VALÈNCIA. Borja Catanesi (València, 1995) ostenta el título de “mejor artista callejero”, un reconocimiento que otorgan los Universal Street Games, unos prestigiosos galardones de origen estadounidense. Habrá quien se sorprenda al leer estas líneas, pero el arte realizado en la calle es una expresión muy reconocida en algunos países, donde viandantes, lugares y sonidos conforman escenarios tan diversos como heterogéneos. “En un mes me vuelvo a Holanda”, menciona el músico preguntado por sus planes de futuro más próximos. España, indica, todavía está muy atrás de sus homólogos europeos en este contexto. Y sabe bien de lo que habla; no en vano, ha tocado en cerca de cincuenta ciudades de todo el mundo. Y las que quedan.
En Holanda, precisamente, vivió una de sus mejores anécdotas. “Se me acercó un chico con sombrero y con pintas muy extravagantes y vistosas. Vi que tenía ganas de hacer algo, pero no se decidía, así que le comenté que, si quería cantar, tenía un micro. Hicimos un tema que salió muy bien. Se hizo viral. Y ahora con este chico he grabado un tema de mi disco”, cuenta feliz y resuelto a Cultur Plaza. La canción, grabada a caballo entre España y Holanda, es una de las protagonistas de su ópera prima Road Echoes, un disco con 8 canciones que desde el pasado 1 de noviembre está disponible en Spotify y que se ha gestado a través de crowfounding.
Si su nombre puede resultar conocido, por cierto, es porque apareció hace algunos meses en las principales cabeceras de los medios. ¿El motivo? Una polémica que protagonizó en las calles de València: fue multado por usar amplificador en sus espectáculos. “Mucho de lo que toco es eléctrico”, se defiende el músico, que se muestra pragmático frente a lo sucedido y aboga por una regulación que se ajuste mejor a las necesidades de las personas que trabajan en la calle. No por ello, sin embargo, ha renunciado a dejar de lado lo que le aportan estos lugares. “Sobre todo, la interacción”, alude. “Muchas veces se te acerca alguien y dice: ‘Tenía un día muy malo, pero tú me has alegrado’. O alguna madre te cuenta: ‘Mi hijo quiere tocar la guitarra porque te ha visto a ti’. Cosas muy diversas y gratificantes”, añade.
El entusiasmo se lee en los ojos de Catanesi. Está convencido de sus propósitos, y nada ni nadie va a impedir que continúe tocando en los sitios que más le enriquecen. Las primeras notas de Road Echoes así lo definen: nos hablan de sensibilidad, pasión y perseverancia. Cabezonería, quizá, pero motivada (y respaldada) por una enorme convicción. Acompañados por sus melodías, descubrimos un poco mejor a este polifacético artista.
-¿Cómo articulas tus espectáculos en la calle?
-Uso un loop station, un pedal que graba lo que toco en el momento, lo repite y genera un bucle. A partir de ahí, voy grabando capas: un beat box con la boca, una armonía vocal, un bajo… todo eso en directo. Al principio cuesta un poco más, pero al final le coges el puntillo. Respecto a lo que toco, suele ser una fusión de funk, reggae, rock and roll, soul… Gira en torno a eso. Antes no cantaba, pero ahora lo hago más. En el fondo, me siento más guitarrista, pero ante todo soy músico y la voz complementa mucho.
La diferencia que tiene la calle con un escenario normal es que no esperas que la gente vaya a verte: tienes que hacer tú algo para que las personas se paren, detecten que está sucediendo algo y se queden a escucharte. Se crean momentos muy especiales, y quizá tienes que dar un poco más de lo que se hace en el escenario.
-Te has ido a recorrer las calles de diferentes países de Europa (junto a Nueva Zelanda y Estados Unidos) con tu guitarra. ¿Qué has sacado de esa experiencia?
-Cada día es un aprendizaje: tienes que aprenderte a mover solo, a conocer gente, a desenvolverte, comunicarte en otro idioma… Se aprenden muchas cosas llevando esta clase de vida. A mí me ha ayudado a descubrir qué quiero: disfrutar haciendo lo que me gusta. Poder sentirme libre haciéndolo. Eso, y un montón de otras ventajas que solo puedo experimentar tocando en la calle.
Las colaboraciones de la gente son suficiente para poder ir viajando. En general, se comportan muy bien si les gusta tu música. En base a eso, he ido tirando. Es mi principal fuente económica.
-¿Hay que saber alguna regulación concreta para tocar en ciertos países?
-Lo que tiene la música en la calle es que en muchos lugares no está muy regulado o, directamente, no existe regulación. Lo que he aprendido es que si vas a estar poco tiempo en un sitio lo principal es tener sentido común y ponerte en lugares donde no molestes a nadie. Yo, por ejemplo, pregunto a los comercios de alrededor antes de tocar si hay algún problema. Hay que tener en cuenta estos factores.
-¿Y respecto a València?
-Si un músico que hace lo que hago yo (viaja y está una semana en un sitio), y viene a València, no puede pedir permiso para tocar. Pero, por ejemplo, en Bolonia vas a la oficina de policía y te dan un permiso para el día. Son pequeños detalles que hace que allí esté mejor regulado.
En general en España no hay cultura del arte callejero. La regulación no se adapta a las necesidades que los músicos callejeros tienen. En València, ya conozco los lugares donde no tengo problemas con los vecinos y puedo tocar allí, pero es algo complejo.
-Tú llevas amplificador cuando tocas, y eso es un problema...
-Mi problema concretamente es que, a pesar de tener permiso, me han llegado a multar por usar amplificador. Eso ya me dice que, aunque lo tenga, no puedo hacer lo que yo quiero: tocar la guitarra eléctrica. Tú puedes tocar con un saxo, que suena más alto que un amplificador, y no hay problema. Pero con el ampli sí. Si no lo llevo, sí me dejan tocar. Lo que pasa es que todo lo que hago es eléctrico, tengo el loop station… Si no llevo el amplificador no tengo volumen suficiente, ni con la guitarra eléctrica ni con la española.
Tengo constancia de que el gobierno de ahora tiene la voluntad de cambiarlo, pero creo que es algo complicado. Todavía llevamos dos o tres años con la normativa sin cambiar. Los buenos sitios están más controlados; y los peores, menos. Te sales del centro, te pones en el río, y ahí nadie te va a decir nada porque no hay control, pero en el casco histórico sí.
-De hecho, te multaron precisamente por el tema del amplificador aquí, en València. ¿Cómo valoras que, en cierto sentido, se castigue de esta manera a la gente que toca en la calle en lugar de aportar soluciones o alternativas?
-Me parece absurdo que no se valore como un arte. Como mencionaba, creo que ahora está cambiando, y solo hace falta poner un poco más de énfasis en demostrar que lo que hacemos en la calle es una actividad musical. Yo soy músico, no un mendigo. Y si me va bien y lo sigo haciendo es porque la gente disfruta. Causa un impacto positivo en ella. Creo que será cuestión de generaciones, años, o meses, que la gente entienda que es una forma de vida y una actividad cultural ante todo.
Culturalmente en España no ha estado bien visto ponerse en la calle: se ha confundido con no tener recursos. Cuando piensas en un músico callejero, a veces te viene a la mente la idea de un hombre que toca para poder vivir, o es extranjero… Pero no se concibe como un joven músico al que le va bien en la vida y busca su futuro, simplemente, en la calle. Es algo hasta ahora que no se había pensado mucho. Yo estoy feliz tocando en la calle, y creo que a muchos jóvenes les puede ir muy bien haciendo lo mismo. Si no pasa más es por un concepto viejo y erróneo que se sigue teniendo en la cabeza.
-¿En qué momento se encuentra València a nivel musical?
-València tiene muchos músicos. Probablemente, una cantidad de músicos por kilómetro cuadrado mucho más alta que cualquier otra ciudad europea. Pero, por otro lado, se consume muy poco, no sé por qué. Vivir de la cultura en València es prácticamente imposible. Si lo consigues, sin duda te tienes que sentir muy privilegiado.
Cuando empecé en la música lo hice con grupos más o menos profesionales en festivales como el Rototom o en salas como el Loco, Wah Wah, Matisse… Y ves un poco el ambiente desde dentro de los grupos. Te das cuenta de que hay mucha gente que se volvería loca por vivir solo de la música, pero no puede. Es la pasión de tantos que todo el mundo quiere seguir tocando a pesar de que no te dé para comer. Al final muchas veces tienes que compaginarlo con otras cosas si quieres seguir.
En este sentido, quiero decir que la calle y el escenario son compatibles 100%. Yo toco en escenarios y lo seguiré haciendo, pero no renunciaré a la calle porque me aporta muchas cosas.
-¿Qué diferencias hay entre esta ciudad y otras que has visitado?
-Un país que tiene mucha cultura de música en la calle es Italia: está muy valorado; mucha gente joven toca; las regulaciones están adaptadas a las necesidades de las diferentes ciudades; hay facilidades para sacar permisos… Todo lo contrario que en España.
Aquí la música no está considerada como un trabajo serio. La gente piensa que vas a malvivir, o te dicen que te busques un trabajo de verdad. Yo he vivido en Holanda. Allí dices que eres músico y lo valoran como un trabajo más: incluso te miran con respeto. Es un trabajo más que digno.
-¿Hacia dónde se dirige el sector musical actual?
-Se ha producido una democratización. Las discográficas van a seguir existiendo, pero no con el monopolio que tenían antes, donde o firmabas, o no tenías nada. Ahora tienes la opción de que venga hoy y le digas que no te interesa lo que te ofrece. Hay más posibilidades de ser independiente y no depender de una empresa.
Es cierto que las radios y las empresas discográficas van muy unidas porque tienen convenios y lo que sale en la radio casi exclusivamente es lo que hacen esas empresas. Pero, por otro lado, la gente consume Spotify, donde tienes todo el contenido que quieras a tu disposición. Sigue escuchando la radio, pero hay otros ámbitos en el día a día en los que se apuesta más por Spotify o el streaming.
-Redes sociales, ¿hasta qué punto son importantes?
-Son muy importantes. En el momento en que eres independiente tienes que hacer todo lo posible para llegar a la gente y hoy en día el único modo de hacerlo son las redes sociales. Te hacer ser tu propio creador de contenido. Implica aprender otras muchas tareas que no son estrictamente las del músico, pero son necesarias para poder seguir haciendo música.
A mí me han ayudado a llegar a muchas personas. Tengo muchos vídeos con improvisaciones callejeras que me ha ido enviado la gente; alguno con más de 5 millones de visitas en Facebook, otro con más de 10 millones de visitas en Youtube… Vídeos con niños bailando. Las redes sociales me permiten llegar a países de todo el mundo desde mi propia ciudad.
-Uno de tus mensajes ha sido: “Es posible ser joven y hacer de la música tu forma de vida”. ¿Cómo se consigue esto?
-La palabra es constancia. Llevo tres años tocando en la calle y persiguiendo esto. Tienes que valorar mucho lo que haces, saber presentarlo y tener perseverancia. En mi caso, siempre he tenido muy claro que la música es mi vida y tengo que empujar por ello porque es lo que me hace feliz. Creo, además, que es un concepto que se mueve mucho hoy en día: la gente se va dando cuenta de que los cánones de toda la vida de trabajo, casa y demás no tiene por qué ser lo que te haga feliz necesariamente. Habrá personas a las que sí les hará felices, pero a mí ahora mismo no. Me aporta más viajar, conocer lugares y disfrutar con mis amigos.
También quiero destacar que la constancia hace un poco el éxito. A mí últimamente me está respaldando una empresa, Olivares Consultores. Después de haber sido premiado, con toda mi trayectoria y el trabajo que he hecho, se obtienen recompensas. Y yo tengo la suerte de que ellos me estén ayudando con tema de eventos (la presentación del disco, por ejemplo) y material musical.
-Tú, que tienes la calle como lugar de trabajo, ¿crees que todo está permitido? ¿Qué opinas, por ejemplo, sobre el graffiti?
-Es difícil. El arte del graffiti es una actividad más del arte urbano. Todos cuando vamos por el Carmen disfrutamos de la cantidad de maravillas que hay en las paredes. Y hablo de obras de arte, no de la típica firma que resulta desagradable. Hay obras y artistas muy buenos. Y, obviamente, sitios y sitios. Es como la música: la tocas en lugares que son aptos. Siempre hay límites para todos.