Los avances científicos y técnicos de este mundo hiperconectado no impiden que muchas personas continúen consultando su horóscopo diario, mensual o anual. Reputados medios de comunicación ceden espacio a los aficionados a lo oculto y a videntes. Curanderos y adivinos se anuncian por doquier.
La ciencia también se interesa por estos embustes y lo hace por distintos motivos. Primero, para proteger a los ciudadanos. También lo hace para averiguar por qué personas cultas y formadas creen en esas actividades y buscan tales servicios, plagados de charlatanes que buscan sacarles el dinero a cambio de palabrería o, en el mejor de los casos, de cierto consuelo o alivio para sus penas. Otro de los objetivos es saber si hay algo de cierto en lo que defienden y venden. Un ejemplo es verificar si la astrología puede describir la personalidad, o rasgos estables de la forma de ser y comportarse, a partir de la fecha de nacimiento y en correspondencia con los signos del zodíaco y las posiciones relativas de los astros.
Hans J. Eysenck, famoso psicólogo conocido sobre todo por su teoría de la personalidad, estudió durante años si la astrología poseía bases empíricas. Curiosamente, se trata de uno de los investigadores que más ha criticado las pseudociencias y que más ha defendido el empleo del método científico en las ciencias sociales. Paradójicamente ha dejado un legado científico controvertido debido a que muchas de sus publicaciones no seguían una metodología estricta en temas de cierta sensibilidad, como la propensión al cáncer de algunas personas o la relación entre cáncer y tabaquismo. En un momento de su carrera científica, Eysenck se interesó por saber si la fecha de nacimiento, correspondiente a los signos zodiacales tradicionales, tenía alguna relación con la personalidad. Después de unos hallazgos iniciales favorables, que apoyaban la relación entre rasgos de personalidad y el signo zodiacal del nacimiento, descubrió que se habían cometido errores en el análisis de los datos y que tal relación no existía.
Hay sin embargo datos procedentes de investigaciones en numerosos países que demuestran un mayor número de enfermedades mentales en personas nacidas en determinadas épocas del año. La estacionalidad se observa, entre otros trastornos, en la esquizofrenia y la enfermedad bipolar, además de en la incidencia de suicidios. Uno de los hallazgos más constantes, a partir de estudios en muchos países que incluyen decenas de millones de personas, es el mayor riesgo de padecer esquizofrenia en los nacidos en invierno y comienzos de primavera.
Los investigadores actuales, en pleno siglo XXI, sí piensan que una de las causas de estas diferencias tiene origen celestial o extraterrenal, ya que obedece al influjo de una estrella, nuestro Sol. Sin que existan aún datos causales y directos debidamente confirmados, se atribuye a un déficit de vitamina D que nuestro cuerpo fabrica a partir de los rayos ultravioleta. En las gestantes o en los recién nacidos habría menor exposición a la luz en los meses invernales o a comienzos de la primavera, lo que podría afectar a los genes que controlan el desarrollo del sistema nervioso y contribuir a la aparición de la esquizofrenia. Éste es un trastorno complejo en el que intervienen factores tanto hereditarios o genéticos como ambientales, entre los que, además de la carencia de suficiente vitamina D, se encuentran infecciones víricas algunas de ellas más frecuentes en los meses invernales. No puede decirse que causan el trastorno, pero sí que contribuyen a que su incidencia sea mayor en los nacidos en tal época del año. De confirmarse sí sería una prueba de la influencia de una estrella, la más cercana, en el comportamiento humano.
José María Martínez Selva es catedrático de Psicobiología en la Universidad de Murcia