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CREATIVIDAD EN CUARENTENA

Contra la productividad por decreto: instrucciones para ‘no hacer nada’ sin ahogarte en la culpa

Frente al alud de propuestas para llenar de actividades nuestros días pandémicos, artistas y expertas explican por qué es importante contar con momentos de silencio, vacío e inacción.

4/05/2020 - 

VALÈNCIA. Estimada lectora confinada, estimado lector en aislamiento, más allá de los obvios temores pandémicos, ¿hay algo que os inquieta, os atormenta u os perturba? ¿Es quizás que os carcome la culpabilidad por sentir que estáis dejando pasar la cuarentena sin sacarle todo el jugo posible a vuestros días de encierro? ¿Que no estáis cumpliendo con la pantagruélica lista de objetivos que os habíais propuesto para estas semanas? Puede que no hayáis realizado todas las recetas que os han llegado por Instagram, que no hayáis pasado del cuarto capítulo de ese libro ni vuestras habilidades en el mundo del macramé o la cerámica se hayan visto considerablemente mejoradas. Puede que no hayáis seguido esa rutina de zumba que os marcasteis el 18 de marzo, vuestro nivel de inglés sea tan chapucero como siempre y no hayáis asistido a ningún curso online de márquetin y SEO. ¡Incluso existe la posibilidad de que no hayáis aprendido a hacer pan! Si el monstruo peludo de la ansiedad os desgarra las entrañas por no estar siendo todo lo productivos que podíais ser durante la cuarentena, habéis llegado al lugar adecuado. Hoy tomamos distancia de esos centenares de propuestas para llenar el tiempo libre que han inundado las redes y nos colocamos en el otro lado del espectro: frente a la productividad por decreto, toca explorar los beneficios de lanzarse a la nada, al tiempo de vacío, incluso, por qué no, al aburrimiento como estadio vital imprescindible.

 “La obsesión que hemos visto en las últimas semanas por hacer cosas y llenar el tiempo ha sido exagerada. Está mal visto el aburrimiento y por eso ante esta crisis se nos ha bombardeado con ideas de actividades, sobre todo a los niños”, explica Berta M. Pérez, profesora de Filosofía de la Universitat de València. Para esta especialista, la mala fama que tiene eso de ‘no hacer nada’ corresponde “a nuestra manera de mirar a la realidad, en general, desde la productividad; una perspectiva fundamental del neoliberalismo, que ha ido calando en todos los aspectos de nuestra vida. Forma parte de nuestra subjetividad y nuestra intimidad, condiciona cómo nos miramos a nosotros mismos”. De hecho, para la docente el propio término de ‘aburrirse’ ya supone un problema “porque se plantea como una experiencia negativa, que supone llevar mal el no tener una ocupación en marcha. Entra en complicidad con la óptica de la productividad y de estar insatisfecho por no producir. Prefiero decir ‘no hacer nada’, que creo que tiene menos connotaciones”.

Así, Pérez reivindica la importancia de tener rato a lo largo del día momentos “en los que no contemos con una lista de labores ya programadas o que no estemos sometidos a exigencias externas o al imperativo de producir. Ratos en los que no tenemos que realizar ninguna tarea”. Para ella, disfrutar de esas franjas a lo largo de la jornada resulta saludable ya que “te ayuda a sentirte dueño de tu tiempo, de tu cuerpo, a sentir que estás en casa, que tu vida es tuya y puedes desarrollarte como auténticamente eres. En ese estado uno puede descubrir por sí mismo cosas de la realidad que quizás de otro modo no veía, y al descubrirlas, también puede transformarlas”. “El aburrimiento puede ser una fuerza poderosa, motivadora, que infunde creatividad, pensamiento y reflexión inteligente”, teoriza Sandi Mann en su libro El arte de saber aburrirse (Plataforma actual).

Incluso durante una pandemia, toca mantener el rol de hámsteres corriendo en la rueda del rendimiento infinito, porque siempre se pueden dar 100 o 200 vueltas más. ¿O acaso eres un vago? Para la ilustradora Maria Herreros esta obsesión por mantenerse en la ejecución constante no es más que “una consecuencia del sistema en el que vivimos, que glorifica la producción que conlleva carrera y dinero. Me parece un planteamiento muy nocivo y me da pena que, durante este tiempo que estamos pasando de encierro, mucha gente no se haya dado cuenta del privilegio que es aburrirse”. Además, como artista, está convencida de que la creatividad “necesita reposo en el cerebro, cierta sensación de lienzo en blanco. Y eso pasa por ‘aburrirse’. Hay un libro muy bueno al respecto, La sociedad del cansancio que habla de esa histeria del trabajo”.  

“No ser productivo está muy estigmatizado, en general, y en el caso de las artes escénicas, todavía más. Parece que para ser visible y que te sigan contratando tienes que estar estrenando piezas continuamente, exhibiéndote en redes... Si tú quieres tomarte una temporada para reflexionar o necesitas procesos de creación más largos, desapareces del panorama cultural. Y muchas grandes obras requieren su tiempo de investigación, de pausa para repensar las decisiones artísticas”, señala Andrea Torres, bailarina y coreógrafa. Así, la integrante de la compañía Dunatacà subraya como premisa imprescindible “asumir que si no estamos desarrollando proyectos durante la cuarentena no pasa nada y que, de hecho, puede ser muy placentero”.

“Muchas compañeras se sienten culpables por no estar creando, poniendo en marcha muestras de videoarte desde casa, exponiendo sus obras gratuitamente online, organizando talleres en la distancia… Entiendo que en cierta manera puede ser una forma de sentirse en comunidad, pero también una fuente de ansiedad”, concluye la intérprete. El ilustrador y diseñador gráfico Ajubel introduce aquí un matiz: “a los artistas, el uso de las redes sociales además de para mover nuestro trabajo nos sirve de ventana al mundo, de punto de encuentro con otros profesionales. Creo que tenemos una necesidad de expresarnos que nos lleva a sacar de donde no hay, a generar contenidos”.

“Si este confinamiento me hubiera pillado hace diez años estoy segura de que también me habría carcomido la culpa, por suerte ahora tengo la lección aprendida y sé que hay que cuidarse a uno mismo como persona, que hay que descansar y que no puedes ser artista las 24 horas. Estoy buscando tiempo para poder leer, divagar, relajarme y enriquecerme como persona en la medida de lo posible”, subraya Herreros. “Siempre nos han dicho que hemos de hacer algo en la vida, algo productivo, claro; el placer y el descanso no entran dentro de este concepto de productividad. Con esta excepcionalidad de la Covid-19, dado que estamos obligadas a permanecer en casa, es la primera vez en mucho de tiempo que no me siento culpable de no estar haciendo nada, de estar en casa descansando, disfrutando simplemente de estar”, expone la actriz Margarida Mateos.

En este punto, la ilustradora añade otra derivada: la necesidad de seguir poniendo en marcha iniciativas para sobrevivir profesionalmente, “crear es lo que nos da de comer. Muchos de los proyectos que teníamos planificados para este año se han cancelado o pospuesto y eso, en términos laborales y económicos, es brutal para la economía una persona. Así que entiendo que algunos compañeros se estén viendo obligados a buscar formas alternativas de seguir generando beneficios”. Y es que, de nuevo, el aburrimiento se erige como un lujo no apto para quienes ve acumularse las facturas impagadas.  En esta línea reflexiona Mateos, quien señala que parte del tiempo de aislamiento lo está dedicando a dar clases online de danza contemporánea: “¿Danza contemporánea online? Sí, efectivamente. Raro, raro. Pero por algún lugar tendrá que entrar el dinero para poder pagar el alquiler, aunque sea autoexplotándonos”. “Los artistas llevamos años reinventándonos para poder sobrevivir, y con el panorama que tenemos, que no pinta bien para la cultura, habrá que agudizar aún más el ingenio”, resume Ajubel.

El aburrimiento como necesidad

Para la psicóloga y especialista en mediación Elena Baixauli “son tan importantes las franjas con ocupaciones programadas como aquellas de tiempo de reflexión. En estas segundas, en realidad, sí que estás haciendo algo: estás en contacto contigo mismo”. De hecho, desde hace años, los investigadores en salud mental y bienestar estudian la necesidad de aburrirse, “entendiendo este concepto como no tener nada que hacer en un momento concreto, como no tener una meta que cumplir en un plazo determinado de tiempo, como no tener que estar activo. Y esto es imprescindible porque es la única situación en la que uno puede poner en marcha mecanismos psicológicos como la imaginación, el reorganizar las ideas, lo que uno sabe y lo que le falta por saber, planificar el futuro…Algo muy complicado de lograr si estás continuamente ocupado. Cuando paras de correr es cuando puedes reflexionar sobre asuntos de base”, apunta la psicóloga Esperanza Navarro-Pardo.

Ese petate de tareas pendientes que todos llevamos cuestas por la vida está tan vinculado a nuestra forma de habitar el mundo que, según Baixauli, “vernos obligados a frenar el ritmo durante el confinamiento nos ha supuesto un problema. No estamos acostumbrados a relajarnos, entendemos que ‘no hacer nada’, es perder el tiempo y eso nos genera un fuerte sentimiento de culpabilidad. Creer que no estamos aprovechando nuestro tiempo de cuarentena, que no lo estamos empleando en aprender idiomas, hacer pasteles o hacer cursos online, ser una persona de éxito o estar presente y visible en las redes sociales me genera ansiedad. Pero es que, además, el propio confinamiento está perjudicando nuestra capacidad de concentración, lo cual también puede generar más ansiedad. Necesitamos esos paréntesis de silencio y tranquilidad que nos permitan recuperar fuerzas y energías”.

La inacción voluntaria se reivindica como una apuesta de bienestar y autoconocimiento: “Quedarte unos minutos simplemente con los ojos cerrados permite que el cerebro elimine parte de ese constante flujo de información y estrés que acarreamos en el día a día. Las ideas creativas no hacen ruido, están ahí pero no las escuchamos por la cantidad de estímulos que llevamos durante el día, por eso a veces nos vienen en momentos de desconexión: en la ducha, de madrugada…”, indica Bauxali. Ante la duda, siempre va bien recurrir a Walter Benjamin, para quien el aburrimiento es el pájaro del sueño que incuba el huevo de la experiencia” 

Esa obcecación por rellenar cada minuto del reloj con estímulos forma parte de la rutina de gran parte de la infancia actual, atiborrada de actividades planificadas. Así, como explica la profesora de Psicología de la UV, muchos menores se ven sometidos en la actualidad a “unas agendas casi más ocupadas que las de un ministro. También en el confinamiento, cuando se mezcla la sobrecarga lectiva con la profusión de planes ocio, programas, recetas…”. “Parece un crimen que un crío esté aburrido. El resultado es que el cerebro está inundado de obligaciones que deben cumplir aquí y ahora y no hay margen para que los niños puedan pensar por sí mismos y generar sus propias ideas, sus propios entretenimientos”, resalta.

La trampa de la creatividad

Encontrar resquicios para el dolce far niente por puro placer, sí, pero nunca como exigencia utilitarista; el vacío como fin válido en sí mismo, no como un ritual de paso para alcanzar nuevas cuotas de rendimiento frenético. En ese sentido Berta M. Pérez alerta de los peligros que implica “imponernos unos momentos concretos de inacción, obligarnos a ‘no hacer nada’ pensando en que así después seguro que podremos ser más creativos y no tiene por qué ser así… Habrá gente que dedique ese tiempo a mirar al techo sin más o a descubrir cosas muy importantes sobre ellos mismos”, apunta la docente. Y es aquí donde el entusiasmo por fomentar la creatividad en humanos de todos los tamaños y edades se pone bajo la lupa del pensamiento crítico: “Tengo cierta sospecha del uso actual de ‘creatividad’, a veces creo que es una nueva forma de enmascarar la productividad, un eufemismo en lugar de convertirse en una alternativa. Corremos el riesgo de que la creatividad se convierte en un nuevo imperativo. El enfoque no debe ser ‘tienes que ser creativo’, porque entonces la creatividad se convierte en otra trampa que nos autoimponemos”, apunta la filósofa.

Aburrirnos para reconocernos en nuestras aristas, aburrirnos para encontrarnos con nuestras verdades más descarnadas. A veces, la clave para mantenerse humano es abrazar la capacidad de no hacer absolutamente nada durante un buen rato. Sin culpas ni remordimientos.


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