El escritor valenciano publica ahora la historia que se encargará de explicarnos por qué los animales huían o marchaban hacia el norte en su anterior trabajo, un misterio para cuya respuesta hemos esperado un año
VALENCIA. Pablo nunca ha sido una persona normal. Pablo nunca ha soportado ser partícipe de una injusticia, ni tampoco ha aceptado ser lo que le han dicho que sea. Pablo ha preferido el silencio, el error y la desaprobación de sus profesores antes que el reconocimiento de sus altas capacidades. Pablo ha optado por los marginados por su condición de vulnerables, ha querido ser uno de ellos para poder mirar a los ojos al abuso, cara a cara, bien cerca. Para resistir los golpes, no para esquivarlos. Para permanecer inamovible como un antiguo monolito que espera asistir a la caída de las modernas y frágiles construcciones humanas. Pero Pablo ha conocido a Álex, cuyo mecanismo de relojería llevaba años esperando a que apareciese alguien que le diese cuerda, alguien que le causase una honda impresión, alguien como Pablo aquel día que pateó las costillas y la cara del matón de barrio que robaba la bici a un niño ante un público paralizado por el miedo. Juntos quizás puedan cambiar el mundo. O al menos, siempre podrán darle unos cuantos golpes con un bate de béisbol para sacarlo de su letargo.
Este es un avance de la primera historia de las tres con las que Alberto Torres Blandina (Valencia, 1976) ha tejido Contra los lobos, su nueva novela que sirve de precuela a Con el frío, su anterior trabajo, publicado también por Aristas Martínez. Si entonces tratábamos de entender por qué todos los animales del planeta migraban masivamente hacia un enigmático punto del norte, invisible tras una espesa y peligrosa niebla, ahora lidiaremos con tres inquietantes tramas que discurren aparentemente muy lejos entre sí, pero que de algún modo que averiguaremos, guardan relación con aquellos extraños fenómenos. La segunda de las historias nos transporta a una celda donde la policía trata de interrogar sin éxito a un hombre de aspecto extraño a quien no consiguen tampoco identificar por carecer de huellas dactilares. No habla, no pestañea, no lleva ninguna clase de documentación. Parece estar y no estar allí. Su cuerpo es un mapa de símbolos místicos y religiosos tatuados, escarificados o grabados a fuego. Todo en él es desconcertante y hasta cierto punto, amenazante. Especialmente cuando desaparece de su jaula de un modo inexplicable, dejando tras él solo el rastro de sus peculiares habilidades.
El tercero de los hilos nos sitúa en una casa alfombrada por cristales de espejo rotos e insectos muertos, en la que un hombre afirma ser víctima de una aparición que le acosa, la imagen de un niño de piel lechosa y su monstruoso guardián. A través de un enigmático diálogo sabremos que en la calle el panorama no es mucho mejor: al otro lado de la puerta hay bestias esperando, se pueden escuchar sus respiraciones excitadas cuando intuyen que su presa puede haberse decidido a salir. Por otra parte, las ventanas han sido casi selladas por incontables nidos de aves y de murciélagos y sus excrementos. Nuestro protagonista agoniza famélico y atrapado en su propio hogar, pero ni este hecho ni su compañía sobrenatural serán el peor de sus problemas cuando comience a comprender el influjo que aquel fetiche de madera con orejas de lobo y enorme falo que alguien le hizo llegar ejerce sobre él.
Blandina no se conforma con plantearnos tres escenarios distintos que se entrecruzan a lo largo de toda la novela, además de eso, ha tenido el buen gusto de alternar estilos narrativos distintos para cada parcela de la historia; así, conoceremos a Pablo y a Álex a partir de una sucesión de voces cercanas a los protagonistas a modo de testimonios, nos pondremos en la piel del misterioso hombre sin identidad gracias a un narrador que se referirá a él en segunda persona, y sufriremos con el reo de la casa de los espejos rotos por culpa de un diálogo que nos mantendrá en vilo capítulo tras capítulo, hasta que consigamos tener la suficiente visión de conjunto para comprender a qué fenómeno estamos asistiendo. Otra virtud a destacar del autor es su capacidad para obligarnos a sentir lo que leemos: en el transcurso de la lectura nos escocerá todo el cuerpo por culpa de una infinidad de picaduras, padeceremos un dolor de muelas que nos devolverá a la realidad más frustrante de la existencia humana o sentiremos los rigores de una durísima vida de eremita consagrado al Ragnarök cósmico.
Porque en las dos novelas que llevamos de esta particular saga del frío de Blandina el autor demuestra su versatilidad y su facilidad para sorprendernos y no ofrecernos lo que inconscientemente esperamos: si en su primera entrega -presumiblemente la segunda de una trilogía- barajábamos posibilidades que nos prometían desde una trama de acción pura, a un desenlace filosófico, pasando por una explicación propia del horror lovecraftiano, en esta segunda nunca logramos estar seguros de qué cariz va a adoptar la historia, pese a que una vez terminado el libro nos daremos cuenta de que habíamos sido advertidos en varias ocasiones de hacia dónde podíamos estar yendo a parar. No hace falta conocer a fondo a Blandina para percibir que es una mente que no tiene suficiente con el cuatro resultante de sumar dos y dos, por el contrario, busca abrir el abanico y confrontar la tendencia: ¿por qué caer de nuevo en la construcción de un personaje prototípicamente nihilista pudiendo diseñar uno dedicado a abrazar todas las creencias posibles?
Lo bueno de las historias de este escritor es que no nos permiten sentirnos del todo cómodos en ningún momento: cuando creemos tenerlo todo bajo control, el discurso que habíamos terminado por aceptar se ve expuesto a sus propias debilidades y ya no es tan seductor, cuando creemos haber asimilado el entorno en el que nos movemos, descubrimos que se ha abierto una grieta y que la guerra está a punto de comenzar. Quién sabe si cómo se apunta en cierto momento del libro, la Tierra no será sino el infierno que acogió a los ángeles caídos como creían los cátaros, o si lo más conveniente no será educar mal a nuestros hijos para que sean perfectos inquilinos de la vida en sociedad. ¿Somos los lobos o el pastor que mata al lobo? ¿A qué lado queremos situarnos? Subyaciendo, dos visiones altermundistas : Karl Marx contra el lobo Fenrir. ¿Quién ganará?