VALÈNCIA. Roberto Alcázar y Pedrín, los personajes de cómic creados por Eduardo Vañó, cumplen 80 años en una España que ya no es la suya. En 1940, en plena crisis económica tras la posguerra civil, la industria del cómic estaba arrasaba, y solo algunas editoriales de Barcelona y las revistas controladas del régimen gozaban de cierta salud. La ley de la censura y no autorización de publicaciones periódicas, además de la escasez y los precios cambiantes del papel, hacían que el oficio de las editoriales de cómic se volvieran fuerza complicado. A pesar de todo esto, de València surgió un héroe trajeado que marcaría una tendencia a nivel nacional y se convertiría en la serie más longeva y prolífica de España.
Vañó diseñó en 1940 (aunque el primer número no se llegó a publicar hasta un años después) a Roberto Alcázar, un periodista que hacía labores de detective, y a Pedrín, un adolescente que le acompañaba allá donde iba. El cómic tomaba algunas referencias norteamericanas e italianas, que eran las más importadas en aquella época, pero el dibujante y Juan Bautista Puerto, su editor y guionista, dotaron las historias de un marco plenamente adaptado al nuevo contexto que se iba a vivir en España.
Las historietas solían contener una aventura surgida del encargo de algún hombre de clase alta -banqueros y empresarios, principalmente- para que Alcázar atrapara a algunos malhechores. La amenaza siempre estaba dirigida al orden y la ley, y los valores que se querían inculcar a la infancia de aquella época. Así lo explicaba en crítico e historiador de arte, Juan Antonio Rámirez, en 1976: "La sumisión de los adolescentes [representados por Pedrín] —las nuevas generaciones que no han hecho la guerra— a los ideales del nuevo hombre del régimen [Roberto Alcázar], un poco monje y un poco soldado, de buena posición social, defensor de la ley —la propiedad privada de los estados capitalistas contra espías y conspiraciones de toda laña". La lucha de clases estaba viva.
El social que mostraba el cómic era totalmente ajeno a la realidad socioeconómica que vivía las clases medias y bajas de aquella época. En efecto, revisar ahora los cómics de Roberto Alcázar y Pedrín es un acto de recuperación de una memoria construida, de un pensamiento totalmente reaccionario, machista y colonialista. Los enemigos de Alcázar, ya fueran una tribu indígena, unos espías de otra nación o unos extraterrestres, siempre suponían una amenaza exterior a lo que él representaba: los valores que se esperaban del nuevo varón español. "Su carácter es formal, serio y convencional, no expresa emociones, no tiene novia ni se relaciona con ninguna mujer. En cuanto a su lucha contra el mal, su único recurso para solucionar los conflictos es la violencia, en muchos casos extrema, propio de una época donde esto no es repudiado si es en nombre de una buena causa", explica el investigador Lucas Lorduy Osés en un artículo publicado en Cuadernos de Cómic.
Pedrín era un adolescente de unos 14 años que aún tenía que aprender de aquellos valores que representaba Roberto Alcázar, pero que sin embargo, era tremendamente sumiso y respetuoso con el orden, la ley y los mayores. En esencia, esa era el espejo al que el régimen podría interesar que se reflejaran los jóvenes del primer franquismo, el de una juventud que se construya, no desde la independencia del pensamiento, sino desde el ejemplo de la formalidad y la defensa férrea del marco moral de la época, sin renunciar si fuese necesario a la violencia. "Pedrín sería así el contrapunto de Roberto Alcázar. Se trata de un joven del pueblo, descarado e incluso simpático, pero que presenta rasgos de tipo sádico a la hora de enfrentarse a los delincuentes. Disfruta golpeando y matando, como cuando en uno de los episodios ametralla con gusto a varios negros, diciendo: «¿Os gustan las peladillas de Alcoy? Pues id tomando que son gratis» (...) Otros rasgos destacables del personaje de Pedrín son su misoginia y machismo. Cuando trata a mujeres «villanas» las desprecia con superioridad —«Tendremos que darle una azotaina a esta muñeca» (Viaje fantástico, episodio n.º 171, 1950)—. También las denigra y desprecia como enemigas —«Si no llegas a ser mujer, el primer puñetazo hubiera sido para ti» (La derrota del Papá Tigre, episodio n.º 169, 1950)", analiza Lorduy Osés. La plantilla de personajes habituales la completaba el doctor Svintus, un científico malvado que se ganó el calificativo de "malvado" y que era el único personaje capaz de amenazar seriamente a Alcázar.
Fuera del ámbito académico, también hubo críticas a través de la parodia. Antonio Pamies creó, en el marco de El Víbora, a Roberto el Carca del que decía, en la portada de Perfidia Moruna: "Intrépido agente secreto nacido heróico por voluntad divina, hombre de pelo en pecho y de mear en pared", su acompañante, Zotín, "se caracteriza principalmente por su aspecto infantil, aunque en realidad tiene cuarenta y tres años, pero debido a que es ligeramente oligofrénico, apenas aparenta trece". Ignacio Vidal Folch y Miguel Gallardo también crearon una parodia, Roberto España y Manolín, que sacaba el lado más reaccionario de los personajes originales para burlarse de él.
Esta relectura ideológica de la serie no es defendida unánimemente. Andrés y Pedro Porcel -por ejemplo- defendían en Historia del tebeo valenciano (editado en 1992) que "es importante insistir en que se trata de un refleja de esa forma de pensar que empapa toda la cotidianidad, y en ningún caso de un ejemplo propuesto por los autores con el objeto de de adoctrinar ideológicamente al lector. En es caso, éstos se limitan a traspasar el papel una serie de valores morales y de sentimientos imperante en aquellos momentos y a los que entonces es muy difícil -especialmente desde la pertenencia a una clase popular, que es la de los autores-, y mucho menos examinar críticamente. Sea como sea, es imposible cierto análisis sociológico (...): es un espejo de modas e inquietudes, de actitudes antes la moral, ante la mujer, ante la ciencia".
Más allá del marco ideológico, la efemérides de Roberto Alcázar y Pedrín también es la del primer gran éxito de Editorial Valenciana. La serie se extendió, en más de mil volúmenes, desde 1941 hasta 1976, siendo el personaje español con más historias editradas. Algunas de expresiones del cómic (como la obvia "Ostras, Pedrín") forman parte de la iconografía de la España reciente.
La importancia de esta serie es casi industrial: en unos años en los que solo algunas editoriales de Barcelona y las revistas de cómic oficialistas estaban saneadas, Editorial Valenciana consiguió colocar a un personaje que llegó a ser líder en tirada nacional. Junto con El Guerrero del Antifaz, fue el primer éxito del cómic valenciano indiscutible, y fijó la mirada, durante las décadas siguientes hacia los productos que salieron de aquí.