MEMORIAS DE ANTICUARIO 

Arte y patrimonio frente al poder de la naturaleza

 "Estaba caminando por un sendero con dos amigos -se estaba poniendo el Sol-, hice una pausa, me sentía exhausto, y me apoyé en la cerca; era como si una espada flamante partiera la bóveda del cielo llenándola de sangre. (...) había sangre y lenguas de fuego sobre el fiordo azul y negro y la ciudad. Mis amigos siguieron caminando -sus rostros blancos y amarillos-, y me quedé parado allí, temblando de ansiedad; y sentí un grito infinito pasando a través de la naturaleza". Edward Munch

25/11/2019 - 

VALÈNCIA. El patrimonio artístico no escapa a las nefastas consecuencias que llevan consigo unas catástrofes naturales que, según los expertos, se están produciendo lenta pero paulatinamente con mayor virulencia debido a un cambio climático que está en boca de todos. Estos días ha sido noticia la conocida popularmente como “aqua alta” en Venecia. Hecho que los turistas ególatras e instagramers lo contemplan como una anécdota que añadir a sus “fascinantes” vidas en la red, y que en realidad, está poniendo estos días de otoño el corazón en un puño no solamente a los habitantes de la “serenísima” ciudad, como se le conoce, sino a los responsables de la protección del enorme y valiosísimo patrimonio que atesora, y por extensión a todos los que amamos y nos preocupa el arte y el patrimonio cultural. Sus innumerables tesoros artísticos, patrimonio de la humanidad, podrían ser una víctima más del preocupante aumento del nivel del agua, habitual circunstancia a la que están acostumbrados sus habitantes, pero que este año se ha cebado especialmente con la ciudad que vio nacer a Tintoretto. Cabe adoptar, sin dilación, medidas estructurales como el sistema de exclusas proyectado que regule el nivel de las aguas que entran en la laguna. Es un proyecto que concierne, si es preciso, a la comunidad internacional si no queremos que esta joya acabe bajo las frías aguas del Adriático.

Los artistas, si bien en muchas ocasiones han logrado retener en el lienzo la capacidad inherente de la naturaleza para modificar el paisaje, sin embargo es mucho más infrecuente encontrar reflejado en la pintura su poder telúrico y destructivo, salvo obras pictóricas dedicadas a naufragios de barcos en medio de una temible tormenta marina, o se me ocurre en concreto las obras generalmente gouaches de origen napolitano que se hicieron muy populares a finales del siglo XVIII y a lo largo de todo el siglo XIX y que reflejaban las erupciones del Vesubio en el entorno del golfo de Nápoles, pero de una forma más bien idílica que catastrófica. En este sentido, hablando de volcanes, es interesante mencionar el arte de William Ashcroft y sus dibujos de atardeceres en Chelsea (Inglaterra) cuyos colores durante aquel tiempo estuvieron motivados sin duda por la enorme explosión del volcán Krakatoa en Indonesia en el año 1883 que dio lugar a numerosos atardeceres en Europa, sí, al otro lado del mundo, con las tonalidades que reflejó este artista inglés.  Hay quien, incluso, ve esa circunstancia en el cielo del célebre Grito de Edward Munch que aunque fue pintado en 1893 quizás evoque esos cielos que se sucedieron tiempo después de la erupción del volcán.

En nuestro contexto geográfico las catástrofes naturales tienen forma de riadas, avenidas de agua incontrolada a causa de la orografía y que tienen origen en las comunmente llamadas gotas frías (desde hace un par de años DANA). Es muy raro, sin embargo, incluso en el ámbito de la pintura más costumbrista encontrar obras de esta temática. Sin duda el ejemplo más importante y que conocí siendo niño, lo que me causó un fuerte impacto, cuando en una de mis primeras visitas al por entonces llamado Museo San Pío V lo descubrí, es el lienzo “Amor de madre” pintado por Antonio Muñoz Degrain en 1912. Una obra que ya causó gran impresión en su momento, lo que no me extraña en absoluto, y que hoy, sin embargo, pasa un tanto desapercibido en el museo. Un vibrante óleo sobre lienzo en el que una madre en una situación límite hace lo imposible por salvar la vida de su bebé de pocos meses, diríamos que “a costa de la suya propia”, ante la avalancha de agua que transcurre entre un entorno de barracas y frutales en flor por lo que debemos hallarnos en primavera. Una escena que podría estar desarrollándose en cualquier localidad próxima a la ciudad de València, entorno en el que las inundaciones en aquellos tiempos eran especialmente destructivas puesto que no existían medios e infraestructuras para encauzar las aguas como hoy día. Hay quien ve en el cuadro una tragedia con final sombrío y quien esta obra le sugiere el amor de una madre en una situación límite con final feliz. Siempre me he preguntado por la razón que llevó al gran pintor valenciano a pintar esa escena tan terrible.

Siguiendo con el agua que tumultuosa se precipita ocasionalmente por nuestras tierras, existe también un grabado conocido de Antonio Cavanilles que él mismo titula El puente de la Mar de Valencia arruinado por el río Turia en 5 de noviembre de 1776” . La pequeña obra gráfica recoge una vista del citado puente, desde los petriles del río, y los daños que produjo una riada acontecida por aquel año, que debió ser de importancia pues no se trata el puente de la Mar  precisamente de una construcción de modestas proporciones. Un grabado anecdótico pero signficativo de unas circunstancias con las que en esta ciudad ha tenido que convivir desde tiempo inmemorial.

Una de las obras más monumentales y costosas que la ciudad de València tuvo que acometer para evitar estas situaciones es la elevación de los petriles del rio Turia. Un proyecto que en su día fue meramente instrumental pero que ya constituye parte importante del paisaje de nuestra ciudad y un bien de relevancia patrimonial importante. La obra se prolongó durante siglos ya que se iniciaen el siglo XIV y dura hasta el Siglo XVII. Se realizaron de piedra tallada para lo que se constituyó ex profeso la Fábrica de Murs i Valls dada la envergadura de la empresa. A pesar de lo faraónico de la construcción, que salvó a la ciudad de varias riadas, sin embargo no fue suficiente frente a la acontecida en 1957: los petriles se vieron desbordados dando lugar a la tristemente riada de aquel año de la que tenemos numerosos testimonios gráficos y que son objeto de colección por quienes se dedican a la fotografía antigua de la ciudad, dada la espectacularidad de las tomas realizadas desde los balcones de las casas situadas en las calles más conocidas de la ciudad. Al poco se instalaron incluso placas cerámicas que que recuerdan el nivel alcanzado por las aguas en aquella infausta riada. Curiosamente la  Catedral y las calles adyacentes quedaron libres del agua puesto que se encuentran algunos-pocos- metros por encima de otras calles de los barrios que la rodean.