedos por perder a su familia le harán sentirse más vulnerable. 

El director mantiene intacta la estructura de caída y resurrección del héroe, pero consigue introducir su toque personal a través de pequeños detalles que ayudan a dotar de una mayor entidad a los personajes. Además, integra todos los elementos icónicos de la saga. Esas charlas a la luz de las farolas, los pensamientos sobre la vida llenos de enseñanzas, las visitas a las tumbas de los que ya no están y ese aroma crepuscular que se coló en Rocky Balboa (2006) con el progresivo envejecimiento de Sylvester Stallone y la entrada de la pérdida y la melancolía en la vida de Rocky. 

Creed II: La leyenda de Rocky también incluye una interesante reflexión en torno a la naturaleza del espectáculo. ¿Estamos sometidos a su dictadura? Quizás esa sea precisamente la razón por la que la saga ha continuado durante tanto tiempo activa. Aunque para sus seguidores eso, evidentemente, haya sido una bendición.

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