Una cita en un libro llevó a un aficionado a la historia a descubrir uno de los grandes misterios de la Guerra Civil: la orden secreta de Hitler a la Legión Cóndor para bombardear cuatro pueblos de Castellón y probar armas que luego se utilizarían en la II Guerra Mundial. Una historia terrible… si fuera verdad. La polémica ha llegado al Senado
VALÈNCIA.- Aparece en las últimas páginas de La Guerra Civil española, el best seller del historiador británico Antony Beevor. Es una mención, casi de pasada, a un bombardeo sobre cuatro pequeñas localidades de la comarca castellonense de El Maestrazgo (Albocàsser, Ares del Maestrat, Benassal y Vilar de Canes) en mayo de 1938 por tres Junkers Ju 87A Stukas de la Legión Cóndor. El libro habla de una investigación realizada por el comandante Leopoldo Függer y una críptica referencia a un documento: BA-MA, RL 35/34. La mayoría lo hubiera dejado ahí, pero a Óscar Vives (profesor de física en la Universitat de València y vecino de Benassal) le picó la curiosidad y decidió llegar hasta el final.
Su investigación le llevó hasta el archivo militar de Friburgo (Alemania) donde, entre miles de papeles, descubrió lo que andaba buscando: un informe olvidado de unas 60 páginas y casi 70 fotos en el que estaba recogida una tragedia que causó 38 muertos hace 80 años (entre el 18 y el 31 de mayo de 1938) pero cuyas heridas todavía no han cicatrizado. El legajo demostraba que el bombardeo sobre aquellas pacíficas poblaciones fue un experimento secreto ordenado directamente por Hitler para probar la mortífera eficacia de los Ju 87A, y que fue fundamental para el desarrollo de la II Guerra Mundial.
Vives fue recibido por sus vecinos como un moderno Heinrich Schliemann, el millonario prusiano que en 1870 descubrió las ruinas de la antigua Troya guiado únicamente por la lectura de La Ilíada. Lo que no sabían entonces es que lo suyo era más de Erich von Däniken, otro aficionado a la historia, que con su libro Recuerdos del futuro (1968), puso de moda la creencia de que los extraterrestres visitaron la Tierra en tiempos inmemoriales.
A través de un amigo en común, la noticia llegó a oídos de Pepe Andrés y Rafael Molés, de la productora SUICAfilms (responsable de títulos como Five days to dance o Sara Bara. Todas las voces), que decidieron convertir la historia en un documental titulado: Experimento Stuka. Según el dossier de prensa, «los alemanes se tomaron muchas molestias en documentar aquel bombardeo del que no informaron a nadie. Las fotos son la clave del misterio. Los habitantes de los cuatro pueblos de Castellón sabrán por fin que fueron víctimas de un experimento nazi». Del ataque, decían, «nunca se supo quién fue el responsable. Hasta ahora». Teniendo en cuenta que el episodio aparecía en el libro de Beevor y se atribuía a la Legión Cóndor, decir que no se conocía el autor es, como mínimo, aventurado.
La prensa valenciana y la nacional se hicieron eco de una noticia, la del documental, que incluso cruzó el Atlántico. No extraña que el día del estreno —el pasado 3 de mayo en el marco del Festival Internacional de Cine Documental Docs València— la expectativa fuera tal que la sala se quedó pequeña para tantos espectadores. Hoy la cinta aspira a una candidatura a los Goya.
Una matanza en la Guerra Civil, un proyecto secreto nazi que Hitler ocultó a Franco, la Legión Cóndor, un misterio de 80 años y unos pueblos sin el menor interés militar sobre los que llovieron bombas de media tonelada. Solo había un ‘pero’ —siempre lo hay— y es que no es verdad. Y todos lo sabían... o prefirieron no saberlo.
El libro de Beevor fue la semilla de la que nació la investigación, así que a él hay que volver. El británico —como todos los expertos en este periodo histórico— recuerda que los nazis utilizaron a España como laboratorio de sus nuevas armas y estrategias, y cita expresamente a esos cuatro pueblos castellonenses como objetivo de Ju 87A, cuya principal característica era que permitía el bombardeo en picado (de hecho, Stuka es la contracción de Sturzkampfflugzeug que significa eso exactamente). Pero Beevor también aporta un dato sobre el que Vives y los autores de Experimento Stuka pasan de puntillas: la Legión Cóndor empezó a utilizarlos en febrero de 1938 en el frente de Aragón. ¿Un simple olvido? «No» —asegura Lucas Molina— «es que todo es mentira».
Lucas Molina Franco es doctor en Historia y responsable de la editorial Galland Books especializada en temática militar. Junto al también Rafael A. Permuy (militar, investigador y miembro del Servicio Histórico y Cultural del Ejército del Aire), ha dedicado un número especial de la revista Ares a todo lo que rodea al Experimento Stuka, desde el documental a la docena de artículos —incluido el de Valencia Plaza— que se ha hecho eco de los bombardeos sobre los llamados ‘Guernicas de Castellón’ y que han servido para cimentar el mito. «Guernica es un paradigma de los bombardeos de la Guerra Civil que no se puede comparar con esto. Sin embargo, Albocàsser, Ares del Maestrat, Benassal y Vilar de Canes son bombardeos normales en un contexto bélico a unas localidades que eran objetivos militares fundamentales para el ejército nacional en su avance hacia Castellón y València.» —señala— «Por supuesto que hubo víctimas inocentes, pero ni Hitler dio la orden ni se ocultó nada a Franco. Por no haber, no hubo ni experimento», añade.
Parte de los datos para resolver este rompecabezas está en el Archivo General Militar de Ávila al alcance de quien quieran consultarlo. Por cierto, Óscar Vives fue uno de ellos. En el documental aparece leyendo un informe del 18 de mayo del ejército republicano en el que se da cuenta de la presencia, a las 14 h., de tres bombarderos sin identificar (los Ju 87A) que dejaron caer «una bomba de gran potencia» sobre Albocàsser. Pero en ese mismo documento se puede leer que a las 7:45 h. nada menos que 42 aparatos bombardearon el pueblo, las «carreteras adyacentes y emplazamiento de baterías antiaéreas». A las 12:20 h. se produce un nuevo ataque en la zona en el que participan 25 aparatos «de bombardear». En ese momento, la teoría de los investigadores debería haberse venido abajo ya que no fue, como pretenden, un ataque aislado de unos Stukas que prácticamente salieron de la nada, sino parte de la ofensiva militar en toda regla.
Solo hay que consultar el libro Guerra de Liberación Española (1938-1939), las memorias militares del Teniente General García Valiño (uno de los protagonistas de la ofensiva) publicadas en 1941 para comprobar que fue así ya que cita expresamente las cuatro localidades que aparecen en el Informe Függer. Por su parte, Rafael Permuy (hijo de militar que se mantuvo fiel a la república y que nunca ha ocultado sus ideas progresistas) insiste en que “en el archivo de Salamanca s puede consultar un documento fechado el 16 de julio de 1938 dirigido al Jefe del Estado Mayor del ejército republicano sobre bombardeos a la población civil por parte del ejército nacional en el que se cita Oropesa, València, Castellón, Sagunto, Vall d’Uixò, Moncofar, Almenara, Serra… pero no aparece ninguna de las que salen en el Informe Függer”. Utiliza este argumento para apoyar la tesis de que hasta para el ejército republicano las localidades de El Maestrazgo eran objetivos claramente militares”.
A continuación, el equipo del documental se desplaza hasta el archivo del Ejército del Aire (Villaviciosa de Odón, Madrid). Aunque Vives y compañía han vendido la historia del ‘proyecto secreto’ que se ocultó a Franco, tienen en su mano (y muestran a cámara) otros papeles que les desmienten: un parte de operaciones de la Legión Cóndor. Si, por ejemplo, se consulta el 28 de mayo… ¡Lleva fecha del día 29! Es decir, no solo informaban al gobierno nacional sino que lo hacían inmediatamente. En esos papeles, además, vuelve a quedar meridianamente claro que los Ju 87A no actúan en solitario sino de manera coordinada. Este en concreto cita la reacción de las baterías antiaéreas republicanas y el apoyo de los bombarderos Heinkel He 111 y Dornier Do 17 -similares a los que participaron en los grandes bombardeos alemanes de la II Guerra Mundial-, que dejan caer cuatro toneladas de bombas sobre sus objetivos.
La tesis de Óscar Vives es que se eligió a estos pueblos simplemente porque estaban cerca del aeródromo de La Sénia (Tarragona), donde la Legión Cóndor tenía su base de operaciones. Lucas Molina tiene otra explicación: «En primer lugar, solo hay que mirar a los mapas para ver que los pueblos no están en zonas aisladas, sino en pleno frente, y que forman parte del territorio que los nacionales quieren tomar para llegar a Castellón» y asegura que «la defensa del saliente de El Maestrazgo por parte de la Agrupación Toral, a cuyo mando estaba el Mayor de milicias, Nilamón Toral, incluía tres líneas de defensa en los que podía haber, y es un cálculo muy conservador, unos 15.000 soldados republicanos».
En la zona había dos divisiones con cinco brigadas, siete baterías de artillería, cañones antitanque, obuses, baterías antiaéreas... además de 15 blindados, cuatro carros de combate BT-5 y siete T-26B, dos grupos de cañones antiaéreos... «En este contexto se entiende perfectamente que se emplearan Stukas, a los que se suele definir como ‘artillería volante’, porque su objetivo son los bombardeos de precisión», añade. Los pueblos fueron objetivos porque allí se guardaba la intendencia, estaban acantonados los soldados, se concentraban los puestos de comunicación...
Ante las dos versiones queda una duda: ¿Qué vale más, los recuerdos de los entrevistados sobre hechos ocurridos hace 80 años cuando eran niños o los partes de guerra? Beevor en su libro da pistas sobre la respuesta cuando escribe que «el avance de las tropas [nacionales] es muy penoso porque el frente es amplio y los republicanos han establecido una línea de defensa fortísima —la llamada XYZ— que consiste en posiciones fortificadas […]. Los nacionales lanzan, asalto tras asalto, pero ni aun con sus mil cañones de campaña y los bombardeos en masa de las tres fuerzas aéreas logran romper el frente. La magnífica línea defensiva da a las tropas republicanas confianza en sus flancos y, en semejantes circunstancias, solo ataques masivos de la aviación pueden inquietarles». De hecho, los republicanos hicieron fracasar el objetivo de los nacionales, que fueron incapaces de enlazar Teruel con la línea Viver, Segorbe y Sagunto.
Una buena pregunta es por qué Beevor apoya las tesis de Vives del documental pese a que contradice lo que él mismo ha escrito en su libro. El británico llega a afirmar ante la cámara que es uno de los experimentos con tecnología militar «más sanguinarios» que ha visto en su vida. Cuando los autores le cuentan sus ‘descubrimientos’, Molés explica que «se le iluminó la cabeza y vio la carpeta con otros ojos. Hizo una relectura muy sincera en muchos sentidos, y se da cuenta de que no le hizo el caso que merecía en su momento. Se percata de que es especial, de que no hay otra igual. Ese detalle de documentar el bombardeo, esta profusión de fotos... Lo tiene en la mano y hace una conexión de ideas en el momento de la entrevista. Lo miraba e hizo en ese momento lo que no había hecho cuando escribía su libro y, con todo lo que él sabía, le dio un valor nuevo».
No es gratuito suponer que si le hubieran dado también los partes de ambos bandos, en los que aparece el contexto de los bombardeos, la entrevista hubiera transitado por otros derroteros. Todos estos datos los tenían los investigadores a su disposición, y muchos de ellos —curiosamente— gracias a los trabajos de Molina y Permuy, pero ignoraron (conscientemente o no) los que no confirmaban su tesis. Cherry picking de manual. ¿El motivo? «Hay un reacción a la verdad. Es muy puntual, dos historiadores fachas [Molina y Permuy], que siempre se han sentido los propietarios de la historia», apunta Molés. «No han ido a Alemania a consultar la carpeta, era muy ridículo... intentamos hablar con ellos pero [lo que decían] no tenía sustancia», explica el documentalista, que añade que su testimonio no era útil ni para mostrar una versión alternativa de los hechos.
Dejando a un lado que Molina y Permuy sí disponían del informe y han acudido en varias ocasiones al archivo de Friburgo, el contenido de los partes de guerra de ambos bandos no son una cuestión ideológica, como tampoco lo es la ausencia del menor documento que confirme un experimento secreto ordenado por Hitler. Vives, Molés y Andreu aseguran que una de las características que hace diferente el caso de los bombardeos de El Maestrazgo es que los Stukas no podían llevar bombas de 500 kilos, y que para estas acciones prescindieron del tripulante trasero y retiraron la ametralladora para que el avión pesara menos. Molina y Permuy acreditan que los Ju 87 A realizaron nada menos que dieciséis misiones anteriores con esa munición (entre el 18 de febrero y el 26 de abril), y que las pruebas para reducir el peso de las aeronaves se llevaron a cabo en la base de Rechlin (Alemania) antes de ser enviados a España, como sostiene el historiador británico Peter C. Smith.
Lo que es cierto, tal y como defienden los autores, es que el Ju 87 A tenía carácter experimental (como sus predecesores de la serie ‘0’), que se fabricaron pocas unidades y que rápidamente fue sustituido por el JU 87 B (1 y 2), que podía transportar bombas de 500 kilos sin problemas y sin renunciar a llevar a un encargado de la ametralladora. Fue este modelo, del que se fabricaron miles e iba equipado con la famosa Trompeta de Jericó que anunciaba su ataque, el que se utilizó en Polonia, Países Bajos o Francia y luego también fue sustituido por otros modelos más evolucionados. Pero, salvo casos concretos, actuaba de apoyo a la infantería y a los temidos Panzers, no para bombardear ciudades (para eso estaban los Dornier o los Heinkel).
Por otra parte, Vives y compañía insisten en que se bombardearon cuatro pueblos, pero los partes de la Legión Cóndor recuerdan que Sarratella, Benlloch y Coves de Vinromà (La Plana Alta) también fueron objeto de sus ataques en los días posteriores (1 y 2 de junio) en el marco del avance de los sublevados hacia Castellón. ¿Por qué omiten este dato si lo conocen? De hecho, ya no se atreven ni a negarlo. Es verdad que no aparece en el informe de Függer pero no lo es menos que esos bombardeos demuestran que forman parte de la ofensiva de Oeste a Este para llegar desde Villafranca del Cid y Castellfort (ambas en Les Ports) a la costa mediterránea por la carretera y la teoría del experimento se hunde un poco más: las fechas del famoso informe no coinciden con las de los ataques. De hecho, los primeros bombardeos tuvieron lugar los días 25 y 26 abril sobre Cuevas de Vinromá.
Por su parte, Vives apunta en el documental que existe una diferencia entre las misiones de los Ju 87 A realizadas entre el 18 de febrero de 1938 y el 6 de abril de ese mismo año (la mayor parte de ellas, con bombas de 500 kilos). Afirma que en los primeros partes los blancos están claramente señalados e identificados, y que se corresponden claramente con objetivos militares. Su observación es totalmente correcta, pero sus conclusiones sobre que este dato avale la existencia del experimento militar son discutibles.
Llegados a este punto, la clave parece estar en el famoso documento BA-MA, RL 35/34, sobre el que gravita toda la investigación. Fue realizado pocos días después de los ataques por el observador Major Graff Függer. Este militar de escaso rango fue quien tomó las fotos aéreas realizadas antes y después del ataque, y que luego se desplazó hasta las localidades afectadas -probablemente, el 21 de junio- para inmortalizar los daños. El informe es tan limitado que no está fechado, incluso incluye errores en la datación de los bombardeos, y nada indica que fuera secreto.
¿Y qué añade el estudio de Függer a la historia de la Guerra Civil? Absolutamente nada. Son fotos con un simple pie explicativo sobre los daños causados. Nada sobre quién dio la orden ni sobre los objetivos. Por eso, como no aporta absolutamente nada nuevo, los historiadores apenas le han dado importancia y, por este mismo motivo, Vives dice en el documental que «el segundo grupo de fotos [las tomadas en tierra] señala claramente que se han hecho explícitamente para probar los efectos de estas bombas». Esta especulación es toda la base que hay de ese presunto experimento secreto, pero el procedimiento (fotografiar antes y después los objetivos desde el aire, y si se puede desde tierra) es el mismo que se aplicaba cuando, en el siglo XIX, se empleaban globos de observación.
Por supuesto, de misterioso el informe de Függer no tiene nada. Las siglas BA-MA, RL 35/34 son simplemente la referencia para encontrarlo en el Archivo de Friburgo. La primera vez que sirvió de fuente historiográfica fue en 1980, en el libro Legión Cóndor 1936-1936. Eine ilustrierte Dokementation escrito por Karl Ries y Hans Ring. En 1992 se tradujo al inglés y es una obra de sobra conocida entre los historiadores. Que es excepcional es cosecha de Vives y los documentalistas, ya que los archivos de la Legión Cóndor sobre la Guerra Civil se perdieron en su casi totalidad el 3 de febrero de 1945 durante el bombardeo aliado a Berlín.
Uno de los aspectos más llamativos es el papel que se le atribuye al Teniente Coronel Wolfram von Richthofen en el documental. Beevor lo describe (y en eso coincide con otros historiadores) como un personaje particularmente cruel. Como no existe ningún documento que permita avalar la tesis de que los bombardeos de el Maestrazgo fueron un experimento, Vives lee a cámara un extracto del diario del máximo responsable de la Legión Cóndor en España: «Poder arrojar por fin nuestras bombas sobre verdaderas ciudades permitiría averiguar los efectos de nuestras bombas, ya que, dado que los pueblos están muy cerca del frente y su conquista es inminente, es de suponer que podremos examinarlos».
Esto parece encajar perfectamente con lo que, según los autores del Experimento Stuka, ocurrió en El Maestrazgo, pero no se trata de ninguna orden sino de una nota en su diario efectuada el 13 de diciembre de 1936 y se refiere a tres pueblos concretos de Andalucía (Bujalance, Montoro y El Carpio) que fueron atacados un día más tarde, y posteriormente se fotografiaron para ver el efecto del ataque, una práctica habitual. Pero es más, en el documental también se oculta (aunque los autores lo han reconocido posteriormente que durante la batalla de El Maestrazgo, von Richtofen ni siquiera estaba en España (se fue en enero de 1938 y no volvió hasta octubre).
Aún así, la cita al militar alemán es interesante porque demuestra que la práctica de fotografiar los objetivos militares una vez conquistados era una práctica habitual y que el Informe Függer no tenía nada de excepcional. De hecho, en el libro de Hans y Ries se alude a otros documentos muy similares en localidades como Fraga, Amposta (Cataluña) o Benicarló. En esta misma obra se refiere a un bombardeo por Stukas en Sástago, donde dejaron caer tres bombas el 6 de marzo en el centro de la ciudad, una de ellas de 500 kilos. Por supuesto, en el marco de una operación militar.
Otro dato a tener en cuenta es que la mayoría de historiadores -Hugh Tomas, Paul Preston, Stanley Paine, Santos Juliá, Helen Graham...- no le dedican más que algunas frases -a veces, ni eso- a lo que ocurrió en El Maestrazgo. Hasta Burnet Bolloten, que cubrió la Guerra Civil como periodista, pasa de puntillas, y eso que él conocía el informe de Függer.
Pero más interesante es el libro La República en guerra, de Ángel Viñas , ya que cita el trabajo de Ries y Ring en el que vio la luz el informe de Függer. En él, el madrileño aclara que Hitler «solo intervino personalmente, en raras ocasiones, en la formulación de la política sobre la Guerra Civil».
En otro de sus libros (El desplome de la República) aporta más datos que contradicen la tesis de Experimento Stuka. Según explica, tras la Guerra Civil, el departamento de Ciencias de la Guerra de la Lufwaffe recopiló los informes sobre la Legión Cóndor para extraer enseñanzas que aplicar durante la II Guerra Mundial. Fueron siete en total y ninguno se refiere a lo ocurrido en El Maestrazgo.
Igualmente, es llamativa la ausencia de referencias en el libro La Guerra como aventura (Alianza Editorial, 2014), de la historiadora alemana Stefanie Schüler-Springorum, una de las entrevistadas para el documental. La obra sigue las andanzas de los miembros de la Legión Cóndor por España durante la Guerra Civil y, aunque tuvo acceso incluso a los diarios de algunos de los soldados alemanes y explica con todo lujo de detalles como era la vida en el aeródromo de La Siena, no aparece la más mínima alusión al (inexistente) experimento nazi.
MADRID. El grupo parlamentario Compromís en el Senado, integrado en el grupo mixto, no consiguió este jueves que la Comisión de Justicia del Senado aprobara una resolución para indemnizar con 57 millones de euros a las víctimas afectadas por un bombardeo de la Legión Cóndor que tuvieron lugar en mayo de 1938. Su intención es abonar 200.000 euros a los propietarios de las 180 casas destruidas en cuatro de los siete pueblos atacados e indeminizar a los descendientes de las víctimas. Los firmantes de la propuesta, Carles Mulet y Jorge Navarrete, partidarios de la tesis de Óscar Vives, se enfrentaron con el popular Manuel Altava, quien defendió la visión de Lucas Molina y Rafael Permuy. La moción no fue aprobada.
Se bromeaba hace años con la noche de los unfollow largos en Twitter conforme se fue recrudeciendo el procés en Cataluña. Sin embargo, lo que ocurría en las redes se estaba reproduciendo en la sociedad catalana donde muchas familias y grupos de amigos se encontraron con brechas que no se han vuelto a cerrar. Un documental estrenado en Filmin recoge testimonios enfocados a ese problema, una situación que a la política le importa bastante poco, pero cambia vidas