La vida de uno del segundo hombre más rico del mundo, en una biografía elaborada por HBO, no deja de ser un cúmulo de eslóganes, frases hechas e intrascendencia
VALÈNCIA. Es el segundo hombre más rico del mundo por detrás de Bill Gates, según la última clasificación de Forbes. En Argentina le gritarían “¡subcampeón!” de forma despectiva, como un insulto, pero en el resto del mundo, menos sabio y diligente que nuestros hermanos del cono sur, se le tiene como a un gurú. Pero no como a un consultor de éxito ni a un vendedor de bestsellers de autoayuda, sino un tío que se ha forrado con sus métodos. Muy distinto del que le vende a los demás métodos para que se forren ellos, cosa harto improbable.
No obstante, lo primero que vemos en este documental de HBO es que el pequeño Warren Buffett recurrió a los vendedores de crecepelo que moran por el mundo vendiendo fórmulas de éxito. Antes era Management, ahora puede ser en forma de “incubadora de startups” o “experto en ecosistema emprendedor”, siempre hay una palabra desde la que estos feriantes se parapetan para sacarle a unos las perras. En el caso del protagonista, nacido en 1930, fue un libro titulado “1000 formas de ganar 1000 dólares”.
Buffet ha sido noticia últimamente por formar parte del grupo de millonarios patrióticos en Estados Unidos que pidieron la recuperación del impuesto de donaciones y sucesiones. Y que puso de manifiesto que pagaba un 17% anual de impuestos sobre su renta mientras que sus empleados soltaban entre un 30 y un 40%. En su documental, dice que desde niño le fascinaron los números. Al menos como para poder sostener que a las dos de la tarde no es de noche, como podemos ver.
Después de leer el aludido libro, empezó a vender revistas y refrescos puerta por puerta. Le gustó de crío, sigue, ser su propio jefe. Hasta que en la actualidad es el propietario de Berkshire, la cuarta compañía del mundo. ¿Qué pasó entre medias? Poca cosa cuentan.
Parece que, para empezar, en la universidad se quedó con una lección que le dio su profesor Ben Graham. Para invertir dinero, solo hay que tener en cuenta dos normas fundamentales, recuerda: “Regla número uno: No pierdas dinero; regla número dos: nunca olvides la norma número uno”. A mí no me mire, lo dice él. Y luego por el final añade: “Para hacer dinero no hay que ser muy listo, solo hay que tener paciencia”.
Es mucho más didáctica un aforismo que pronuncia minutos más tarde: “En las inversiones no hay que tener emociones, puedes tener muchos sentimientos por tus acciones, pero ellas no tienen sentimientos por ti”. Y otro juego de palabras en plan acertijo budista, también viene más adelante. Atiendan: “Es mejor comprar empresas maravillosas a buen precio que empresas buenas a precio maravilloso”. Llama la atención en este aspecto que tenga toda la oficina decorada con recortes de noticias de hundimientos de la bolsa y crisis históricas para que sus empleados sepan que todo puede pasar en cualquier momento.
Cuando está, gracias a estas enseñanzas, en la cresta de la ola, se les ocurre ir a cenar un día con Bill Gates. Ahí pasan el día en yate, toman algo y dejan para la posteridad fotos de dueño de Microsoft en pantalón corto con calcetines beiges. Hay cosas que no compra el dinero, como el buen gusto.
En un momento dado del encuentro, Bill propuso que escribieran en un papel en una palabra qué es lo que más les ha ayudado en la vida. Buffett puso “atención”. Es la parte más fuerte de su personalidad, dice. Si se interesa por algo realmente se interesa. No sale que escribió Bill Gates en el papel, algo mucho más intrigante, seguro. Pero vamos, que una reunión entre empresarios españoles con café, copa y puro, discutiendo sobre Messi zampándose un cochinillo toma un cariz mucho más respetable y humano a la vista de lo que hacen los dos hombres más ricos del mundo cuando están juntos. Pues que después de hacer lo de la palabra, sacan unos caballetes y se ponen a pintar.
Por otro lado, abundan las historietas biográficas de sobremesa de comida familiar, como que se casó sin gafas para estar más aparente en las fotos y no venía un carajo. También reconoce que casarse con su mujer fue una gran decisión. Nos alegramos mucho. Sus hijos añaden que con las rutinas de su padre se podría poner el reloj en hora. Estupendo. Sí que resultan emotivas las escenas sobre la enfermedad y pérdida de su mujer, sobre todo después de un amor de décadas. Pero vamos, eso no le convierte en nadie especial. Lo tenemos cada día en cada hospital. Al igual que las demás vivencias, que poco aportan sobre un hombre que bien podría haber desglosado aquí sus teorías sobre la desigualdad o chascarrillos que ha visto en el mundo financiero de un país que reventó en 2008 por los excesos de ese gremio.
De hecho, lo más interesante es cuando el documental por fin empieza a tocar asuntos con un mínimo de interés, como lo son las ideas políticas del segundo hombre más rico del mundo. Su padre era un congresista republicano y así creció él. Conservador, un chaval de orden, etcétera. Pero su mujer, que después fue activista por los derechos civiles y el aborto, le cambió la mentalidad.
Se iban juntos a mítines, hasta que se encontraron frente a Martin Luther King, y eso le impactó profundamente. Desde entonces el coincidió al 100% con sus ideas, “solo que estaba un poco más metido en mis inversiones”, matiza. Su mujer le elogia por decirle un día que ya se vería qué ocurriría en el momento en que las mujeres se diesen cuenta de que eran las esclavas de este mundo. Dice Susan Buffett presumiendo de marido: “¿Cuántos hombres en el mundo, e incluso mujeres, eran conscientes de eso?”
El protagonista pone como ejemplo a su madre y sus hermanas. La primera tuvo como función en la vida atender a su marido. Y las hijas, aunque eran tan listas como él, señala, recibieron de mil modos diferentes el mensaje de que su futuro estaba limitado. Sin embargo, a él le decían que el límite era el cielo.
Quizá lo que más interesaba a priori de este documental era acceder a las costumbres de un hombre del que se ha destacado siempre que era de una austeridad castellana de posguerra, a pesar de ser tan rico. Al principio, aparece comiéndose una hamburguesa encima de la mesa del despacho, hamburguesa que ha comprado haciendo cola con el coche como un americano más de los que se alimentan con tanto desprecio por su colon. Y poco más se profundiza.
Sabemos que el hombre en casa no se enteraba ni del No-do en las tareas domésticas y que tampoco es que estuviera muy presente en el día a día, más bien siempre andaba con su periódico leyendo. Eso intentan subrayarlo, que para hacer sus inversiones lee lo que todo hombre puede leer. Es decir, el se papa el periódico y gana mil millones. Tú lo lees, el mismo periódico, y sigues siendo el mismo pringao. ¿No es paradójico? Viene a sugerir el documental y así darle una aureola aún más luminosa.
Mucho eslogan y poca chicha, en un documental-hagiografía sobre un hombre que si por algo ha tenido importancia en nuestro mundo, el español, es por poner de manifiesto que pagaba menos impuestos que sus empleados. Algo que conocemos bien aquí sin que se corrija ni por asomo la tendencia.
Se bromeaba hace años con la noche de los unfollow largos en Twitter conforme se fue recrudeciendo el procés en Cataluña. Sin embargo, lo que ocurría en las redes se estaba reproduciendo en la sociedad catalana donde muchas familias y grupos de amigos se encontraron con brechas que no se han vuelto a cerrar. Un documental estrenado en Filmin recoge testimonios enfocados a ese problema, una situación que a la política le importa bastante poco, pero cambia vidas