VALÈNCIA. El musculado posicionamiento económico de las ficciones para televisión no solo genera un star system entre directores e intérpretes. De hecho, los citados solo conforman una pequeña parte en los extensos equipos de trabajo que se organizan en la producción directa de una serie como El embarcadero. El proyecto producido por Vancouver Mèdia y Atresmedia que será una serie original de Movistar+ (en una alianza inédita) ha contado con el suecano Abdón Alcañiz como director de arte tras su valorado trabajo en La casa de papel. Un trabajo que en su caso, además, le ha permitido volver a casa con una gran producción, a escasos kilómetros de su pueblo: Sueca.
La ficción televisiva española más internacional de los últimos tiempos lleva su marca: La casa de papel, que superó el 25% de share en alguno de sus capítulos, contó con la dirección artística de este licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universitat Politècnica de València y especializado en Dirección de Arte en la Escola Superior de Cine i Audiovisual de Catalunya (ESCAC). Hasta ese hito, Alcañiz se había codeado con algunos de los más interesantes equipos de arte dentro y fuera de España y ocupando distintos roles como asistente tanto de arte como de decorado. Su curriculum a lo largo de esta década pasa de las películas Un monstruo viene a verme (J.A. Bayona, 2016) o La novia (Paula Ortiz, 2015), la gran producción seriéfila Penny Dreadful (como preparador de decorados en la tercera temporada), el premiadísimo cortometraje Bikini (Óscar Bernàcer, 2014) o los largometrajes valencianos Paella Today! (César Sabater, 2017), Amar (Esteban Crespo, 2017) o El amor no es lo que era (Gabi Ochoa, 2013), aunque son solo algunos ejemplos.
Sin embargo, ha sido en las producciones de Álex Pina donde ha encontrado su salto definitivo hasta la dirección de arte. Él mismo comenta a Valencia Plaza que "el 90% de todos los trabajadores del equipo en La casa de papel eran valencianos. Somos como una familia que se ha ido moviendo", y, de hecho, también tuvo ya un papel importante en la otra gran serie de Vancouver Media (en este caso para Fox): Vis a Vis.
Actualmente, Alcañiz está en posición de elegir proyectos y El embarcadero es su estación de destino para buena parte de este año 2018. De nuevo junto a Álex Pina, el suecano dirige el arte de una producción aparentemente pequeña pero que incluye una cantidad de rodaje en exteriores con alma. Ese alma, en esencia, se encuentra en la dirección conjunta de Alcañiz y Pina de generar una cronología en la trama del drama amoroso en torno a las etapas del arroz: la siembra, los campos anegados, el esplendor de su planta y la siega. Todo el proceso por el cual se convierte la producción en un gran rompecabezas, pero que entronca con algunas de las ideas centrales de la serie.
Esta serie original de Movistar+ cuenta la relación entre dos mujeres que se descubren tras la muerte de un hombre. Ese hombre es Óscar (Álvaro Morte) y ha logrado mantener una doble vida en la que Alejandra (Verónica Sánchez) y Verónica (Irene Arcos) han conocido solo una parte de la realidad. Tanto en la relación de sus dos personajes como en la visión de Óscar, Pina vuelve a pulsar la llaga del prejuicio en torno a las relaciones, aunque esta vez fuera del género (Vis a vis, La casa de papel...) y en manos del drama amoroso. Y ahí es donde la dirección de arte de Alcañiz ha entroncado con el lado natural escogido, l'Albufera de València y la propia ciudad, que representa a las dos protagonistas: la urbanita Alejandra y la naturalista Verónica.
Conversamos con Abdón Alcañiz:
-Y, de repente, rodando una gran producción para televisión al lado de casa. ¿Cómo has llegado hasta aquí?
-Hemos llegado, porque forma parte de una familia profesional y artística en la que llevamos 10 años metidos. De algunos primeros cortometrajes de compañeros a otras producciones, dando un salto de esto a lo otro y así es como hemos llegado hasta aquí. Recuerdo con mucho cariño La victoria de Úrsula (cortometraje, Nacho Ruipérez; 2011) y hace apenas unos meses hemos estado con su largometraje El desentierro. Siento que hemos ido creciendo todos alrededor de unos u otros proyectos y dándonos cuenta de que este mundo no es un círculo, sino una espiral en la que nos hemos enrolado y de la que ya no salimos. En nuestro caso, con un equipo de arte muy valenciano.
-¿Cómo trabajáis en esa familia y cuántos sois?
-Nosotros formamos parte del proyecto desde sus inicios. Poniendo por caso El embarcadero, estamos en reuniones muy preliminares con el productor en el que ya hablamos de ideas muy básicas: él [Álex Pina] quería que rodásemos en l'Albufera, que aprovechásemos el entorno natural, que el personaje de Verónica se impregnara de ese alma. A él le encantaba la idea de rodar en l'Albufera y le encanta València por la luz, pero había que darle toda esa profundidad. Así que empezamos a trabajar en Verónica, a pensar que viviría en este entorno, que tendría su propio huerto ecológico en casa y a fijar un color: el azul. Poco a poco se va fijando la idea del arte y ahora mismo hay dos empresas construyendo decorados en paralelo. Por otro lado, está el equipo de rodaje de espacios exteriores. En el equipo base de la serie oscilamos entre los 11 y los 19. En esas dos empresas son de 10 á 20 personas. En total, hay momentos que podemos ser en suma 40 personas trabajando en el arte de la serie, pero como algo fijo el número oscila entre 12 y 15 aquí.
-Pina es navarro. ¿Por qué València?
-Él tenía muy claro que quería rodar aquí. Le atrae mucho la luz y lo que respira este entorno. Pero tuvimos dudas al visitar el Palmar. El pueblo en sí está volcado en la hostelería y, mientras en la parte del parque natural estaba todo perfecto, teníamos dudas con esa localización. Con València ciudad estaba todo claro y cumplía perfectamente. Así que empezamos a plantearnos otros espacios en Alicante, Almería, Portugal... pero al final sabíamos que queríamos estar aquí. Hemos encontrado una localización alternativa al pueblo, pero es normal que tengamos estas crisis o dudas porque hay mucha gente y mucho dinero implicado. Al final, la preproducción dura meses y cuestionas todo. Es una preproducción cinematográfica...
-... o algo más que eso. Es una gran producción. ¿Notas una responsabilidad extra por estar retratando un entorno tan cercano a ti?
-Llega un momento en el que todo empieza a fluir, pero los meses previos a ese momento de rodar aquí... han sido brutales. Cuando empiezas a proyectar con los compañeros una puesta de sol, la sombra de esta casa en el plano... empiezas a ver algo que ha estado a tu lado durante tantos años de una forma mágica. Muchas veces me pregunto, '¿será posible que esté viendo ahora esto así? ¿será posible que no lo hubiera visto antes?'. Pero claro que es posible. Ves todo a otro nivel y encuentras muchos detalles que te hacen sentir una autoexigencia mayor. Es cierto que somos afortunados por la gran producción que hay detrás, pero cuanto más tiempo tienes... más tiempo quieres [ríe].
-No obstante, en esta producción os habéis embarcado en acompañar la historia en torno a las fases del arroz, aunque se limite al marco visual. ¿Cómo ha surgido?
-Esto surge de los momentos de reunión, de hablar y de ubicarnos en un entorno. En este caso creo que he influido y a veces les bromeo con que quiero aparecer en créditos como guionista... [ríe]. Les intenté transmitir que rodar en este entorno y tener presente el arroz significaba también entenderlo. Aquí vamos a vivir las estaciones del año y la evolución de la planta, así que cuando le transmite es esto y lo que puede darte a un director como Jesús Colmenar, que es muy pasional, te da el visto bueno, pero te exige vivirlo. Estamos creando en torno al proceso de siembra, luego explotará de verde, volveremos en julio y en septiembre. Que la producción se someta a los tiempos del arroz es muy arriesgado. A muchos niveles. Pero que una serie en España tenga margen para someterse a esto con semejante proyecto audiovisual, habla del buen momento que vivimos en el sector. Lo que sabemos es que no queremos engañar a la gente y que no va a aparecer un tractor en un momento que no toque. Queremos adaptarnos al entorno en todo momento.
-Para que entendamos tu trabajo en El embarcadero, ¿qué decisiones ya has tomado y cómo se van a reflejar?
-En nuestra forma de trabajar solemos tomar como fuente un color primario. En Vis a Vis o en La casa de papel es evidente, pero en este caso es un azul. Permite más terciarios que en La casa de papel, donde hay un rojo y los terciarios se limitan a grises. Aquí tenemos más margen, pero el azul domina en gran medida todo. Sobre todo a Verónica. Hasta el punto de que su coche lo es o que si hacemos una cortina de macramé a medida lo es. Desde fuera, hasta que no llega a pantalla, puede parecer exagerado, pero visualmente sé que acaba funcionando muy bien. Y esto es solo el color, nuestro trabajo lo abarca todo visualmente. Intentamos abarcar toda la experiencia visual y por eso es tan importante que trabajemos desde la preproducción.
-¿Habéis mantenido contactos con À Punt? ¿Hay algún proyecto valenciano a la vista?
-Sí y no. Ahora mismo estamos tan metidos en el mundo de la ficción y está tan focalizado en Madrid... cuesta. Hemos hecho El desentierro recientemente, ahora estamos aquí y seguimos. Trabajar en casa mola, pero es complicado ahora para nosotros.
El creador de Brassic vio cómo su padre, que trabajaba en una fundición a la que tenía que acudir en bicicleta, fue despedido en los 80, lo que acabó en divorcio y en una familia desestructurada. Él era disléxico, no tenía acceso a tratamientos de salud mental y acabó siendo un adolescente hinchado de antidepresivos que se puso a mover marihuana. Basada en esa experiencia real, surge esta serie, con dos primeras temporadas bestiales, en la que refleja una clase trabajadora adorable que lo respeta todo menos la propiedad privada