VALÈNCIA. De ella dijo el decano del Colegio de Ingenieros Agrónomos de Levante, Baldomero Segura, que era un ejemplo de ruptura del “techo de cristal” y de la “brecha de género” en el acceso de la mujer a la ingeniería. Fue este jueves, en el salón Marenostrum del hotel SH Valencia Palace, durante la quinta edición de los premios que entrega esta entidad y que reunió a más de 230 personalidades del sector agroalimentario.
Ana Casp, catedrática de Tecnología de los Alimentos en las universidades de Valencia (1986-1991) y Navarra (1991-2012), a lo largo de su trayectoria también ha asumido numerosas responsabilidades en el ámbito científico, público y profesional. La primera ingeniera agrónoma colegiada en València (1966), con un amplio currículum científico y profesional, Casp ha sido una de las grandes docentes e investigadoras de la Comunitat.
—¿Cómo se sentía en los años 60 cuando estaba en la escuela de ingenieros agrónomos, rodeada toda de hombres?
—Éramos sólo dos chicas pero te acostumbras. Ciertamente, entonces había pocas mujeres por todas partes. Antes había que hacer el Selectivo y en los grupos de Selectivo, que eran enormes, de 50 ó 100 personas, había mujeres, sí, pero mayoritariamente los que se presentaban eran hombres. Aunque entonces no me sentí pionera ni nada.
—¿No notó ningún tipo de machismo?
—En la escuela no, en absoluto, pero después, cuando quise entrar a trabajar, sí me encontré algún caso.
—Cuando quiso competir con hombres no le dejaron.
—Sí. Eso fue después. Tras licenciarme entré a trabajar en el Instituto de Agroquímica y Tecnología de los Alimentos, en el consejo. Eduardo Primo Yúfera era el director, con el que me llevé muy bien y me enseñó muchísimo, aunque en su día me había suspendido y me obligó a presentarme en septiembre. Hice la tesis con él. Estando allí me surgió la posibilidad de trabajar con una empresa, pero la empresa me rechazó porque era mujer. Entonces me sentó mal porque si me hubieran visto, si hubieran pensando que no servía… pero ¡sin ni siquiera ir!. Fue entonces cuando noté el machismo. Así fue como me di cuenta de que tendría que orientar mi vida de otra forma y por eso me planteé volver a la escuela. Cuando acabé la carrera pensaba que no volvería a la universidad, estaba harta de ir allí, pero al final regresé a ella a raíz de ese suceso, di un curso en Farmacia de Matemáticas, que siempre me han gustado, y después ya me planteé dar clases. Salieron plazas y me tocó en Córdoba.
—Y cuando pudo volvió a València.
—Yo quería seguir viniendo a València. Era mi tierra, tenía ya una hija... Me pasé un año y nueve meses yendo los lunes y volviendo los jueves.
—En aquellos años.
—En aquellos años en los que los viajes en tren duraban 12 horas y los trenes siempre salían y llegaban con retraso. Aunque estaba allí no dejaba los trabajos que tenía en València. Y al final salió una plaza en València y me pude trasladar.
—¿Cómo ve ahora la situación de la universidad?
—Han cambiado los planes de estudio y eso ya no me gusta nada. En Navarra estos últimos años yo ya estaba diciendo entonces que no me gustaba, que en cuanto pusieran los nuevos planes de estudio yo me iría. Parezco mi abuela (ríe) diciendo que en otros tiempos era mejor, pero entiendo que a lo que es los ingenieros agrónomos lo han destruido, lo han cambiado. Lo veo distinto. Pero bueno, del mismo modo la gente joven ya no piensa igual que nosotros.
—Lo que sí ha cambiado es la pelea contra la ignorancia. Antiguamente los hechos eran irrefutables. Ahora da igual lo que diga la ciencia, como por ejemplo pasa con los transgénicos.
—De eso es que habría mucho que hablar. Se dicen muchas cosas sin conocimiento.
—Se llega a recomendar no beber agua del grifo porque lleva cloro.
—Ya, ya… El otro día leí en un periódico que ahora estaba de moda el beber leche cruda [sin pasteurizar]. Es que… ¡pero qué riesgo! A veces hablan de cosas de seguridad alimentaria que dicen unos disparates. Lo de beber leche cruda es una barbaridad. Pero si además hay casos conocidos, como el de un hijo de Bertín Osborne [y Fabiola Martínez que nació prematuro y con deficiencias, a causa de que su madre padeció listeria durante el embarazo por tomar un queso con leche cruda]. La gente con el tema de la nutrición dice muchas tonterías, y a veces salen en televisión personas que supuestamente saben de nutrición y cuando les escuchas te sorprendes. Dicen que las conservas son malas. ¡Narices! Te pueden gustar más o menos, pero la seguridad sanitaria que te dan es importantísima.
—Es una moda de nuestro tiempo.
—Hay una cosa que escucho siempre que me pone hasta nerviosa. Cuando dicen: ‘Esto es natural’. No soporto esa moda. Manda narices. Cuando lees ‘tomate natural’ pienso: ‘Como si nosotros comiéramos tomates de plástico’. Hay cantidad de anuncios en ese sentido y eso sí me pone negra.
—Tergiversan la ciencia y desprecian todos los avances que nos han llevado hasta aquí.
—Sobre todo porque nos han llevado a una seguridad en la alimentación que no se valora. Ahora sacan temas: que si el azúcar, que si la industria alimentaria, que si no sé cuántas cosas… Se meten por ejemplo con los platos procesados. Hay empresas que hacen las cosas mal, pero si se hacen bien es precisamente una seguridad. Yo me he dedicado a trabajar en la industria alimentaria. He tenido muchos contratos, treinta y tantos, con empresas de la industria alimentaria. Ellos venían y te planteaban: ‘Tengo este problema’. Y nos ingeniábamos para ayudarles a resolverlos. Puedo hablar de cómo trabajan y los que critican por ejemplo los platos procesados lo hacen con una insensatez y una alegría qué bueno.
—Son campañas absurdas.
—Si no dan razones técnicas y científicas, los que dicen eso no sirven de nada. Se sostienen cosas sin sentido, sin justificación. Y el problema es que la gente no pide justificaciones. Y al final es un círculo.
—Ahí la ciencia está perdiendo la batalla.
—El problema es que a veces no tienes acceso a llamar a una radio, a una televisión, para decirles: ‘¡Qué disparate habéis dicho!’.