Autoficción con voz de mujer: el fenómeno que eleva la experiencia femenina a asunto universal

Foto: KIKE TABERNER

Los textos de autoras que entremezclan vivencias reales e invenciones conquistan las librerías y arrasan en las recomendaciones entre amigas. Hablamos con escritoras, investigadoras y profesionales de la industria editorial sobre el éxito de esta escritura y sobre la importancia de que las creadoras narren sus propias historias

22/02/2021 - 

VALÈNCIA. Cualquiera que se haya dado un garbeo por la cosecha editorial de los últimos años, habrá notado la proliferación de obras que nadan en las aguas de la autoficción. O dicho de otro modo, de esos libros cuyos autores exploran los recovecos de su experiencia para crear universos en los que los episodios reales se ven salpimentados por la invención. Y aunque quizás esto haga llorar a unos cuantos youtubers misóginos de extremo centro, un buen porcentaje de estos títulos llevan firma femenina.

Tras siglos relagadas a la domesticidad silenciosa de la mesa camilla, al pseudónimo masculino o a los márgenes del canon –ellas hacían ‘literatura para chicas’; ellos publicaban la enésima gran novela trascendental--, las voces de mujer se imponen en las estanterías y las mesas de novedades. Y, a menudo, lo hacen narrando sus vivencias, convirtiendo así sus anhelos e inquitudes, sus afectos y sus fobias en cuestiones universales que merecen la pena ser contadas. Lo hizo doña Vivian Gornick con Apegos feroces y La mujer singular y la ciudad, lo hicieron Aixa de la Cruz en Cambiar de idea y Elizabeth Duval en Reina. Lo vimos en Partir, de Lucía Baskaran; en el volumen colectivo Tranquilas, en la extensa producción de Annie Ernaux… Su eco puede encontrarse en Matèria de Bretanya, de Carmelina Sánchez-Cutillas, e incluso en los relatos de la siempre fascinante Lucia Berlin (santa a la que le reza una humilde servidora). El fenómeno ya está aquí, toca diseccionarlo con atención. Vamos al tajo.

“La autoficción ha existido siempre, hay una tradición de autoras que la han trabajado, desde Colette a Marta Sanz (con Lección de anatomía y Clavícula) o Amélie Nothomb. Siempre se ha escrito este tipo de literatura, pero ahora hay un redescubrimiento y está ganando peso. Quizás se deba a que las autoras que la han atrabajado antes eran minoritarias, mientras que ahora son muchos más relevantes y de gran calidad”, explica Alodia Clemente, fundadora La Rossa, librería especializada en autoras.

Al aparato, la escritora Muriel Villanueva: “Las autoras estamos en un proceso de atrevernos a salir de la intimidad y hablar de ciertos asuntos sin tabúes. Al mismo tiempo, cada vez nos atrevemos más a borrar las fronteras entre el yo y el tú, a emplear la ficción y la fantasía para hacer parábolas desde nuestra realidad, sin escondernos". Autora de títulos como Nines o El parèntesi esquerre, en su caso no hay atisbo para la duda: “Practico la autoficción para que mi literatura me sirva a mí, para que me sea nutritiva. Si a otros también les sirve, pues fantástico”. “Me gusta escribir desde la frontera, desde los puntos intermedios. Podría abordar los mismos temas desde la autobiografía o la novela de ficción, pero decido quedarme en el medio porque me resulta más eficiente, consigo explicarme a mí misma y a los demás”, apunta.

“La autoficción, como apuntó Serge Doubrovsky, es la escritura de aquellos que no pueden escribir su autobiografía. Y, por lo tanto, el acicate perfecto para las minorías revolucionarias. Aquel posible lamento se ha convertido en aullido para quien escribe autoficción. Así, provee a muchas mujeres que toman la escritura o la creación visual de corte autoficcional como munición contra el status quo, puesto que las mujeres todavía seguimos viendo menguadas nuestras posibilidades de acceso a una gran parte de la esfera social, política y científica”. Así lo expone Johanna Caplliure, comisaria, crítico de arte, docente de Estética investigadora. No en vano, reivindica la extensa tradición de escritoras y artistas “que experimentan con el legado de la historia de la literatura o del arte para quebrar lo impuesto, ya sea mediante la performance, el ensayo visual o la artesanía en las artes visuales; ya sea con la ciencia-ficción, los relatos fantásticos o las narraciones especulativas en el campo de la literatura”. De esta vía láctea creativa en clave personal, le atrae “su potencial, cómo en ella conviven estratégicamente realidad y ficción, así como su carácter resbaladizo”.

“Cada vez encontramos a más mujeres en el mundo editorial y esto hace que se pongan sobre la mesa algunos temas que no habían sido tan tratados desde la literatura. Así, estamos viendo obras que reflexionan sobre distintos tipos de maternidad, el aborto, el postparto, la menstruación, el hecho de que una madre abandone a sus hijos, un divorcio traumático contado desde el punto de vista de la esposa…”, repasa la traductora Núria Molines, que ha trabajado en numerosos textos de autoras que bordean las periferias de la autoficción, “y en los que a menudo no sabes cuánto hay de real”. Soy una pronógrafa, de Saskia Vogel; Sita, de Kate Millet, o El club dels mentiders, de Mary Karr, son algunos de los títulos que integran su hoja de servicios.

De los anaqueles pasamos a las bambalinas. Integrantes de la compañía de teatro La Ravalera, Laia Porcar y Núria Vizcarro trabajan la autoficción sobre el escenario con producciones como Què fas ahí? o Instruccions per a no tenir por si ve La Pastora. “Todo lo que está pasando en los últimos años que tiene como protagonistas a las mujeres viene de una misma causa: la necesidad de hacernos visibles, de cambiar la perspectiva de nuestro alrededor y, sobre todo, de identificar todos los relatos que hasta ahora se habían escrito desde una posición patriarcal”, explica Vizcarro.

La Ravalera. Foto: ANTONIO PRADAS

Y es que, aunque cuando hablamos del boom de la autoficción solemos hacer alusión a la industria editorial, también cuenta con una tradición nada desdeñable sobre las tablas. “Sergio Blanco, un referente si hablamos de autoficción escénica, dice que en ella se establece con la espectadora un pacto de mentira, en contraposición al pacto de verdad que se establece con una autobiografía. Y el teatro por sí mismo ya establece un pacto de ficción entre quienes están en las butacas y aquellas que están en el escenario: jugaréis juntas a creer todo lo que pasa y este pacto desaparecerá en el momento en el que aplaudas”, sostiene Vizcarro. Es en esos pactos donde reside el interés de La Ravalera por la autoficción teatral: “Queremos trabajar con la perspectiva de que lo relevante no es si esto me ha pasado o no, sino que sería bonito y detonador de otras reflexiones pensar que sí que ha pasado”

Vamos arrojando luz sobre la pulsión creativa, pero, ¿qué pasa con la audiencia? ¿Qué mueve a aquellos que se acercan a estas páginas hambrientos de nuevas lecturas? En palabras de Molines, buscan “autenticidad, una trama que a priori tiene algo auténtico detrás. Pero a veces también les guía un poco de morbo, el deseo de conocer los trapos sucios de esas personas”.

Para Clemente, la clave está en la conexión: “eligen estos textos ansían encontrar una cercanía con esas autoras que les hablan de temas mundanos con los que pueden verse identificados. Conectan con estos libros porque se ven reflejadas en la vida de esas creadoras”. “Supongo que tiene que ver con una corriente de nuestros días, estamos tan saturados de información que vale más un ‘yo lo he vivido’, ‘yo estuve allí’. A mí me encanta leer a Mary Karr, a Delphine de Vigan o a Sabina Urraca, pero no solo por su testimonio, sino porque son excelentes creadoras”, apunta la escritora Bárbara Blasco, ganadora del Premio Tusquets 2020 por la novela Dicen los Síntomas y profesora del taller “Del yo al personaje y del personaje al yo” en la escuela de escritura creativa Fuentaja.

Autoficción y otras hierbas: hay partido

Hacemos un breve alto en el camino para afrontar el siempre complejo asuntillo de las denominaciones. Hay especialistas que consideran que autoficción, literatura del yo y ficción autobiográfica son, a efectos prácticos, el mismo animal editorial con distintos collares. Para otras expertas, en cambio, se tratan de perros diferentes aunque con pedigrís similares. Y, claro, la lectora se hace un lío, que ya bastante complicada es la postmodernidad. Para no ahogarnos en terminología, trasladamos el debate a nuestras expertas.

Bárbara Blasco. Foto: SARA LLOPIS

Abre fuego Villanueva, quien cree que nos encontramos ante cuestiones distintas: “Los humanos somos complejos y creo que cada uno de esos términos tiene sus matices. La autoficción es muy divertida, es un juego. La literatura del yo es un concepto más amplio, un paraguas que acoge piezas más experimentales y creativas. Y la ficción de inspiración autobiográfica recurre a algunas pinceladas de ficción para complementar la historia”.

En esta división coincide Bárbara Blasco: “La literatura del yo engloba todas esas formas de escrituras, es una etiqueta genérica donde cabe el diario, la autobiografía, la ficción autobiográfica o la autoficción, pero mientras lo autobiográfico parte de unos hechos que le han sucedido al autor, en la autoficción solo se mantiene el personaje del escritor, el resto es inventado”. En el otro lado del ring encontramos a Núria Molines: “En términos creativos, creo que son ámbitos muy parecidos, al final están hablando de experiencias propias”. Un posicionamiento que comparte la responsable de La Rossa: “es darle la vuelta al mismo concepto desde puntos de vista distintos”. Continuar la conversación queda pendiente para cuando reabran los bares.

“El machismo asume que nuestra intimidad no tiene importancia”

Puede que la autoficción invada librerías y hogares, pero encuentra un hueso duro de roer en un sector de la crítica literaria. No faltan voces especializadas que menosprecian este género o lo consideran el resultado de una escritura vanidosa y de poca calidad. Y, oh, sorpresa; oh, conmoción,  los juicios más furibundos suelen recaer en volúmenes firmados por señoras, acusadas de producir textos frívolos, sentimentaloides o poco ambiciosos.“A menudo, esta idea se origina en su comparación con la autobiografía, que posee como garante la verdad, mientras la autoficción nace como ficción de sí, y, por lo tanto, puede conjurar fallas y fraudes con la intención de persuadir al lector”, señala Caplliure. No obstante, y aquí está el cogollo del asunto, también recuerda que toda obra -literaria, artística o filosófica- producida por una mujer “siempre será contemplada a la luz de un sesgo patriarcal autocomplaciente y nada autocrítico. Se trata de una constante más allá de la autoficción o de cualquier estrategia que una mujer pueda emplear para desarrollarse como sujeto emancipado”.

De hecho, este menosprecio a la autoficción con voz femenina se trata, en palabras de Muriel Villanueva, “del machismo de toda la vida que asume que, narrativamente, nuestra intimidad no tiene importancia. Todo lo que tiene que ver las mujeres está minimizado, es coherente con el mundo en el que vivimos”. “Los conflictos de personajes y pensamientos que pueda sufrir, por ejemplo, una ama de casa se consideran temas secundarios, frente a esos otros libros que hablan de guerras, de darse golpes en el pecho y salvar el mundo”, resalta. Un sendero por el que también transita Molines al defender que no siempre es necesario “escribir sobre lo que se consideran ‘grandes temas’. Además, si puedes recurrir a tus propios universos a la hora de contar aquello que quieres contar, ¿por qué no hacerlo? A fin de cuentas, es un recurso más”.

“Supongo que a la autoficción le achacan falta de imaginación. Pero aquí los hechos también hay que ordenarlos y reconstruirlos, como en la ficción—apunta Blasco--. A mí las tramas no me importan tanto en un texto. Por eso no me parece mal incorporar las de la propia vida y dedicarse a trabajar el estilo”. Clemente introduce aquí otra derivada: “En todos los ámbitos literarios hay morralla y títulos muy buenos, pero parece que ciertos géneros son bendecidos por todo el mundo aunque tengan piezas de poca calidad”.

En este sentido, la librera considera que la dureza con la que se juzga la autoficción femenina “tiene más que ver con el hecho de que habla de temas que incomodan a cierta gente”. Frente a un canon empeñado en mantener al escritor blanco occidental y sus negociados como emblemas universales de todo lo auténticamente relevante, las escritoras que narran sus vivencias siguen colándose por las grietas y acaparando estantes a golpe de intimidad.

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