VALÈNCIA. En 1992, cuando la ONU decretó sanciones sobre la Yugoslavia mutilada de la que se apropió Slobodan Milosevic, muchos belgradenses se comieron un verano de privaciones, disgustos y represión. Una época negra y sin expectativas en la que el único alivio estaba en la televisión. Calor tropical se convirtió en un éxito de audiencias. Los programadores estaban atentos al problema que se había planteado en la capital federal. Sus habitantes ya no iban a poder veranear en la costa croata. La idea fue buscar un bálsamo comprando Los vigilantes de la playa, pero en aquel momento, la que era la gran sensación mundial con una fórmula basada en el novedoso recurso de mujeres voluptuosas en bañador, era demasiado cara. Recurrieron a un sucedáneo y ahí estaba Calor tropical con su protagonista Nick Slaughter.
El actor, Rob Stewart, era un escritor sin oficio ni beneficio, incluso endeudado, que empezó a probar suerte en castings en 1990. Cuando consiguió una cita para una serie de explotación de la exitosa Magnum, PI, el pete ochentero del gran Tom Selleck, se estaba tomando tan en serio su futuro y el papel que se fue de marcha la noche anterior y llegó a la prueba destrozado. Mas, caprichosos son los designios de Hollywood, ese bon vivant con coleta y ojeras enamoró a los directores en el actor, a pesar de que recitara sus frases con lengua de alpargata.
Hasta creía que estaba desaliñado con sus pelos largos, pero también le dijeron que se los dejase, que con una coleta bastaría. Ese hombre, con el pelo recogido en una cola de caballo, causando estragos entre la parroquia femenina de la localidad ficticia de Florida en la que hacía lo que se hace en todas las series convencionales por los siglos de los siglos, resolver crímenes, desfacer entuertos en nuestra cultura, causó furor en una población ahíta de imágenes de la destrucción de total de la guerra y curas bendiciendo cañones.
La popularidad llegó a un punto en el que Nick Slaughter se convirtió en un icono de las protestas contra Milosevic. Hubo una campaña, muy en la línea de las protestas serbias de aquellos días que recurrían siempre al humor negro -"porque cuando no tienes nada, solo te queda eso", como explicó a este medio Veran Matic, director de la entonces combativa e independiente emisora B92, que venía decir que hasta Nick sería mejor presidente que Milosevic y la ciudad se llenó de pintadas en este sentido.
Toda esta historia apareció en el documental Slaughter Nick for President, donde se explica que la serie causó furor entre los serbios no por ser ni buena ni mala, ni por una actuación prodigiosa ni un personaje carismático, sino porque todos querían estar ahí, entre los cocoteros. Cuando apareció Facebook, las páginas de fans del actor Rob Stewart tenían seguidores serbios en su inmensa mayoría. El propio actor, que se encontraba otra vez endeudado y ahora viviendo con sus padres, cuando se encontró el fenómeno navegando no daba crédito. El documental relataba su viaje a Balcanes en 2009, firmando autógrafos y recibido como un héroe.
Su gran competidor aquellos años también tenía una larga melena, pero esta vez rubia, quizá teñida. Era Fabio Lanzoni, de Acapulco H.E.A.T. El argumento era más ambicioso, se trataba de un grupo de agentes especiales en misión de alto secreto en la preciosa localidad de Puerto Vallarta, en México. Luchaban contra el terrorismo internacional. El galán no pintaba gran cosa en la trama geoestratégica, era el propietario del hotel que hacía de tapadera para el cuartel de los agentes. Sin embargo, se convirtió en el rostro más emblemático de la serie.
Era un modelo milanés que fue lanzado por la serie. Su imagen se convirtió en imagen de todo tipo de productos, portadas de novelas románticas y el hombre de Oral B. En su biografía se presentaba como "campeón multimedia del amor y el romance". Tan multimedia que medios, como el LA Times, ya dieron parte en esa primera mitad de los 90 de que se trataba de un fenómeno que aprovechaba todos los canales a su alcance para promocionarse. La extinta revista McCalls, publicada entre 1873 y 2002, le situó en su número de noviembre de 1992 como uno de los 15 hombres más importantes del planeta, junto a nombres como Paul McCartney y, agárrense, el rey Juan Carlos.
No obstante, el padre del fenómeno era Tom Selleck y su aludida Magnum, PI. Esta vez el investigador vivía en Hawai y la serie tuvo un recorrido memorable, entre 1980 y 1988. Las características de este investigador eran su pecho peludo, sus camisas floradas y su Ferrari 308 GTS rojo. Su éxito fue tal que se podría decir que fue antecesora de argumentos como el de El coche fantástico o Miami Vice, que previa mano musical de Jan Hammer, le daba mayor sofisticación al mismo concepto.
El personaje se llamaba Thomas Magnum, antiguo oficial de inteligencia y veterano del Vietnam, como mandaban los cánones. Todo aquel que desfaciera entuertos en los 80 tenía que haber sido veterano del Vietnam o no valía un duro. Su bigote también marcó una época. Resulta difícil de olvidar su papel en la película Runaway, en la que se dedicaba a perseguir a robots que, en lugar de hacer sus tareas domésticas, agredieran a sus propietarios. Una suerte de Blade Runner, pero mucho menos sofisticado. Un guión de Michael Crichton sobre su tema favorito: los peligros de la tecnología.
A Selleck le ocurrió lo mismo que a Rob Stewart. Tuvo éxito, pero no lo entendía. "Era joven y todo pasa rápido. Es algo triste de este negocio. Tú trabajas y supongo que has tenido éxito, pero no hay mucho tiempo para entenderlo", dijo al diario El Universal de México con motivo del remake de la serie que le lanzó al estrellato. Ahora sabemos que el secreto no eran ellos, sino las palmeritas. Un lugar al que escaparse ante la adversidad de la rutina y que ahora que el coronavirus nos dificulta hasta bajar al parque de enfrente de casa, sabemos el valor que tiene.