TENDENCIAS ESCÉNICAS

Adolfo Fernández: "Me gustaría hacer una obra sobre los desayunos en los que Marta Ferrusola enseñaba corrupción a sus niños"

El actor dirige y coescribe la adaptación teatral de la novela En la orilla, de Rafael Chirbes

17/05/2017 - 

VALÈNCIA. Son muchos los parabienes recibidos por el director, coautor e intérprete Adolfo Fernández por su adaptación de la novela de Rafael Chirbes En la orilla, pero el refrendo a su adaptación le llegó el 4 de mayo. Al finalizar la función en el Teatro Valle-Inclán de Madrid, hubo un encuentro del elenco con el público, y entre la audiencia se encontraba una pareja que había recorrido 480 kilómetros para ver el espectáculo. Esas dos personas fueron las que acompañaron al escritor nacido en Tavernes de Valldigna en su lecho de muerte en agosto de 2015. Al tomar el micro, aseguraron que Chirbes había estado sobre el escenario.

Llevar a escena la obra del autor valenciano era un anhelo largamente acariciado por Fernández. “Desde la lectura de su primera novela hasta aquí siempre he sentido la tentación de adaptar al teatro sus decadentes paisajes de truhanes reconocibles, perdedores barcos a la deriva, paraísos que con el tiempo devinieron terrenales, traiciones maquilladas con el cáncer de la hipocresía, seres que se formaron en el suburbio de la mala praxis política y arrastraron en su caída valores recientemente conquistados, mujeres y hombres que sucumbieron en la efímera fantasía de banales burbujas...”

Finalmente, la novela escogida para saldar esa cuenta pendiente ha sido la más laureada del novelista. En la orilla se hizo con el Premio Nacional de Narrativa, Premio Nacional de la Crítica, Premio Francisco Umbral, Mejor libro del año 2013 para Babelia de El País, El Cultural de El Mundo y el diario ABC.

La podredumbre social, la corrupción en las esferas pública y privada, las pulsiones pecaminosas, los sueños rotos y las vidas arruinadas se suben cada noche a las tablas en una denunca realizada desde el costumbrismo, entre la metáfora y el lenguaje crudo. El próximo escenario que acoge este fresco de la caída libre de la España de principios del siglo XXI será el del Teatro Principal de Valencia, donde está programado del 26 de mayo al 4 de junio.

- No es la primera vez que adaptas una novela al teatro. Ya lo hiciste con La flaqueza del bolchevique (Lorenzo Silva, Editorial Destino). ¿Es porque le has pillado el truco o porque en tu faceta teatral te gusta ponerte retos cada vez más difíciles?
- Surge como una necesidad natural, porque en esta ocasión queríamos hablar de la corrupción, pero no de la de las élites, sino de la toxicidad que el comportamiento de las altas esferas provoca y que termina desembocando en esta corrupción más banal y de ir por casa. En mi compañía, K Producciones, siempre estamos en contacto con autores vivos. Nos pasan muchas obras, pero no había nada que nos hablara de lo que queríamos. Hasta que nos topamos con la novela de Chirbes, con el que además, mantenemos una coincidencia ideológica enorme.

- ¿Por qué os interesaba hablar de la codicia generalizada en la sociedad española? 
- Porque no queríamos hacer buenismo moral. No queríamos escudarnos en que los malos están ahí arriba y los buenos, aquí abajo. Todos nos volvimos idiotas, todos quisimos transformar lo mejor que teníamos, lo que había sido conquistado año tras año, aquello que nos habían ofrecido nuestros padres, los Azaña, la Segunda República… Cuando apareció don dinero, nos cargamos los aires de libertad. El capital se repartió a manos llenas, los bancos nos dieron esa facilidad y articularon la crisis para que ahora estemos con salarios precarios, y que España sea uno de los países de Europa con un mayor índice de pobreza infantil y de emergencias sociales. Esa es la realidad de lo cotidiano.

- Vuestra compañía se ha especializado en teatro político, ¿es una pulsión de realización personal frente a tus trabajos como actor en televisión, teatro y cine?
- Yo no lo calificaría de teatro político, sino de un teatro que tiene una conexión con lo social. Nos preocupan asuntos y la manera de discutirlos es ponerlos encima de un escenario para conmover y provocar reflexiones. Además, todo el teatro es político. El teatro más burgués es político. Ahí tienes a Alfonso Paso, Miguel Mihura, Jardiel Poncela… Y el que habla para las grandes masas, el de Arturo Fernández, el más mediocre, es adormecedor del arte y del pensamiento. Así que también es teatro político. Se ha hecho mucha labor de entumecimiento de conciencias a través del fútbol, de la iglesia, vendiendo al pueblo abstracciones y divertimentos.

- ¿Temes que como sucede con la novela y el cine dedicado a la guerra civil, que haya ciertos sectores que denosten los proyectos sobre la corrupción por su reiteración? 
- Cuando hacen estos comentarios se olvidan de que en España todavía hay 114.000 desaparecidos. Vas con el coche y pasas por no sé qué del Caudillo. Imagínate que en Alemania existiera la Calle Adolfo Hitler… Pues nosotros tenemos avenidas Francisco Franco y José Antonio. A los sátrapas todavía les rendimos homenajes públicos. Hasta que eso no haya desaparecido, será necesario que desde el arte se haga una labor de denuncia. ¿Crees que se ha hecho mucho cine sobre ETA? Hasta que no se cure esa herida, no es suficiente. El arte es un elixir sanador, si lo ponemos encima de un escenario y lo miramos, nos estamos mirando en el espejo de nosotros mismos, y estamos poniendo en pie nuestros problemas para discutirlos y contrastarlos.

- ¿Crees que el arte ha hecho suficiente para curar la herida abierta de la corrupción?
- Se ha hecho muy poco. Habría que decir mucho más para denunciar a estos bandidos que se han colado en las instituciones, que las están pervirtiendo y se creen que son suyas. Un día, roban de las escuelas que se iban a hacer en Nicaragua, otro, de los fondos para desenterrar a nuestros abuelos desaparecidos, al siguiente, en sanidad, y al otro, en educación. Es un despropósito, lo último han sido los planes para formación de trabajadores en Madrid, bajo los auspicios de Esperanza Aguirre. Cada día surge un caso nuevo. En Cataluña, la familia Pujol, y en Andalucía, los ERES. Cómo no vamos a estar atentos, es un material precioso.

- ¿Qué belleza teatral encuentras en la corrupción?
- Sus perpetradores son maravillosos como bufones y esperpentos. Cada uno de estos políticos sería un Ubú de Alfred Jarry. Su miseria moral les ha conducido hasta dónde se encuentran. Hay que verlos desde ese lugar y, luego, combatirlos. Me gustaría hacer una obra donde se viera cómo daba de desayunar Marta Ferrusola a sus niños cuando eran pequeños. Cómo daba las clases de corrupción, mientras les untaba Cola Cao en las tostadas. Es un material teatral que no tiene desperdicio. Es lo mismo que el señor Mariano Rajoy, con el Marca bajo el brazo, mirando para otro lado, mientras centenares de refugiados sirios están muriendo en el Mediterráneo. Son personajes fantásticos y en el mundo del teatro enloquecemos por ellos, porque son un reflejo humano. Chirbes hace costumbrismo, como Benito Pérez Galdós. Por eso, cuando la gente sale del espectáculo, lo hace revuelta y removida, porque nos estamos mirando a nosotros mismos.

- Has hablado de la ralea de los políticos que nos gobiernan. Tú interpretaste a Juan Negrín en la película Ebre, del bressol a la batalla (Román Parrado, 2016). ¿Qué diferencias encuentras entre la forma de hacer política en el pasado y en la actualidad?
- Antes estaban preparados, ahora entran muy jóvenes en el partido y no tienen formación, ni pegan un palo al agua en la vida. Desconocen la realidad que te hace levantarte a las seis de la mañana, meterte en un transporte público y fichar en algún sitio. La mayoría de los políticos actuales han cursado carreras de memorizadores, tipo notario, abogado del estado… Sin embargo, Manuel Azaña tenía una formación académica excepcional. Y Negrín hablaba 11 idiomas y daba clases a todo un Premio Nobel de Medicina, Severo Ochoa.

- La formación entonces era más humanista.
- Había formación humanística y ética. Antes, la política era una cuestión más ideológica, sus dirigentes se formaban para, luego, gestionar la sociedad. En la actualidad, la política se ha profesionalizado, es una carrera. Los que entran lo hacen para abrirse las puertas de su riqueza personal. Hay puertas giratorias todo el rato. A José Ignacio Wert le meten en la embajada de la OCDE, a Federico Trillo, en Londres… Los más ineptos, los peores, los que han ejercido la función publica de la manera mas perversa, son los más premiados. Los de antes tenían una formación y los de ahora, dan pena. Nunca veo a un político hablar de una novela, nunca les veo en el teatro, en el cine… Soy un consumidor ávido, así que te aseguro que nunca es nunca. Es alucinante.

- Cuando en febrero del pasado año presentaron la novela póstuma de Chirbes, Paris, Austerlitz, el escritor Alfons Cervera, se quejó de la etiqueta de escritor de la crisis que se le ha colgado. En su opinión, Rafael fue “el escritor de las crisis sociales”. ¿Crees que se le verá así en el futuro?
- Coincido con Cervera. Chirbes es un hombre que habla de nosotros en el contexto en el que estamos. Y al hablar de lo universal, sus palabras son extrapolables a todas partes. Pero había un elemento muy importante que marcaba las existencias sociales, la corrupción, y se ha colado en cada uno de sus libros. Suelo comparar mucho a Chirbes con Pier Paolo Pasolini. Aunque sus escrituras no tienen nada que ver, coinciden en haber creado desde la libertad. Rafael era un hombre que nunca sufrió la condena del sectarismo. Fue un autor libre y ese albedrío le permitió escribir lo que le dio la gana y de quien le dio la gana.

- Tuviste la suerte de conocerle en un seminario literario en Menorca. ¿Qué recuerdas de ese encuentro?
- Era una eminencia intelectual. Nos daba vueltas a todos. Nos ponía boca abajo. Cuando creías que habías articulado un pensamiento que tenía un cierto sentido, Chirbes hacía un quiebro, te envolvía y te lo llevaba a otro lado. En lo social, era un señor generoso que dedicó toda su vida a escribir sobre lo que le rodeaba.


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