Ciudadanos se asoma al abismo. Lo veremos durante los próximos meses. Madrid es su prueba de fuego: en primer lugar, para comprobar si consigue representación; en segundo, para ver si es capaz de influir en la composición del futuro Gobierno regional de Madrid. Alguien tendrá que pagar la murcianada, y la argüesada, que han mostrado las debilidades del partido, han cuestionado su reposicionamiento político y le dejan al abur de muchas más bajas o fichajes silenciosos por parte del PP.
Pero lo sucedido en Murcia, y posteriormente, provocado en Madrid, no es fruto de ese preciso instante. Quizás detrás haya muchas más variables, que ya se han comenzado a detectar curiosamente en la Comunitat Valenciana. Y ese problema no es otro que las frágiles estructuras del partido y el olvido de la militancia. Ciudadanos siempre fue un partido vertical; con decisiones emanadas desde arriba, en las que las consultas a las bases sólo se dieron para elegir a las juntas directivas locales, cada equis años, y para llevar gente a los actos y mítines. Ni se dio voz para confeccionar la listas no para tomar decisiones como definir pactos.
Y esa distancia entre bases y dirigentes se ha ido ensanchando en la medida que los cuadros del partido han asumido responsabilidades de gobierno y han dejado, en un segundo lugar, como es habitual, el pulso del partido. No es la primera vez que le pasa a un partido. Es algo que suele ser recurrente cuando la estructura y el enraizamiento de la formación es joven. Y además, es lo que le ha pasado a los partidos emergentes e híperdependientes de un liderazgo, en este caso, todavía por consolidar. La sucesora de Rivera, Inés Arrimadas todavía no ha pasado la reválida que le consolide, pese a los excelentes resultados de mayo de 2019. Lo mismo se podría decir en la Comunitat: Cantó, que sí pasó esa reválida y estaba completando el cambio de organigrama, ha renunciado a ejercer de contrapeso a la dirección nacional.
La desconexión entre los dirigentes de Ciudadanos y las bases se vio en el último proceso de elección de juntas directivas: no trascendió mucho, pero había un factor que dejaba en evidencia hasta que tal punto las bases de Ciudadanos se habían apartado de la actividad interna del partido: la reunificación de agrupaciones para elegir juntas directivas compartidas y la escasa participación de los militantes. Escasa porque durante este tiempo, los dirigentes de Cs no se han preocupado de eso. Y además, en algunos casos, han llegado los viejos vicios del bipartidismo: una pléyade de asesores, en la mayoría de los casos, bien retribuidos, pero que no se han empleado lo suficiente para que hacer crecer el partido.
Pero además de todo eso, el gran problema de Ciudadanos, insisto en la Comunitat Valenciana, es que casi siempre ha funcionado como un reino de taifas. Tres facciones -organización, área institucional y coordinación- que han operado con intereses contradictorios, cada uno por su cuenta, sin escuchar a las bases y buscando la salvaguarda de los intereses personales. Quizás sí se ha tenido estrategia para reclutar cargos descontentos de otras formaciones pero esos fichajes se han desvirtuado aminorando su aportación al proyecto global. ¿La razón? Siempre primaron los intereses personales y la excusa de las directrices nacionales. Si hubo intereses personales contrarios a la dirección del partido nadie se enfrentó a ese debate. Y menos, al contrario. Nadie rechistó ante Madrid. Sólo en muy pocas excepciones.
Y esa conveniencia de intereses personales y estrategia política, emanada del partido, siempre desde arriba y sin escuchar a las bases ni cuestionar nada, la ha ejercido mejor que nadie el senador Emilio Argüeso, que durante estos últimos años, montó el partido, hizo las listas, colocó a sus suyos sin escuchar a nadie y, mientras el partido no le dijo nada, estableció una política de alianzas a su gusto y conveniencia personal, tapando la mediocridad de algunos de los elegidos.
Tampoco hay que olvidar a Emigdio Tormo y Paco Sánchez, que tuvieron un ojo enorme con la elección de Fernando Sepulcre en la Diputación de Alicante, que hizo de tonto útil, sin un ápice de autocrítica y además, se gastó el dinero del grupo Ciudadanos, cuyos facturas mal justificadas tiene que devolver ahora la nueva dirección. Hubo una época en la que los pactos y la posibilidad de hacer de mociones de censura se jugaban casi a la ruleta rusa. Ahí está el ejemplo de Torrevieja: pudo provocar un cambio en la Alcaldía en 2018, con un gobierno de coalición, en la que la formación naranja ganara protagonismo, pero la facción que mandaba no lo consideró. Quizás era aplicar demasiada inteligencia. Por eso, hoy Ciudadanos sólo un edil en un tiempo en el que la formación cosechó los mejores resultados del partido en el ámbito provincial y autonómico.
En definitiva, que lo está pagando ahora Ciudadanos es la falta de estructuras locales fuertes, que ejerzan de contrapeso al reino de taifas de facciones que han mandado en el partido, y que han consentido que algunos hicieran lo que le venía en gana sin otro interés que el personal. Sólo hay que ver lo puede hacer ahora Argüeso por Ciudadanos en la Comunitat Valenciana: destruirlo. Miren si la tentación es enorme. Porque si el error es ajeno, también está la posibilidad de combatirlo y enmendarlo. Pero en este caso se ha renunciado a lo más básico que hay en política: confrontar ideas y liderazgos. En todo caso, Argüeso, como ha quedado demostrado, confrontaba cargos, y casi siempre salía ganando. Su máxima: el talento, cuando más lejos, mejor. Y en eso, Cs no ha querido aprender de los partidos convencionales, por muchas primarias (de juguete) que haya hecho. Cuando los líderes se desvían, o fracasan, las bases redirigen el rumbo de la nave; nunca lo destruyen, que es lo que están haciendo algunos. Si amas la política, lo haces; si no, haces cualquier cosa.