VALÈNCIA. Las arañas de Marte existen. No solo acompañaron musicalmente a David Bowie en el ascenso y caída de su álter ego sideral Ziggy Stardust, sino que pueblan el rojo vecindario sobre el que pasea el rover de la misión Curiosity. Que nadie se alarme, el solitario astromóvil no tiene nada que temer: estas arañas marcianas no son otra cosa que formaciones geológicas, estructuras exclusivas de la región austral del planeta en forma de telaraña, aparentemente producidas por la erosión de la capa de hielo de dióxido de carbono -hielo seco- durante la primavera. Pero hay más. Desde ahora estos insectos alienígenas existirán también en la literatura: Arañas de Marte es el nuevo libro de Guillem López (Castellón, 1975), un autor tremendamente prolífico de quien ya hemos hablado por aquí que vuelve a la carga con otro título especialidad de la casa, una obra cuya narrativa se aleja de lo convencional porque así lo precisa la historia, que nos transporta, nos desconcierta y nos obliga a abrir bien los ojos.
Esta quinta novela de López supone además su entrada en el fabuloso catálogo de la editorial Valdemar, uno de los sellos de los que más orgullosos deberíamos sentirnos en este país, por su extraordinaria labor en el terreno de la literatura de terror y de ciencia ficción, entre otros géneros. Fundada en mil novecientos ochenta y nueve por Rafael Díaz Santander y Juan Luis González, puede presumir de haber alimentado un fondo editorial que cuenta ya con más de seiscientos títulos: Hodgson, Machen, Lovecraft, Maupassant, Lautréamont, Aleister Crowley, Robert E. Howard, Clive Barker, Richard Matheson... No falta nadie, tampoco representantes nacionales del género, como Pilar Pedraza o Emilio Bueso -ahora también Guillem López-. Es el paraíso de la ficción fantástica en español; si puedes imaginar un monstruo, entidad sobrenatural, ser maldito, fantasma o psicopompo, seguro que está escondido en alguna de las miles de páginas que llevan imprimiendo desde hace casi treinta años.
En la nueva historia del autor castellonense, las arañas en cuestión adoptan diversas formas: por una parte son extraterrestres invasores que habitan en la quinta dimensión y han conseguido entrar en nuestra realidad a través de un desgarro en el tejido del espacio-tiempo, por otro, un fenómeno mucho más complejo que se manifiesta en la mente de Hanne, la protagonista del relato. En el primer caso son parte de una novela dentro de la novela, una publicación que aparece en la historia y que bien podría ser uno de los entrañables bolsilibros de Bruguera, títulos tan sugerentes como Crimen en el siglo XXI, El ataque de las mujeres-pájaro, Robots en el pantano, Los dioses lloran sangre, La astronave fantasma, Hacia el infierno sin retorno, Hombres Omega o Asesino cósmico. No obstante, el homenaje de Arañas de Marte a esta literatura breve y de bolsillo empieza en el título y su referente interno y acaba con la ilustración de portada -un gran trabajo weird del argentino Santiago Caruso-, porque el argumento que desarrolla López no guarda ninguna relación con la naturaleza sencilla de la mayoría de los bolsilibros: aquí todo se retuerce y se vuelve a retorcer, los hechos avanzan en una dirección y luego se bifurcan, los personajes son y no son, en un juego diabólico de posibilidades emparentado con algunas de las más novedosas -y asombrosas- ideas de la física a escala cuántica.
Así como los ordenadores cuánticos pretenden superar la “simplicidad” binaria de la computación digital actual -basada en unos y ceros, síes y noes, en dualidades como apagado o encendido-, Guillem López se pregunta qué podría ocurrir si nuestro cerebro escondiese una serie de facultades cuánticas capaces de transformar la realidad, o mejor dicho, de generar infinitas realidades, pero sobre todo, qué pasaría si pudiésemos percibirlas. El resultado sería algo muy parecido a la locura. Para poder plasmar esto sobre el papel, emplea un sistema que ya vimos en Challenger (Aristas Martínez, 2015) -novela que le ha servido para ganar los premios Ignotus y Kelvin 505- , una estructura en la que ciertos sucesos tienen continuidad, otros frenan en seco en un callejón sin salida y algunos fingen ser episodios puntuales para reaparecer más adelante. Todo, por supuesto, tiene un porqué, una coherencia que primero intuimos, y después comprobamos.
Gran conocedor del género fantástico, López se maneja bien en todos sus registros: hay momentos en que apela a un horror basado en nuestros miedos más primitivos -como los parásitos-, mientras en otros, por el contrario, hace que se nos erice el vello de la nuca ante conceptos como la nada o los colapsos de las leyes físicas que rigen nuestro universo -spoiler: ojo a la destrucción total de Valencia, escenario en que transcurre casi toda la novela-. Pero no solo encontramos hechos fantásticos en la historia; gran parte de la misma navega en las turbulentas aguas de las relaciones familiares, tanto entre cónyuges, como entre progenitores e hijos: contemplaremos de cerca la devastación que origina la enfermedad y la muerte, la extrañeza posterior a las separaciones, los traumas del pasado y sus lastres emocionales o la frustración que acompaña a la constatación de que muchas de las expectativas que teníamos no se cumplieron. A decir verdad, las mayores dosis de angustia que consigue transmitirnos la historia provienen de estos conflictos, paradójicamente, los más mundanos y habituales. La realidad, una vez más, supera a la ficción.
En añadidura a todo lo anterior, si algo caracteriza a esta nueva novela de Guillem López, es su vocación por cuestionar eso a lo que ingenuamente llamamos realidad, que no es más que una percepción personal, que como tal, está marcada indefectiblemente por nuestros propios límites sensoriales y cognitivos. El pasado, como enseña el autor, también se puede escoger, y la memoria es un trilero que nos embauca una y otra vez. Para quienes disfruten viendo saltar por los aires la normalidad: Arañas de Marte es una apuesta arriesgada que se salda con éxito, una trampa dispuesta para atraparnos hasta el final.