VALÈNCIA. De padres argentinos pero afincado en Francia, Gaspar Noé comenzó a hacer cine a principios de los noventa. Su firma siempre ha estado relacionada con la provocación, con la ruptura de tabúes y la transgresión de los límites de lo políticamente correcto. Desde el principio, sus intereses estéticos se integraron dentro de la corriente expresiva del momento, la “New Frech Extremity”, que incluía un potente discurso en torno al cuerpo como elemento generador de violencia y horror.
En su primer trabajo, Carne (1991) ya dejó claros cuáles eran sus intereses. Relaciones morbosas, atmósfera malsana y la sensación constante de no querer ver lo que está ocurriendo en la pantalla. Carne sería el germen de su primer largo (todavía más controvertido) Seul contre tous (1998), que situaba al espectador entre la espada y la pared y lo llevaba al límite de su aguante. En realidad, siempre se ha mantenido fiel a su estilo, incluso cuando sabía que tendría una mayor visibilidad gracias a la pareja del momento, Monica Bellucci y Vincent Cassel en Irreversible (2002), su película más recordada. La violación en tiempo real de la estrella de origen italiano durante 13 minutos lo situó en el centro de la polémica. Muchos espectadores consideraron intolerable su manera de acercarse de manera tan exhibicionista e impúdica a un acto tan atroz, mientras otros valoraron su audacia a la hora de introducirse en el lado más oscuro del ser humano desde una perspectiva tan visceral como visualmente arrolladora que lo emparentaba con el cine experimental y de vanguardia.
Si se le pregunta acerca de sus referentes, Gaspar Noé cita a Luis Buñuel, a Pier Paolo Pasolini o Rainer Werner Fassbinder. En definitiva, directores que, como él, se atrevieron a romper con las barreras de lo convencional dentro del cine y apostaron por la radicalidad expresiva.
Todo el inicio de su carrera se encuentra marcado por la relación profesional y personal con otra de las grandes autoras francesas de las últimas décadas, Lucille Hadzihalilovic, que comenzó su trayectoria produciendo y editando Carne y Seul contre tous para terminar debutando en la dirección con la magnética y enigmática Innocence (2004).
Tras Irreversible Noé filmó Enter the Void, ambientada en Tokyo y con un trabajo de dirección artística impresionante a cargo de Marc Caro y música de Thomas Bangalter, de Daft Punk, con el que ya había colaborado con anterioridad.
La música y el trabajo sonoro siempre habían tenido mucha importancia en las películas de Gaspar Noé, pero en Clímax se convierte en una de las grandes protagonistas junto a los bailes y coreografías que acompañan cada una de las canciones.
La película se sitúa en 1996, precisamente el año en el que apareció el primer disco de Daft Punk y se abre con un número en el que el director despliega todo su virtuosismo escénico: un plano secuencia de presentación en el que un grupo de bailarines exhiben sus diferentes estilos sin perder la conexión como un ente orgánico que desprende euforia, hedonismo y sensualidad.
El director tiene la voluntad desde el comienzo de involucrar al espectador, de sumergirlo a modo de experiencia 'inmersiva', como si estuviera dentro de ese espacio claustrofóbico, para que forme parte activa en esta fiesta que progresivamente se irá tornando en pesadilla.
La cámara se inmiscuye en las conversaciones de cada uno de los miembros de la compañía y la incomodidad va introduciéndose en el ambiente. Poco a poco nos damos cuenta de que las convenciones sociales desaparecen, que cae la máscara de las apariencias y los instintos más primitivos comienzan a apoderarse de la función (debido a una droga química vertida en el ponche). La locura y la psicopatía se va expandiendo como un virus contagioso hasta que nos adentramos en las entrañas de una película de terror. Los personajes siguen utilizando el baile para expresarse, pero cada vez de una manera más salvaje y brutal, como si sus cuerpos se estuvieran descomponiendo, auto destruyéndose durante ese proceso que los conduce a la oscuridad, a la materialización de sus miedos y pesadillas.
El director quería reflexionar en torno a la anarquía y el caos. Qué pasa cuando se pierde el control de una situación, hasta dónde se puede llegar. Clímax se convierte así en un viaje alucinado y alucinógeno que nos lleva desde lo concreto hasta lo abstracto. Al final, una masa de deshechos humanos se mueve de manera informe sobre el suelo mientras la música sigue sonando como una pulsión extrema, la imagen se tiñe de color rojo y la cámara se sitúa cenital para certificar que hemos atravesado el umbral del infierno.
Gaspar Noé rodó en apenas 15 días la película y prácticamente todos los actores son no profesionales. Los sacó de la escena underground parisina, de las sesiones de clubs de vogging y de vídeos de Internet y contó con la ayuda de la coreógrafa Nina McNeely, que había trabajado con Rihanna o Major Lazer y que se mostró entusiasmada en orquestar movimientos al son de canciones de Cerrone o Aphex Twin. El resultado, una apabullante y arrolladora película que contiene algunas de las escenas de baile más impresionantes de los últimos tiempos y que supone una angustiosa experiencia que vuelve a demostrar que el director pertenece a esa indómita raza de directores que no admiten reacciones intermedias ante sus propuestas para algunos radicales, para otros vacías.
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