VALÈNCIA. Érase una vez una humilde redactora que cumplió una tarea que llevaba postergado eones: hacerse con Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez. Esta novela perturbadora, fascinante y adictiva llevaba en su lista de asuntos pendientes demasiado tiempo. Sin embargo, cuando por fin se hizo con el volumen, una nube emborronó su dicha lectora: “llego tarde al libro”, se dijo. El escrito de Enríquez reinó con puño de hierro en las conversaciones literarias de 2019, ¿con quién iba a hablar ahora de sus páginas, cuando parece que todo el mundo ya se lo ha leído y está deslumbrado por la siguiente obra ‘que no te puedes perder’?
Han pasado menos de 24 meses de su publicación, pero en esa noria hiperacelerada de las novedades literarias, en las que los títulos caducan en las estanterías a las pocas semanas de salir de imprenta, parece que hayan transcurrido 24 años. Claro, en esta sociedad del turbocapitalismo -- con sus pseudohamburguesas de dudosa calidad nutricional, sus baratísimas camisetas cosidas a base de trabajo esclavo y sus trastos de plástico entregados velozmente a domicilio-- resulta casi utópico pensar que el mercado del libro escapa de los modelos de consumo y desecho rápido. El presentismo invade las costumbres lectoras como domina las tendencias del audiovisual: hay que tenerlo, leerlo y verlo todo ahora. En esos anclajes ondea el espíritu de los tiempos. Un marchamo con dos derivadas: por una parte, lectores y espectadores caen en la ansiedad de querer abarcarlo todo y, al no conseguirlo (porque tampoco es que la contemporaneidad nos deje sobrados de tiempo libre), entra en juego la culpa, el malestar por sentir que te estás perdiendo algo (para los anglófilos, un FOMO o ‘fear of missing out’ como una casa). Ansiosas, carcomidas por la culpabilidad y con un buen puñado de ejemplares, series y películas esperando a ser ingeridos, ¿qué hacemos?
Pedimos que abran fuego dialéctico a Begoña Lobo y Vicente Ferrer, de la editorial Media Vaca. En su opinión, ese temor a llegar tarde al título del mes, no es más que un reflejo “del presentismo en el que estamos instalados, en el que prima la instantaneidad. Las cosas ocurren y no tienen pasado ni futuro, solo presente. Y no existe tampoco la memoria”. “Tenemos la percepción de que ese momento inmediato es lo único que tiene valor, pero no es así”, explican los responsables de esta entidad cuyo catálogo se basa en la producción de muy pocas piezas al año, muy cuidadas y cuyos códigos identitarios huyen de fugacidades. Es frecuente pues, que recuperen textos de hace décadas y los devuelvan a la luz del siglo XXI remozados, ilustradísimos y exquisitamente encuadernados. “Escritos de hace cien años se pueden leer ahora y siguen teniendo validez, porque hablan de asuntos esenciales, el ser humano no ha cambiado tanto”, sostienen.
Para Laura Febré, profesora de Filosofía, en todo este galope constante hacia nuevos horizontes editoriales y audiovisuales, “están jugando un papel muy importante las redes sociales. Noto que me influyen a la hora de decidir qué compro o qué veo. En la filosofía hay cierta idea de que lo importante no es estar a la última, sino conocer la raíz de las grandes cuestiones. Pero, al mismo tiempo, existe la voluntad de responder a los problemas actuales y eso hace que queramos acercarnos cuanto antes a esos títulos que tratan las polémicas del ahora. En ese sentido, a veces me preocupa no leer a Elisabeth Duval o a Marina Garcés...”. De ese caladero 2.0 habla la autora y traductora Eva Gallud: “el volumen de novedades que recibimos cada temporada, y que viene dado por cómo funciona el sector editorial, es inmanejable. Esta enorme producción cristaliza en la sensación de urgencia, no solo por leer todo lo que sale, sino por ser la primera en decir en Twitter o Instagram que lo ha leído”. Y, de rebote, estamos perdiendo “la capacidad de apreciar lo que es un fondo de lecturas. No se trata de recurrir únicamente a los clásicos, sino de encontrar un punto medio”, indica Gallud.
También en los entornos de Internet encuentra respuestas Aúrea Ortiz, integrante de la Filmoteca de Valencia, profesora de la Universitat de València y una de las responsables del podcast Laboratorio de Investigación de Series (L.I.S.). Así, relaciona esas ansias por estar permanentemente al día de los estrenos con el tipo de consumo “que se desarrolla a través de las plataformas de streaming y con la presión que ejerce la red: todo el mundo se pone a hablar sobre determinados productos y parece que si no los has visto estás fuera de onda. Eso siempre ha existido, pero ahora está mucho más generalizado”. ‘Yo lo vi primero’, que cantaban Las Odio.
Jose Tena es voluntario en la librería de segunda mano Aída Books, que destina sus ganancias a financiar proyectos de cooperación: “apostamos por una literatura circular, en la que los tomos tienen una segunda vida y con la que la lectura no va ligada a la inmediatez. A nuestros clientes habituales les desaparece esa ansiedad por las novedades porque saben que no van a llegar inmediatamente, que tendrán que esperar un poco hasta que alguien las lea y decida donarlas. Los grandes éxitos de ventas (Patria, la trilogía del Baztán, la saga Millennium…) o los premios Planeta aparecen aquí con años de retraso”. Respecto a los flujos que transportan los títulos hasta Aída, lo tiene claro: “se suelen donar más ejemplares que se compran en masa por el boom, los que han tenido mucha promoción, pero que al final a la gente no le han influido tanto. Nos cuesta más recibir esos ‘libros joya’ que marcan y de los que cuesta desprenderse. O textos de editoriales pequeñas”.
Si pestañeas te lo pierdes
Con tanto estreno imperdible y tanto cineasta revelación, la vigencia de las producciones audiovisuales acaba reducida a poco más de quince días. ¿Quién recuerda las creaciones que arrasaron en Netflix hace veinte minutos? ¿Hace cuántos siglos vimos Tiger King? “El pasado es anteayer, ha cambiado la percepción del tiempo. Algo estrenado hace un año parece que sea prehistórico --reflexiona Ortiz--. Es una forma despiadada de plantear el consumo audiovisual como algo compulsivo y que responde a lógicas capitalistas y neoliberales”. Aquí, la especialista introduce la actual primacía de lo cuantitativo frente a lo cualitativo: “parece que se trata de ir haciendo check en una lista, en lugar de ver cada obra de forma reposada y tranquila. Más que un disfrute, eso es una obligación y si hay algo que no debe ser el arte, es una obligación”.
En esa premura por ‘llegar a tiempo’ a la penúltima publicación clave del almanaque, brilla fulgurosa una de las madres del cordero: no se trata solo de bucear por esa creación, sino de poder contarlo ‘a tiempo’, de participar en la conversación social al respecto cuando está en auge. Una charla colectiva que dura medio chasquido, si pestañeas te la pierdes. ¡Ñec! Tarde, siguiente. “En la actualidad, sale el producto cultural, se debate muy rápido sobre él y, si no lo has leído en ese plazo, parece que ya no puedes participar en el debate. Pero, si una obra responde a un problema de nuestro tiempo, la discusión a su alrededor debería persistir. Lo que nos llega del pasado son piezas que han sabido leer su época y dialogar con su pasado y su futuro, que no están pensadas para ser fugaces”, expone la docente de Filosofía.
“Una cosa es el momento mediático del libro, cuando se habla de él en la prensa y las redes. Y quizás ahí no conectamos porque no es nuestro momento para leerlo. Nadie llega tarde a ningún producto cultural, llegas cuando llegas. Y puede suceder que un libro que no te ha dicho nada, lo retomes tiempo después y te encante, porque eres tú la que está en una época más propicia”, señala Gallud. “Nuestra idea de editorial es la de una biblioteca, de esas que te permiten conservar y acceder en cualquier instante a cualquier material --afirma Lobo--. Nuestros volúmenes tienen sentido más allá de un calendario, nadie llega tarde a comentarlos”.
Manual de huida
Ya tenemos definidos los ángulos de la obsolescencia programada de las producciones culturales. Ahora toca establecer un manual de huida para escapar de esta rueda de hámster autoimpuesta. O, al menos, conseguir algunos trucos para sobrellevarla mejor. En ese sentido, Gallud alentaba hace unas semanas en Twitter a lanzarse a un “Carpe Diem lector”, en el que el chantaje de la novedad quede opacada por la liberación de escoger sin presiones ese título que te pide mambo desde la estantería. “Intenté estar al día de todas las novedades, pero no tengo ni tiempo ni dinero para permitírmelo. Al final, he decidido leer lo que me apetezca, disfrutar mientras estoy leyendo y dejar de lado la velocidad del mercado. Mi propósito es ralentizar el tiempo de lectura y compra. En los libros y, en la vida en general, abogo por recuperar la lentitud y saborear, sin pensar en lo que viene después. Me bajo de ese tren de alta velocidad para caminar y admirar el paisaje”, resalta.
Y en la misma línea, Febré opta aquí por un “ejercicio de estoicismo. Lo que ocurre en redes sociales no es lo que sucede en el mundo. Un texto que vale la pena la vale incluso cuado ya no se está hablando de él. La polémica pasa, pero los posibles debates y puntos de vista en torno a un trabajo pueden estar ahí siempre”.
Siguiendo con nuestro manual de instrucciones para la emancipación cultural, Ortiz anima a “tomárselo con calma y elegir nuestro propio ritmo como espectadores. Yo empiezo a ver muchas series y las acabo abandonando por una cuestión de tiempo, y aunque pienso en retomarlas en el futuro, se van acumulando. Antes me culpaba si no conseguía estar al día de todo, pero estoy consiguiendo no hacerlo… Ya llegaré cuando pueda. Las industrias culturales están inmersas en esas lógicas de acumulación de estreno y renovación constante, sin dar tiempo, por ejemplo, a que una película funcione en sala gracias al bocaoreja. Por eso es esencial que existan espacios como las filmotecas, los cines de reestreno o incluso plataformas como Filmin”. “Que se hable muchísimo de una pieza antes de habérmela leído me agota, me genera rechazo”, confiesa Tena, quien critica “esa forma de leer que consiste en marcarse retos por cumplir. Uno debe leer lo que le nace cuando le nace y a la velocidad que le pidan el cuerpo y la mente”.
Para escapar de la apisonadora de lo novísimo Ferrer propone “buscar títulos menos conocidos de los autores que más te han gustado. Los libros son mapas, hay que dejarse llevar por ellos y, quizás de uno saltes a otro del mismo tema o a uno que nombran y te despierta curiosidad”. Igualmente, el editor recomienda “volver a tus libros favoritos y ver cómo ha cambiado tu visión”. Turno para Lobo, quien defiende como truco contra las vorágines de volúmenes recién salidos de imprenta “preguntar a tus amigos por las novelas que más les gustan, no sobre las que se acaban de leer. Lo que está en esos márgenes pueden ser los grandes descubrimientos: tomos de sus abuelos o que les fascinaron hace lustros…”.
La angustia de sentir que no nos da la vida inunda nuestras relaciones laborales y personales, nuestras rutinas domésticas y sociales, nuestras aficiones, nuestro descanso y nuestra dieta. Condiciona la salud mental y la física con ropajes a veces sutiles, a veces evidentísimos. Quizás apearse de los ritmos apresurados en la cultura sea una primera subversión para volver a adueñarnos de las horas que encierran los relojes (Y en cuanto a la redactora con la que comenzábamos esta narración, está gozando con un total de cero prisas de Nuestra parte de noche).